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Tuesday 9 Apr 2024 | Actualizado a 00:55 AM

Antígona, cenizas como sueños

‘Antígonas’ es la obra más atrevida/desafiante de los últimos años en la escena teatral boliviana

Ricardo Bajo

/ 12 de julio de 2023 / 08:41

No hay una sola, hay muchas Antígonas. La primera fue hija de Edipo y Yocasta; hermana de Ismene, Eteocles y Polinices. Aquella Antígona desafía a los hombres y entierra a su hermano Polinices, el traidor. El rey de Tebas la condena a ser encerrada viva en una tumba. Ella desobedece, no se resigna, se ahorca. El mito nos persigue desde el siglo V antes de Cristo; pero Antígonas hay muchas.

Es noche fría de San Juan y estamos frente a otras Antígonas. “A veces pienso que yo no debería morir sino comer tierra”, dice la hermana/madre. Morirá igual y será ataúd, será tierra, será locura.

Antígonas es la obra más atrevida/desafiante de los últimos años en la escena teatral boliviana. Asume riesgos y los gambetea con solvencia. Es una puesta en escena colectiva, fruto del trabajo y talento de cinco mujeres. Dirige Katherine Bustillos Vila (de Mímesis Teatro) y actúa Samadi Valcarcel (de Teatro Feroz). Antígonas es un grito que se come —con papa frita— el lado más patriarcal/colonial que todos llevamos dentro. Entramos a oscuras a la sala de El Bunker y salimos iluminados.

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Una mesa/banquete nos espera adentro. Nos van a hablar de muerte y comida. Y de familia. Ya se sabe, sin mesa no hay familia. El padre morirá de cáncer de estómago, la mujer será asesinada y colgada (sobre la mesa). El padre, antes, se sacará los ojos. Antígona (una Samadi Valcarcel excepcional en un monólogo brutal/descarnado de 35 minutos) cree que su estómago la va a devorar. Comer. Tragar. Triturar. Una muela que no tritura es inservible. La comida es peligrosa, enseña a triturar.

Antígonas tiene 10 escenas. Cada una de las cinco directoras se ha hecho cargo de dos. Ninguna sabe lo que está haciendo la otra (o casi). Ellas son Francia Oblitas, Elena Filomeno, Gabriela Paz, Gladys Cruz y Sasha Salaverry. Vienen de la dramaturgia, el performance y las artes visuales/sonoras. Podía haber sido un “ch’enko total” pero no lo es. Podía haberse quedado en un experimento teatral pero va más allá; es un ensamble preci(o)so.

Cada una ha sentido la libertad para crear, sin miedos/tapujos. El resultado es una obra de teatro cuestionadora/rupturista. Un objeto repujado que no se parece a nada; quizás a una escena de película de Fellini con una cabeza emergiendo desde el centro de una gran mesa; acaso a una pintura negra, a un cuadro de Boccaccio. Esta reseña se podría llamar El triunfo de la muerte, como la obra de Pieter Brueghel, el Viejo.

La Antígona que tenemos delante escucha un ruido ensordecedor. Solo lo escucha ella. ¿El reproche, la culpa, la condena? Antígonas es un grito contra la explotación de las mujeres; las que cuidan/miman, las que cocinan y ponen la mesa, las que lavan los platos, las que lo limpian todo “para sanar”, las que entierran cuando está prohibido enterrar (como en el COVID).

La obra arma imágenes poderosas: el polvo que todo lo impregna; las torturas psicodélicas con música industrial; la mujer cargando el mundo sobre su espalda. Tiene un cuidadoso trabajo sonoro que crea atmósferas inquietantes. Tiene (por fin) un laburo audiovisual que se proyecta (y suma) sobre la maldita mesa con escenas de “muerte negra”.

La Antígona que está delante de nosotros (puro metateatro) es una joven actriz. Labura en oficina de día y actúa por la noche. Es la misma Samadi, que se desdobla, que de repente es ella misma. Una actriz que sabe que a nadie le interesa el teatro en Bolivia, ni siquiera a su propia familia. Lo único que sirve es comer. La comida es la familia que nunca tuvimos. Esta Antígona que habla y perturba asegura que cocina con odio. La buena comida se cocina en el fuego lento del rencor y la inquina.

No hay esperanza ni redención en Antígonas. Cuando la obra termina (con tímidos/perplejos aplausos), las cinco directoras y la actriz (verdaderas Antígonas reivindicando el teatro de mujeres) debaten con el público. Han parido sus lenguajes/estéticas, sus ritmos/narrativas, sus pesadillas y sueños, sus saberes y disciplinas. Una chica pregunta: ¿la liberación para Antígona es la muerte? Nadie responde, la obra (nihilista/punkie, melancólica, puro Beckett) habla por ella misma.

Ha sonado un bolero de caballería y todos sabíamos que se venía un final fatídico. Amiga, esto no deja de ser una tragedia griega/boliviana. Nuestra Antígona procede a enterrarse; abdica de sí misma. No verá su futuro, será lo que siempre ha querido ser: una Antígona más. Los platos sucios no los va recoger nadie. Las cenizas, como los sueños, cenizas son.

Post-scriptum: la obra —proyecto seleccionado en la I Convocatoria de Fomento a la Productividad Cultural y Creación Artística del Centro de la Revolución Cultural— volverá a La Paz a finales de este mes.

(*) Ricardo Bajo es un pinche periodista

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Los cuerpos encendidos de Corina Barrero

La artista y poeta paceña ha presentado junio sus nuevas obras en cerámica. Es hora de charlar con ella.

Por Ricardo Bajo H.

/ 9 de julio de 2023 / 06:55

Los cabellos de una mujer fluyen como un río, buscando el centro de la tierra; las espirales del mundo envuelven a otra mujer para elevarla hasta los cielos. Los brazos de aquella nos protegen de los infiernos de todos los días; sus pechos desnudos desafían nuestros temores. Tienen la cabeza alta y erguida, los ojos cerrados, como esperando el final de la batalla, como emergiendo desde los fuegos victoriosos. Son las mujeres de Corina Barrero levantadas desde el barro, las pastas y los esmaltes. Son mujeres/colores paridas con altas temperaturas, envueltas en telas negras de seducción y embrujo.

Son chispas que brotan de la hoguera, sueños que no recordamos. Son mujeres que danzan alrededor del tiempo para llevarnos de la mano a casa, al hogar de sus cuerpos. Son semillas del mar que brotan como caracolas. Son soledades en convivencia, que diría la poeta María Zambrano. Son Cuerpos transitorios, la última exposición de la ceramista/poeta Corina Barrero Villanueva, que pasó (en junio) por la galería del maestro Mario Sarabia (AR° T, en San Miguel, La Paz). Ahora pasa la “Cori”.

— Has publicado poesía (Pertenencia y otros Fragmentos, 1995) y has hecho arte, pero la cerámica se cruzó en tu vida hace 35 años. ¿Cómo y cuándo fue el descubrimiento de la arcilla/la tierra?

— La Escuela de Bellas Artes ofrecía en aquella época un curso libre de cerámica. Me inscribí y, aquella tarde, mientras comenzaba mi primer trabajo, quedé totalmente cautivada por esta arcilla/tierra, como bien dices. Fue todo un acontecimiento: Desde moler las rocas de arcilla, encontrar el punto exacto al amasarla, sentirla con el tacto e ingerir ese olor a tierra húmeda que cubría todo; fue maravilloso.

Hundir las manos en el lodo, apretarlo mientras se escurre por entre los dedos, remontar a ese espacio de la niñez donde todo es posible fue una experiencia reveladora. Mientras la arcilla se escurría por entre mis dedos, pensaba en aquella metáfora del barro como materia prima de creación. Pensaba en la madre tierra que nos cobija desde que nacemos hasta que morimos, cubriendo y transformando nuestros huesos en sales y minerales que brotan luego como árboles, donde volvemos nuevamente. Ciertamente los seres humanos tenemos un contacto profundo y misterioso con esa arcilla/ tierra.

Foto: Ricardo Bajo y galería arº T

— Hablando de trabajar con las manos, con la tierra, ¿puede ser la cerámica terapéutica?

— El arte nos conecta con ese mundo invisible y subjetivo que llevamos adentro, ese mundo indecible. Es como esa fina hebra que recorre desde nuestros sueños y recuerdos más amados y pasa por las manos, por los ojos, manifestándose en lenguas de múltiples colores y formas, de sonidos y palabra, lenguajes para conectarnos con el otro, con el ámbito que nos rodea y en el cual vivimos.

Es esa trama que recorre los cuerpos y las almas de las cosas para comunicarlas entre ellas y dejarlas aparecer en una nueva versión acorde a cada tiempo, a cada cultura. Por otro lado, el arte es como esa trama de células nerviosas que conecta cada parte del cuerpo para darle sentido y unidad a aquella información que llega tanto de adentro como de afuera, para luego procesarla, transformarla.

Pienso que el arte es como el micelio, ese hongo que crece bajo la tierra, que conecta los árboles, permitiéndoles comunicarse entre ellos. Creo que todos tenemos un artista que desea escuchar y decir… a fin de comunicarse con el otro.

— ¿Qué te ha dado la cerámica a lo largo de estas tres décadas (desde tu primera exposición en 1992) y cómo crees que ha evolucionado tu arte ceramista?

— Disfruté intensamente este contacto íntimo y complejo, percibiendo las múltiples posibilidades de un lenguaje que nace de las manos. A pesar de haber transitado por muchas formas de expresión, la pasión que me provoca trabajar con la arcilla es única. Comenzar una pieza nueva es siempre un acontecimiento: Un primer encuentro.

La cerámica me ha permitido expresar aquello que llevamos dentro, entender ese espacio creativo y darle forma. Me ha permitido conectarme con el tacto, con el cuerpo y, sobre todo, conectarme con la naturaleza, mi gran maestra.

Con el tiempo fui incorporando técnicas, materiales y esmaltes diferentes, pues uno no deja de experimentar. También, en ese transcurso, un lenguaje propio ha ido tomando cuerpo en mis piezas, un lenguaje que se adapta y transforma mientas forja sus propias formas.

Corina Barrero Villanueva nació en La Paz en 1955. La cerámica, el batik y la poesía nutren su obra.
Corina Barrero Villanueva nació en La Paz en 1955. La cerámica, el batik y la poesía nutren su obra.

— Tu última exposición (Cuerpos transitorios) nos ha traído —de nuevo— mujeres poderosas que salen de la tierra, alas, sueños, espirales; los territorios del cuerpo. ¿Cómo dotas de movimiento a tus cerámicas?

— Como todo lo vivo, estamos en continuo movimiento: circulando, creciendo, rotando, girando, como las espirales en la naturaleza, como ese latido marcando el tiempo; el ciclo de la vida-muerte-vida. Es ese movimiento que implica trabajar en tres dimensiones, como lo es la escultura en la cerámica, que me parece fascinante. Siento que me da el espacio necesario para que estas mujeres abran sus alas, sueños, y su piel hacia ese territorio presentido.

De pronto, el cabello puede girar y envolver la pieza a modo de abrazo, o bajar ondulando hasta la misma base a modo de agua. Por esta misma posibilidad de la cerámica es que me ha sido posible asimilar e incorporar fácilmente en mi obra otro elemento que me cautiva ya hace muchos años: la espiral. Al observar la naturaleza, uno no puede dejar de asombrarse y admirar ese constante movimiento que gira y crece a modo de espiral, desde las cosas más pequeñas como las conchas marinas, las semillas y las flores hasta las inmensas galaxias girando en espirales. Encontramos registros representando símbolos de las espirales en muchas culturas, incluyendo la andina. El significado tanto filosófico como místico está inscrito en nuestro legado como seres en continua transformación.

— ¿Cómo ha influido en tu obra el maestro Mario Saravia?

— He visto el trabajo de Mario Saravia casi desde sus inicios y siempre me ha causado gran admiración. La pasión, la disciplina, y la actitud casi meditativa que lo lleva a realizar obras de una belleza extraordinaria es una gran inspiración. Me asombra el uso exacto de cada esmalte, de cada engobe en paisajes donde vemos atravesar siluetas de seres —brochazos ejecutados con un azar preciso— que habitan contornos de un espacio andino con sus soles y sus lunas de media noche.

Foto: Ricardo Bajo y galería arº T

Mario también que ha logrado algo sin precedentes: Elevar el noble arte de la cerámica al estatus de arte superior, algo muy importante para los ceramistas pues, en aquel tiempo, cuando comenzamos a trabajar en esta área, se consideraba a la cerámica únicamente como objeto artesanal.

— ¿Cómo manejas el color, elemento vital en tu obra?

— El color y la textura natural de la arcilla tiene una belleza en sí misma. Así fueron mis primeros trabajos donde solo las diferentes texturas marcaban espacios a modo de lenguaje. Sin embargo, en los últimos tiempos, he experimentado con arcillas blancas, como también con arcillas y esmaltes de alta temperatura.

El resultado de este proceso me ha posibilitado lograr efectos interesantes. Los esmaltes de alta temperatura han podido compenetrarse con las piezas, permitiéndome lograr el resultado deseado, sobre todo en las espirales.

— Has incursionado en los textiles y fuiste partícipe del taller de la recordada Martha Cajías. ¿Qué te aportan los telares, el mundo de las tejedoras?

— Mi primer encuentro con los textiles fue en un seminario de Semiotica del Textil Andino. Quedé profundamente impactada por la inmensa capacidad de contener significados, de marcar un código, un lenguaje de formas y colores donde se podía leer el tejido. Entendí que los textiles andinos no solo son todo un lenguaje, son una “visión de mundo”; que llega de muy lejos para ser comprendido ahora. Si bien no hubo una lengua escrita, nos dejaron un lenguaje de símbolos excepcionales. Luego participé un taller de telar. Nos llamábamos “Las Cusi Cusi”. En este taller estábamos Martha Cajías, Silvia Arce y Mónica Chara, con una maestra uruguaya muy querida, Magali Sánchez Vera. Los recuerdos de este taller aún siguen latiendo vivos en las que todavía quedamos. Como escribe Magali: “detuve a las Cusi Cusi en el tiempo y las guardé en mi alma donde siguen hablando, riendo, proyectando, tejiendo, tiñendo lanas e hijos con el mismo amor. De la casa única y especial de Martha donde tomábamos nuestro matecito en la cocina recuerdo colgados unos pimientos atados en cadena sobre el marco de la ventana. Todavía tengo algunos y este verano planté y ¡coseché!… Para mí las Cusi Cusi están detenidas en el tiempo y las lanas siguen secándose al sol, volviendo los árboles arco iris de hebras”.

La artista Corina Barrero mostró su trabajo en la galería AR° T Sarabia en San Miguel, La Paz.

Entrar en el mundo de las tejedoras es abrir una puerta hacia una dimensión aparte, donde el tiempo se detiene mientras los tintes y los atardeceres son uno mismo con la tarde, mientras en una olla grande que hierve en el jardín las lanas, los fierros encontrados, las retamas y la cochinilla generan ese aroma a tierra fértil que se quedó prendido en nuestros cabellos. Actualmente, trabajo en batik tradicional, batik en seda y arte textil experimental.

— ¿Por qué crees que tanto la cerámica como el arte textil se ven como un arte de segunda categoría o decorativo?

— En ciertos espacios del arte se tenía la idea de que la cerámica era un arte menor. La mentalidad en ese tiempo se regía por corrientes muy clásicas. No obstante, había otros espacios que apreciaban el arte cerámico y que nos posibilitaron sus galerías para exponer nuestras obras. Esta percepción de lo que es el “arte mayor” y el “arte menor” ha cambiado totalmente en nuestros días.

— Hace un tiempo dijiste que estabas en un proyecto que aunaba collage y poesía. ¿En qué anda ese libro-arte?

— Durante la pandemia tuve cierta necesidad de cerrar algunos ciclos inconclusos. Tenía varios proyectos en collage aun sin finalizar. Tenía también poesías de varias épocas que habían quedado guardadas, con la idea de ser publicadas en algún momento. Abrí las cajas guardadas y puse todo en una mesa grande en mi taller. La primera idea era hacer orden y usar los papeles que ya no usaría para convertirlos en papel reciclado.

Comencé a leer los poemas uno tras el otro y a desplegar las imágenes de los collages por toda la mesa y el suelo. De pronto, las imágenes iban apareciendo y me daba cuenta de que tenían cierta relación con la poesía: había una especie de sincronicidad, un diálogo entre ambas.

Ahí comenzó el recorrido de las imágenes por las palabras y viceversa, de las palabras que giraban en torno a las imágenes. El proyecto del papel reciclado quedó en la nada: todo era útil y encontró su lugar. Entre el juego y la magia pasaron los días y los meses, cuando dejé descansando este libro inmenso que había quedado como un fruto reciclado y reincorporado a un nuevo tiempo.

— ¿Qué recuerdos del legado (vida y obra) del poeta Guillermo Bedregal García tienes? Estaremos en 2024, a medio siglo de su muerte (aquel fatal accidente de auto en octubre de 1974) y su poesía sigue más viva que nunca. ¿Habrá algún tipo de homenaje?

— Fue muy breve el tiempo compartido con Guillermo Bedregal García, mi primer esposo. Evocarlo es sumergirme en un lapso de tiempo girando alrededor de memorias y vivencias que se van tejiendo sobre una urdimbre hecha de palabras, imágenes, olores, espacios recorridos, colores que han quedado en la retina del ojo, músicas escuchadas a lo lejos; ecos. Como si todo esto estuviera aquí, presente en mi alma, como si fuera posible haber crecido algún otro órgano al lado de mi corazón para contener y guardar toda esa inmensidad de lo vivido.

Muy temprano en las mañanas se levantaba a recoger el periódico y luego salíamos al Prado a tomar desayuno en La Crêperie, un lugar pequeño y precioso cerca de la UMSA. Algunos días dábamos largos paseos por espacios de una ciudad que quería mostrarme: la estación, Llojeta, patios en casas antiguas. Otros días íbamos a la radio Chuquisaca, donde él grababa un programa llamado El Alcázar; y volvíamos a pie en el frío de la noche. Nos encantaba.

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Algunas noches visitábamos a Jaime Sáenz, amigo entrañable. Ir donde Jaime era un evento especial. La tía Ester nos esperaba con un té caliente, y sentados alrededor de aquella mesa hexagonal que tenía, un bello gobelino como mantel, compartíamos historias que Jaime y Guillermo contaban con mucho humor. También habían lecturas y música mientras las horas pasaban rápidamente.

Los días nos quedaban cortos y Guillermo escribía Ciudad desde la Altura, como si tuviera prisa. Fue una época de vivencias que me quedaron marcadas profundamente, como en todos los que pudimos compartir este tiempo. Unos años más tarde escribí un breve texto sobre este tiempo que pretendo publicar junto a un último trabajo suyo, que son textos de su programa en la radio Chuquisaca. Publicaré en octubre del año de viene, a modo de homenaje, pues son 50 años de su partida.

Han bajado las mujeres

“Han bajado las mujeres / por las piedras / hacia ríos subterráneos / hacia cuevas escondidas / en la periférica sustancial de los sueños / extrayendo con las manos / un vientre arcilloso y primitivo / una flor abierta / en su interior / el orden delicado de los cielos.  El orden de los cielos / atravesando ciclos milenarios / que circundan este cuerpo / continente / que en lo interno está bullendo / amaneceres / que has trazado por los aires / con el tacto de los dedos / que intuitivos acometen caricias / de los cuerpos encendidos”. (Del poemario Pertenencias y otros fragmentos, 1995)

Texto: Ricardo Bajo H.

Fotos: Ricardo Bajo y galería arº T

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El mundo paralelo (y musulmán) de Alison Spedding

La escritora inglesa/boliviana lanzará este mes de julio su nueva novela ‘El secretario de su delirio’, una ucronía yihadista/indigenista/feminista.

Por Ricardo Bajo H.

/ 2 de julio de 2023 / 06:40

Esto es la República Islámica Libre de Qullastán. Los musulmanes (y no los cristianos) conquistaron primero la Península Ibérica (sin “reconquista” posterior) y luego todos los territorios desde México hasta la Patagonia. Esto se llama ahora Amerikiyya, musulmana y no latina. Solo en el norte, en los Estados Confederados de América y en la Confederación Luisiana-Canadiense, gobiernan los cristianos. En Californaya, mandan los rusos zaristas (la revolución bolchevique no existió nunca).

En Qullastán las mujeres se están organizando; dicen ellas que tienen tanto derecho como ellos a interpretar y cumplir los mandatos del Corán. Algunas se reúnen en “warmis marcas”, los pueblos de mujeres. Otras estudian en la clandestinidad para ser maestras y se juntan en la “madraza” de chicas para hablar de Ibn Katari y Sayyida Bartolina, personajes borrados por la historia. En el pasado ellas también lucharon contra los granadinos  y combatieron —voluntad de Alá— contra los impíos. Ahora van a actuar, pronto van a exigir con las armas (su organización subversiva se llamará “Las que arrastran”) que la universidad no sea solo para ellos. Ahora los hombres van a rendir cuentas.

Hemos caído en una grieta del tiempo. Estamos dentro de la última novela de Alison Spedding. Se llama El secretario de su delirio (editorial Mama Huaco, de próxima publicación). Esto es una entrevista con la “Gringa Alicia”, como la llaman sus colegas cocaleros de los Yungas. Spedding sigue cultivando hoja de coca ecológica en San Bartolomé (Chulumani); y sigue escribiendo libros sobre el tema (los dos últimos Manual del buen dirigente y Masucos y vandálicos: los conflictos en los Yungas, 2017-19).

Spedding es una enamorada de los géneros literarios. Los ha cultivado toditos: cuentos (El tiempo, la distancia y otros amantes); novela histórica (Manuel y Fortunato: una picaresca andina); la ciencia ficción (su trilogía inglesa y De cuando en cuando Saturnina); novela de saga familiar (Catre de fierro); “thriller” (El viento de la cordillera); y ensayos e investigación académica.

No tenía (hasta ahora) una ucronía; subgénero de la ciencia ficción, capítulo universos paralelos. Ahora ya la tiene. Spedding fantasea a partir de una pregunta: ¿qué hubiese pasado si los árabes musulmanes y no los europeos cristianos hubiesen contratado a Colón y conquistado el centro y el sur de América? Spedding ha estudiado y leído el Corán y recientemente ha dirigido una tesis en la carrera de Sociología de la UMSA (donde es docente) sobre la conversión al Islam de mujeres bolivianas. “¿Sabías que los islámicos no tienen Papa?”, dispara en mitad de la charla. Alison viste de negro, de arriba abajo; a ratos parece una ciudadana de Qullastán.

— ¿Cómo nació esta ucronía?

— Desde hace bastantes años tenía la idea de hacer un libro en el género de historia alternativa. De hecho, entre los historiadores profesionales existe un subgénero conocido como ‘historia contrafactual’ donde se empieza planteado una pregunta como: ¿y si los independentistas de Nueva Inglaterra hubieran perdido la guerra en 1776? Y se procede a imaginar y relatar cómo hubieran sido diferentes los eventos posteriores. En mi caso, la pregunta de marras era: ¿y si los moros de Al-Andalus hubieran contratado a Colón? América Latina sería América Musulmana. La plata de Potosí hubiera terminado igualmente en China de todos modos (pues ellos no aceptaron otro pago que en metálico para sus mercancías) pero habría ido directo de Sevilla a Estambul y de allí hacia el este. Entonces, Europa habría estado bastante alicaída en comparación con nuestro mundo.

De ahí, los anglos no conquistan más que el este de Norteamérica. Hay una Revolución francesa y una retirada de Moscú, pero Napoleón gana en Waterloo; entonces, no existe la compra de Luisiana porque Napoleón dijo no. Los rusos llegan hasta California en nuestro mundo, pero en ese mundo llegaron para quedarse, y además no hubo una Revolución Rusa, y por tanto, México tiene frontera con Californaya, que es parte del Imperio de Todas las Rusias; y así sucesivamente.

Me tomó bastante tiempo ir urdiendo todo esto, y a la vez —¡obviamente!— dedicarme a estudios islámicos. Como antropóloga formada en el Reino Unido se daba por supuesto que una debía tener conocimientos básicos de las culturas islámicas y haber leído unas cuantas etnografías clásicas al respecto. En base a eso fui buscando otros materiales y leyendo el Corán al menos tres veces.

— ¿Cuál es la trama?

— La novela tiene una trama principal, que son las desaventuras de Aisha, profeta —o al menos visionaria, después de Mahoma no hay más profetas— en contra de su voluntad. La protagonista conoce a un grupo de mujeres sufíes feministas en Cochabamba. El sufismo es algo parecido al pentecostalismo en el cristianismo, siendo la ala o corriente más dado a prácticas estáticas y misticismo. Estos eventos se desarrollan en la República Islámica Libre de Qullastán, sunita.

Alison Spedding vende sus libros en La Asunta, en los Yungas.
Alison Spedding vende sus libros en La Asunta, en los Yungas. Foto: Ricardo Bajo Herreras y Alison Spedding Pallet

— Insertas en la novela (en realidad, son libros que lee una de las protagonistas, la Calixta) fragmentos reescritos y continuaciones de obras clásicas como El Buscón de Quevedo o un relato de Raymond Chandler. ¿Son ejercicios experimentales?

— Tenía en mente hace tiempo un proyecto. Era la (nunca escrita en este mundo) segunda parte de El Buscón de Francisco de Quevedo, donde don Pablos va a las Indias. Va a Potosí, a una fiesta de indios. Sentía que no tenía la capacidad de parodiar el castellano del Siglo de Oro, pero me lancé. Un colega español que leyó el manuscrito aprobó mi pastiche como reproduciendo en todo aspecto el lenguaje y el humor sarcástico del original. Creía que toda persona interesada en literatura en castellano conoce la primer parte del Buscón, pero ahora creo que en Bolivia, si identifican a Quevedo, es porque es un personaje menor de la película del Capitán Alatriste.

Mi don Pablos sale de Al-Andalus para ir a las Indias musulmanas. Los otros dos textos también representan literatura popular de sus respectivas épocas: la policiaca de Raymond Chandler y luego una revista que reproduce capítulos de Caso Cerrado; claro que con la Doctora Polo llevando “hiyab”.

— ¿Qué tanto se parecen Qullastán y Bolivia?

— Mientras iba armando el contexto de la novela, consideraba las diferencias que habría traído una conquista musulmana. La tradición de tejidos con diseños que el arte occidental llamaría abstractos habría tenido gran impulso sin incluir imágenes figurativas. Las borracheras rituales se hubieran ido reduciendo y se hubiesen convertido en cada vez más clandestinas. No se hubiera tenido nada en contra de la coca. La poliginia prehispánica se hubiera mantenido sin problemas (gran parte del libro trata de las relaciones entre “dorras”, lo que la antropología llama ‘co-esposas’, esposas del mismo marido).

Santa Cruz se llamaría Ciudad del Piraí, mientras La Paz sería Chukiyawu solamente, y Cochabamba, Oruro, Tarija y Chuquisaca (incluyendo la ciudad) mantendrían sus nombres. La Guerra del Pacifico se libró sólo entre Araucania (el Chile actual) y el Perú (ese siempre ha sido su nombre), pues Qullastán nunca tuvo mar, pero sí ganó la Guerra del Chaco y Paraguay sería el décimo departamento. Los Yungas son los Yungas, Larecaja es Larecaja, y por supuesto, tenemos el mismo Illimani y la misma marraqueta.

— La obra habla de contar la “historia de las mujeres”, de relatos del pasado ignorados y ocultos. Como casa todo esto con un presente donde los feminicidios van en aumento día tras día.

— Parte del activismo de las feministas islámicas consiste en rescatar y difundir esta historia de las mujeres. Permítame decir que creo que es debatible que en años recientes realmente haya un aumento cuantitativo en la violencia machista contra las mujeres. Más bien hay un gran cambio de actitudes respecto a publicar y denunciar estos hechos. Hace apenas un par de décadas, denunciar que la hija había sido acosada sexualmente era visto como “deshonrar a la familia”, y hasta “deshonrar” a la misma víctima, pues lo correcto era guardar silencio, y de paso, encubrir al victimador.

Como la mayoría de los actos de violencia ocurrían a puertas cerradas, presenciados sólo por miembros de la familia inmediata, eran considerados actos que, si bien nada correctos ni deseables, eran cuestiones privadas que no debían llegar al conocimiento de terceros y menos a las autoridades. Hoy, más bien, la familia “deshonrada” sería la que sigue ocultando estos hechos. De ahí viene un gran aumento de denuncias. Si se comete más actos de violencia en comparación con la cantidad de población, es algo que a mi parecer no ha sido demostrado de manera definitiva.

Es también posible que las mayores facilidades legales para obtener la separación o el divorcio, exigir pensiones familiares y similares, que permiten a más mujeres liberarse de una relación insoportable, dan lugar a un mayor número de maridos despechados que reaccionan violentamente ante estos retos a una autoridad que ellos creían absoluta. Entonces esta ola de violencia, si efectivamente es una crecida, sería una época necesaria hasta lograr anular esas actitudes sociales machistas.

— Atraviesa la novela tu paso por la cárcel. ¿Cómo has construido esos tres personajes de la novela, las dos Aishas y la Calixta?

— Doris Lessing dijo alguna vez que el/la autora de una novela es “todos” los personajes; incluso los que la misma perspectiva autorial representa como despreciables o hasta repelentes, y no sólo los protagonistas o heroicos. Esto suele ser difícil de aceptar por parte de lectores. Dostoyevsky es, o era, Smerdyakov y el viejo Karamazov, a la vez era Raskolnikov y Aliosha. Los episodios de encarcelación o detención, no sólo en cárceles si no en otros tipos de instituciones totalitarias, son recurrentes en todas mis novelas. Incluso antes de que yo misma llegara a la cárcel; ¡habrá sido una prefiguración! No sé porqué algunos piensan que Calixta en particular me representa, aunque es cierto que su caída por la grieta entre universos, cuando sube a una flota que resulta ser diferente, procede directamente de un sueño que tuve, cuando estaba media bloqueada con esta novela, y que me iluminó para no concebirla como historia alternativa, sino como otro subgénero de la ciencia ficción, los universos paralelos.

— Uno como lector se queda al final con ganas de más (eso es una buena señal). ¿Habrá segunda parte de El secretario de su delirio? Por cierto, ¿de dónde sale ese título?

– Es una cita de Lacan, o eso me dijo un amigo en Cochabamba. Estoy de acuerdo con que el final de esta novela no es el final de todo el relato: podría haber una segunda parte, titulada En búsqueda de la grieta donde “Las que arrastran” entran en contacto con el Comando “Flora Tristán”. “Las que arrastran son “Flora Tristán” en clave islámica, aunque todavía más radicales; pues sí o sí se dedican a “soft targets”.

No es una grieta en el tiempo, es una grieta entre universos, en un tiempo que corre más o menos paralelo; en los dos universos que figuran en la novela, ha habido las mismas guerras pero no siempre los mismos ganadores. Hay los mismos autores pero escriben otros libros, y los mismos personajes, pero no siempre con las mismas trayectorias de vida, como se demuestra en los casos de Napoleón y Lenin, y también con la “Sayyida” Bartolina.

Tal vez en el mundo de Qullastán, Stephen Hawking no pudo superar su enfermedad y no tuvo logro científico alguno, pero no por eso sus teorías no podrían ser aplicables, aunque nadie las conozca. Dado que —hasta donde ha llegado la narración— parece que el viaje entre universos es sin retorno, no me gustaría tomar esa ruta en absoluto, ni siquiera para visitar el Hollywood de Metro Goldwyn Eisenstein, y menos para conocer los Estados Confederados de América, donde tardó un siglo más que en este mundo la abolición de la esclavitud.

— La novela gira alrededor de la religión (islámica). ¿Hay espacio y tiempo para que las tres religiones monoteístas no sean captadas por los sectores más reaccionarios? Nos olvidamos, por ejemplo, que hay interpretaciones feministas del propio Corán.

— Al menos tratando de los “Pueblos del Libro”, como llaman los musulmanes a los seguidores de las tres grandes tradiciones monoteístas (bueno, monoteístas según los cristianos, para el Islam la doctrina de la trinidad es politeísta), cada tradición es diversa y tiene tanto sus ramas que promueven la liberación —sino ¿porqué Bob Marley cantó Redemption Songs?— como las reaccionarias y represivas. Si bien estas, por su propia naturaleza y conductas, suelen ser las más notorias y con impacto más impresionante.

Uno de los objetivos de mi libro es ofrecer una visión más amplia del Islam, pues me he ido dando cuenta de que hasta las y los intelectuales bolivianos en general reconocen la cara de Osama bin Laden, pero más allá de eso no saben casi nada más que reportes mediáticos superficiales sobre radicales intolerantes y actos de terrorismo, que son tan representativos del Islam como el Santo Oficio de Torquemada podría ser del cristianismo, o siquiera del catolicismo.

— Has sido muy crítica con el gobierno del ex presidente Evo Morales, que terminó en un golpe de Estado y la llegada de un gobierno de ultraderecha con la Biblia en la mano y dos masacres. ¿Cómo analizas la política boliviana y hace donde crees que caminamos?

— No me ha sorprendido que un colega brasileño tomara el acto oportunista de Camacho de entrar al Palacio Quemado con la Biblia en su mano como indicio de que estaríamos frente a un nuevo Bolsonaro, pero sí me sorprende que alguien que reside en Bolivia lo haya tomado igualmente en serio. Reclamos del evangelismo fundamentalista no han sido elementos destacables de las acciones posteriores de Camacho y sus seguidores, y las arengas disparatadas del ministro Arturo Murillo tampoco bastaban para calificar el gobierno de transición —que es la denominación correcta, siendo neutra y fuera de las polémicas infructuosas de golpe versus fraude— como de ultraderecha. Eso es tan desubicado como calificar al MAS como de ultraizquierda (o siquiera como socialista, diría yo).

Yo me inscribí en el MAS en 2002, aunque nunca he militado como tal, y considero que a partir de su tercera gestión, ganada en base a argumentos chicaneros que no hemos sabido rebatir en su momento, se desvió de su rumbo inicialmente esperanzador y empezó a fomentar la división y la polarización con fines de persistir en el poder a toda costa. Por supuesto que esta mi posición se debe mucho a ser socia de Adepcoca, organización que también apoyaba al MAS en un principio pero que desde 2017 pasó a la oposición activa.

No estuve de acuerdo con recibir a Camacho en la única ocasión que vino a darse una vuelta de popularidad en el mercado de Villa Fátima poco antes de la huida de Evo, pero en ese entonces era “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”. Después jamás tuvo contacto alguno con los cocaleros de Yungas. Por haberle recibido una vez ¿somos de la derecha?

El gobierno de Arce ha pasado de la represión directa a la represión judicial, deteniendo a dirigentes de todo nivel con la misma lista de 15 delitos. La mayor parte termina descartada por falta de prueba alguna, pero aún así sirven para perjudicar a la persona detenida durante un mínimo de dos años, hasta que pueda salir por retardación de justicia. Esto ha sido más efectivo en debilitar a las organizaciones, pues ya nadie quiere ir de dirigente por miedo de ser encarcelado con falsas acusaciones. No calificaría esto como acción de derecha ni de izquierda, es realpolitik, pero un realpolitik sumamente desagradable.

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Con razón los evistas se llevan tan bien con México, pues pareciera que su meta es reeditar el modelo del PRI: caciquismo y corrupción rampante incluida, con vistas a permanecer 60 años en el poder. ¡Y aún más lamentable es la llamada oposición! Hasta ahora no han podido aprender que ser oposición consiste en, cada vez que el gobierno emite una propuesta, lanzar una propuesta alternativa argumentando lo que ellos —estando en el poder— harían por la salud, educación, creación de empleos, etc. Sería mejor y más efectivo. En vez de eso siguen creyendo que ser oposición consiste en intentar meter un palo a la rueda mediante denuncias quejumbrosas, sin llegar siquiera a ser demagógicos como para granjear apoyo.

Rodrigo Paz tiene un discurso más razonable, pero votar por él sería favorecer el regreso de la vieja guardia tampoco tan gloriosa (ni libre de vínculos tipo ‘narcoestado’) en su época. Desde Santa Cruz se pasan alabando el ‘modelo cruceño”. ¿Será que no se dan cuenta de que si no salen de su regionalismo irredento nunca tendrán una candidatura con arrastre nacional? Carlos Mesa se ha mostrado incapaz de montar una campaña efectiva, y menos en provincias. Y el “Wayna Mallku” debería llamarse “Yuqalla Mallku”.  Si yo fuera el MAS, lanzaría de candidato al Andrónico (o ‘el Andrógino’ como le llaman en Yungas); al menos pasaríamos cinco años escuchando discursos de otra persona. Pero no, se enfrascan en el viejo caudillo versus el nuevo que intenta en vano actuar como caudillo y tampoco ha cumplido las esperanzas de una gestión tecnocrática calificada.

— En tu novela, Bartolina Sisa es heredera del profeta Mahoma y otra vez vuelve al presente de nuestros días con amenazas de sitio y demás. ¿Crees en la memoria larga?

— Nunca me ha convencido gran cosa eso de la memoria larga, pero es como para creer que el asedio de Ibn Katari y la Sayyida Bartolina, en sus encarnaciones de nuestro mundo, habría dejado una cicatriz hereditaria en las mentes de los habitantes urbanos de Chukiyawu. Recuerdo cuando en 2003 llamaban desesperados a las radios alegando que las hordas alteñas ya estaban bajando por Llojeta, no hubo tal. En 2019 sí llegaron a una especie de “Mexican stand-off” (jerga en inglés para referir a cuando dos bandos enfrentados se paran uno frente al otro pero al fin no se atrevan a pelear) en barrios como Irpavi, pero tampoco llegó a mayores. Se quedaron en lamentos diciendo que los alteños robaban los rollos de papel higiénico del Megacenter.

En Yungas rezamos para que los peruanos extraditen al Evo a la hermana república. De repente si pasaría eso, se cumpliría la invasión de Puno en 2025 (por parte de tropas masistas a la cabeza de Lidia Patty, Bartolina vuelta hecha millones), tal como lo he retratado en De cuando en cuando Saturnina. Hace varios años, cuando quemaron a su alcalde en Ilave, dijeron que querían pasar a Bolivia. En mi novela, Lima al fin tira la toalla, pues Puno les cuesta más que los beneficios que obtienen de esa mancha india, y lo dejan ir. En este país, nunca se sabe qué puede pasar a futuro; la única cosa que se conoce a ciencia cierta es que la coca seguirá manteniendo al país por los siglos de los siglos, amén.

Texto: Ricardo Bajo H.

Fotos: Ricardo Bajo Herreras y Alison Spedding Pallet

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¿Por qué cantan (solo) las mujeres?

Cuando presenta ‘Hidrometeoros’ dice una frase que me deja pensando: ‘esta ciudad es mi madre’

Ricardo Bajo

/ 28 de junio de 2023 / 07:35

En el público del Grillo Villegas hay de todo, como en botica vieja. Changos y changas de veinte años, sesentones y matrimonios viejos, treinteañeras con wawas, señores divorciados y otras faunas de la ciudad/madre. ¿Por qué cantan (solo) las mujeres? “Cantar es uno de los mejores ansiolíticos, vamos a olvidarnos del mundo por un rato”, ha dicho el maestro (de ceremonia) al comienzo de la tocada paceña de su gira 2023 Teoría de cuerdas. Cuando suenan las últimas canciones y todas las chicas conforman un hermoso coro, el Grillo dice: “¡qué lindo que canten y qué lindo escucharlas!”.

Cantar juntos nos hace bien. Los chicos apenas tarareamos en los conciertos del Grillo. Dice la ciencia que cantar espontáneamente en compañía de otras personas en un lugar público cambia nuestro cerebro para bien. Rodrigo Villegas es un faquir que cura con anfetaminas de música y cuerdas.

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El canto nos devuelve al útero materno. Escuchamos canturreos desde ahí adentro y no sabemos lo que son. Pero nos hace sentir bien. Luego cuando salimos (el gran pecado capital) siguen las canciones, los ruidos y los gruñidos; es un lenguaje maternal/musical. Por eso cantan (más) las mujeres; para arroparse. Por eso, el Grillo agradece, porque se siente arropado.

A veces no entiendo las letras del Grillo. Son enigmáticas; hablan de momentos de su vida y de otras cosas insondables. A veces su voz es ahogada por el cuarteto de cuerdas, por el sonido profundo y hondo de la batería, por un riff de su guitarra, por el piano de cola que emerge como un camión desde el fondo del escenario. ¿Cómo sé, entonces, si la canción es alegre o triste? Desapareciendo es triste. “Es la más cortavenas del disco más cortavenas”, dice el Grillo. Es del primer álbum de Llegas.

Cantar (juntos) mejora los niveles de estrés, la memoria y es tan misterioso/poderoso que los que sufren autismo o tartamudez se olvidan del mundo por un rato. Participar de un coro combate la depresión y aumenta nuestra tolerancia al dolor. Bailar juntos, también. ¡Qué pena que casi no hay espacio en el Teatro Municipal para bailar! Una vez vi gente danzar en los pasillos de la platea y vino alguien para decir que eso estaba prohibido. ¿Por qué todo lo que nos hace bien está prohibido?

El Grillo ha resucitado viejas canciones para tocar en vivo. Se arrepiente de algunas letras ingenuas, “era un jovencito enamorado”. Cuando pide al público que solicite una, no quiere las de siempre. “Desafíenme”. Entonces alguien grita Salto. Y esa es la elegida. “El miedo a estar solo se disfraza de amor”. A veces creo que las canciones de Villegas son aforismos, uno encima del otro.

El Grillo se ha rajado componiendo arreglos para sus temas y mete de contrabando composiciones de música clásica, a manera de “intros”. Unos funcionan bien; en otros, hay transiciones abruptas. Dice que los créditos para los arreglos y la dirección son de Hermeto, su gato, su “compañero”. En octubre cumplirá 33 años sobre los escenarios, el Grillo, no el gato. Pronto volverá Christian Krauss para conmemorar los 25 años del Pesanervios, el disco que no pudo presentar por su accidente de carro. Y pronto el Huye el sol hará 30. Nos estamos poniendo viejos. 

Cuando presenta Hidrometeoros dice una frase que me deja pensando: “esta ciudad es mi madre”. Es verdad, La Paz es un útero gigante que nos cobija. “Suelta las mentiras / y ese disfraz que alquilas”. En el hall del Teatro, hay una chica que vende lindas camisetas negras (a 100 bs): tienen los nombres de los quince discos de Villegas, su verdadera historia; con sus tipografías originales (muchas de ellas son creación de Sergio Vega). “Mi vida está metida en esa camiseta”. ¿Para qué guardamos tantas cosas si todo entra en una polera?

Volvamos. Cantar (juntos) crea un fuerte sentido de comunidad. Las personas que cantan en grupo desarrollan una conexión especial. Por eso la hinchada de un equipo de fútbol se siente mejor cantando/estando juntos. Por eso, las seguidoras del Grillo son una “torcida” de bien/estar. Es pura química: las endorfinas se liberan y la oxitocina es la reina de la noche; una noche de abrazos. Nuestros cuerpos serenos necesitan de la música para respirar mejor.

Con las canciones del Grillo, con el chello de Andrea García, nos tocamos en la soledad de la oscuridad. Suena Huesos. Y la voz de Lucía Leyes (“la más nuevita”) nos trae de vuelta las voces de las (todas) mujeres (de Villegas); desde Rocío a Claudia, desde Mayra a Mariela. «Si necesito volar / a buscarte para cantar / y aquel silencio olvidar”. Por eso cantan las mujeres, para olvidar tantos silencios, para alejar las penas (de Raquel), para abrir las alas.

(*) Ricardo Bajo es un pinche periodista

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Una esvástica en el Illimani

En 1940 dos escaladores alemanes colocaron una esvástica en la cima. Ante eso, un boliviano y un inglés del Centro Boliviano Andino subieron y la quitaron.

Una escalada al Illimani.

Por Ricardo Bajo H.

/ 25 de junio de 2023 / 06:30

Wilfried Kühn y Friedrich Fritz son hijos de la obsesión nazi por las montañas. Cuando colocan una esvástica sobre el Pico Sur del Illimani (a 6.460 metros dobre el nivel del mar) en marzo de 1940 creen haber alcanzado la gloria. Será su “fragmento precioso” (así lo denomina la psicología) que impida que sus nombres sean olvidados. Será su “Rosebud”; volverán a ese momento el resto de sus vidas. El famoso “übermensch” (el super hombre) de Nietzsche es un ser superior que vive en las montañas, lejos del mundanal ruido. Así se sentían Kühn y Fritz ese día; dos superhéroes en la punta del Illimani, con el mundo/La Paz a sus pies.

El III Reich de Adolf Hitler convirtió el deporte de montaña en una cuestión de Estado. Las hazañas en las grandes cimas del planeta formaban parte de la propaganda nazi y los montañeros eran convertidos rápidamente por la maquinaria de propaganda en auténticos ídolos. Quizás en eso pensaban Wilfried y Friedrich aquella mañana del 30 de marzo de 1940 cuando clavaron en el hielo lo que ellos llamaban “la bandera de Alemania”. El caso es que el tiro iba a salir por la culata; o el “piolet” iba a volar por los aires. El guardián, el espíritu protector de la ciudad, se iba a enojar. Y con él, todos los paceños.

Hacía solo tres años que otra montaña, a la que llaman “asesina”, había sepultado a la mejor generación de alpinistas alemanes, liderada por Karl Wien. El Nanga Parbat (la novena cima más alta del mundo con sus 8.125 metros) es una montaña sabia, como todas. Es el “ocho mil” más peligroso en el lado pakistaní del Himalaya: al día de hoy casi 100 montañistas han muerto bajo sus nieves.

Una recreación de la bandera nazi en una montaña.
Una recreación de la bandera nazi en una montaña. Fotos: Ricardo Bajo, Club Andino Bolivian

El 15 de julio de 1937 una avalancha que cae desde la vertiente Rakhiot sepulta a 16 personas (nueve sherpas, seis alemanes y un austríaco). Hitler les había dado una orden: “deben llegar a la cima del Nanga Parbat o morir”. En 1934 otra expedición nazi —la primera a la cordillera más alta de mundo— había fracasado también con un balance de 10 muertos. No lo estaba pasando bien el alpinismo nazi. Quizás por eso Kühn y Fritz pensaron en darle una buena/pequeña noticia al “Führer”: una esvástica en el Illimani.

Joseph Goebbels, ministro de Propaganda y gran aficionado a la montaña (en su juventud llegó a escribir una novela sobre el tema, Michael) cojeaba. No era precisamente la viva imagen de la idea “nietzschiana” de la superioridad racial. Pero fue el gran impulsor del uso perverso del deporte por parte de Hitler para lograr la raza aria perfecta: “el deporte solo tiene un objetivo, forjar el carácter alemán”. No contaban ni con el gran Jesse Owens (atleta negro que logró cuatro medallas de oro en los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936) ni con los fracasos estrepitosos en el Nanga Parbat.

Los nazis se sentían a gusto en las montañas solitarias: los grandes precipicios, las nieves vírgenes, el hielo inaccesible, el frío y la falta de aire recordaban a los conflictos humanos insolubles y apasionantes. El ego inflado de una nación era una bandera del III Reich en lo más alto de la cumbre más deseada. 

La única foto real de la esvástica en La Razón en abril de 1940.
La única foto real de la esvástica en La Razón en abril de 1940.

La magnífica cineasta, gran aventurera y nazi (se puede ser las tres cosas a la vez) Leni Riefenstahl también era alpinista y entró al mundo del cine de la mano de Arnold Fanck, pionero alemán del género de películas de montaña (con su mítica Der heilige Berg de 1926). Iba a ser la primera de muchas películas que iba a rodar Leni (como actriz y directora) en las cimas: El gran salto (1929, rodada en los Dolomitas), El infierno blanco del Piz Palu (1929), Tormentas sobre el Mont Blanc (1930) y La luz azul (1931, el filme que maravilló a Hitler). En sus mejores sueños Wilfried Kühn y Friedrich Fritz se veían como protagonistas de una película de Riefenstahl. Sabían que el defenestrado Ernst Rohm, el cofundador de las “Sturmabteilung” (las temibles SA), había vivido en La Paz hacía 10 años (entre enero de 1929 y octubre de 1930). Todo era posible, soñar es barato.

El episodio de Kühn y Fritz no va a tener un “happy end”. Es más, toda una ciudad se iba a levantar contra esa esvástica; no tanto por la bandera nazi sino porque esta había sido clavada por encima de la tricolor boliviana y en un tamaño mucho más grande. Pero volvamos al principio.

Wilfried Kühn viene de escalar el Chimborazo (6.263 metros) y el Illiniza (5.248 metros) en Ecuador. Y un monte que no sale en los mapas del Asia, el Tamabent, según ha contado al periódico New York Times. O eso replica La Calle. Ha llegado, antes de trepar el Illimani, a la cima del Sajama (6.542 metros) y al Jacha Cuno Collo (en la cordillera Quimsa Cruz, de 5.800 metros). La expedición alemana la completan Friedrich Fritz y Rodolf Boettger. El segundo ha intentado subir al Illimani en compañía del italiano Piero Ghiglione pero han fracasado; se han quedado a 600 metros de la cumbre. 

Los tres alemanes —bien aclimatados a la altura— salen de La Paz el miércoles 27 de marzo de 1940 (en plena II Guerra Mundial) hacia Palca, vía Calacoto. Pasan por Quilliwaya y la finca Unni para llegar a la estancia Pinaya donde alquilan unas mulas y pasan la noche. El jueves trepan durante tres horas hasta el campamento base. Es una caminata fácil, no hay grandes cuestas. El resplandeciente Illimani está a sus pies; a un lado el altiplano interminable, al otro, el lago sagrado. 

El refugio del Club Andino Boliviano en Chacaltaya.
El refugio del Club Andino Boliviano en Chacaltaya.

A las cuatro de la mañana del viernes, todavía sin la luz de la abuela sol, parten del campamento base. La ascensión se hace lenta: los ventisqueros son lugares lindos para detenerse, agarrar fuerza y dejarse maravillar por una belleza sin igual. Los desfiladeros cortan la respiración. Son angostos con espectaculares caídas a ambos lados. Al más mínimo error, “ch’akatau”. Los alemanes calzan botas de suela de goma y diez púas de ocho centímetros para clavarse fijos en el hielo. Dan pasos cortos, inclinan el cuerpo hacia adelante. Kühn, el más experto, abre la ruta; el resto pisa zonas con restos de nieve. Parecen una hilera de pingüinos. No sabemos cuántos porteadores caminan junto a ellos; tampoco sus nombres. Los “nadies” de las montañas son los grandes desconocidos, los verdaderos héroes del silencio.

Las cuerdas están tensas, todos se agarran a ellas como a la más firme esperanza. Trepan y trepan lentamente durante diez largas horas. Las vistas son únicas y el sentimiento de libertad, indescriptible. El cielo está al revés, las estrellas esperan en el piso. Bajo sus pies, los testigos de hielo tienen 18.000 años de historia.

A las seis de la tarde/noche una tremenda tormenta de nieve y viento manda a parar. La expedición alemana se encuentra exhausta a más de seis mil metros de altura sobre el nivel del mar. Con las pocas fuerzas que les quedan, cavan con sus piquetas un “vivac” (una cueva en el hielo) para pasar al raso toda la noche. El termómetro indica 10 grados bajo cero. 

El sábado es del día D. Faltan apenas 300 metros para hollar la cumbre. Salen dos hombres para arriba con bastones con regatón de hierro y piquetas. Son Kühn y Fritz. Rudolf Boetteger ha pasado una mala noche y se queda en el campamento alto. Apenas tiene fuerza para poder bajar. A las 10 de la mañana, los dos nazis hacen cima. De sus mochilas sacan un pequeño mástil. En lo más alto colocan una esvástica, debajo —cosida y mucho más pequeña— una bandera de Bolivia, la rojo, amarillo y verde. A pie del mástil, entierran un cofrecito con sus tarjetas personales (la de Boetteger, incluida) y la fecha de la ascensión: 30 de marzo de 1940. 

Los alemanes se toman fotos y ruedan con una pequeña cámara cinematográfica los extraordinarios paisajes. Es la primera vez que se escala el Illimani por ese costado, más escarpado y técnicamente más complicado. Cuando días después los nazis visitan el Observartorio de San Calixto y ven flamear la esvástica, sonríen y se dan la mano: “mission erfüllt”. 

La cabaña en una foto de 1940.
La cabaña en una foto de 1940.

La primicia es publicada —obviamente— por el periódico La Calle, feroz diario opositor del gobierno de facto del general Carlos Quintanilla Quiroga y del gobierno de Enrique Peñaranda del Castillo (los dos mandatarios bolivianos que tuvo aquel año, 1940). 

Los nazis alpinistas regalan la “pepa” a La Calle porque es el periódico que leen todas las mañanas. Simpatizan con la campaña que el diario de Armando Arce ha emprendido contra la incipiente comunidad de judíos en Bolivia, “in crescendo” después de la “Noche de los Cristales Rotos” en 1938, gracias al acuerdo de Mauricio Hotschild con el expresidente German Busch. Se divierten con titulares como estos: “Los judíos no se ríen, solo se ocupan de juntar moneda tras moneda” (17 de marzo); “Comienzan los judíos a realizar sus tenebrosos planes de dominación en Bolivia” (8 de abril, después de una pelea en un cafetín de la calle Colón); “El Libro Blanco publicado por los nazis contiene documentación sensacional: Inglaterra ha preparado cuidadosamente la guerra” (11 de abril). 

Kühn y Fritz son asiduos de las salas de cine donde se proyectan las famosas “revistas de la actualidad alemana”. Se solazan con los desfiles de las tropas del III Reich que ya han invadido Austria, Checoslovaquia, Lituania y Polonia. Y están a punto (será en mayo) de ocupar Bélgica. Pero algunos no están tan felices de recibir propaganda nazi en las salas oscuras y protestan airadamente. “Los judíos malcriados que se sientan en la galería de los cines zapatean o rechiflan los trozos de películas que muestran cualquier aspecto de la vida alemana. Esto es intolerable. Porque en Bolivia no han de ser pues los judíos los censores de las películas ni han de ser sus gustos los que tengan que prevalecer en los cines bolivianos. ¿Por qué razón, en nuestro país, tenemos que privarnos de espectar tranquilos en el écran la proyección de hermosas películas que nos permiten ver la grandeza del pueblo alemán que va ganando jirones de gloria admirable desde que ha expulsado a los judíos?”. 

Al día siguiente de la “gesta”, el presidente del Comité Nacional de Deportes (Alberto Nielsen Reyes) anuncia que el mismísimo presidente de Bolivia recibirá a los dos montañistas. No será así, el general Peñaranda se cuida. El domingo 31 de marzo, La Calle titula a ocho columnas: “Cómo llegaron a la cumbre del Illimani los alpinistas alemanes Kühn y Fritz: a 6.500 flamean las banderas boliviana y alemana”. La Calle no dice que la “bandera alemana” es una esvástica. Y tampoco dice, los nazis no lo cuentan, que la tricolor es diminuta y está cosida debajo de la nazi. 

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El Club Andino Boliviano es el primero en tomar cartas en el asunto. El CAB tiene recién un año de vida pero ya ha construido un refugio (“cabaña”) en Chacaltaya para practicar andinismo y esquí. Su directiva se hace presente en el Observatorio de San Calixto de la calle Indaburo y comprueba efectivamente que hay una bandera en el pico más elevado del Ilimani. La indignación crece. En ese mismo instante y lugar, deciden enviar una misión para retirar la “bandera extranjera” en cumplimiento estricto de las prescipciones de sus estatutos. Los elegidos son el boliviano Jesús Torres, el ingeniero mecánico inglés Eduardo de la Motte y los hermanos Raúl y Manuel Vicente Posnansky, los dos hijos varones de Arturo Posnansky, pionero de la arqueología de Tiwanaku, entre otras muchas cosas. 

El anuncio de las multas a los alemanes en el periódico La Razón, en abril de 1940.

El sábado 3 de abril sale de la ciudad de La Paz la expedición del Club Andino Boliviano, “la comisión”, al mando de Eduardo de la Motte, el quinto hombre que ha llegado en 1928 a la cumbre del Aconcagua (6.961 metros, el “centinela de piedra”, la máxima elevación de América); el primero (1936) en hacer cima en la montaña de más de cinco mil metros más austral de los Andes, el Sosneado (5.169 metros). 

Parten hacia Cohoni, vía Río Abajo; es la primera vez que se va a subir por esta ruta. Alquilan las mulas y cargan pasto gracias a la colaboración del corregidor Quintín Barrios y al señor Antequera que ofrece alojamiento. El domingo se detienen a una altura de 4.500 metros, es el campamento base. Están al frente del bastión de roca en la punta sur del Illimani. Encuentran algunos restos que han dejado los alemanes. Durante la noche cae una tormenta de lluvia y nieve que dura hasta la tarde del lunes, día 5 de abril.

Cuando la tormenta amaina, los hermanos Posnansky cargan las pesadas mochilas para que Torres y de la Motte, los designados para llegar a la cumbre, estén más frescos y alivianados. En los 5.700 metros montan el campamento alto. Levantan una carpa (de seda de avión) sobre una plataforma de roca y piedra menuda que sobresale del hielo. Construyen dos muros de piedra sobre el hombro rocoso para que entre la tienda. Las vistas son magníficas cuando los cuatro acaban la tarea. Los bosques vírgenes al este transmiten un aire helado de esperanza.

Pasan la noche a ocho grados bajo cero, tomando té. Arturo y Manuel Vicente Posnansky se quedan en apoyo como manda el sistema perfeccionado durante los últimos 20 años en el Himalaya. El capitán en andinismo, de la Motte, ata a la soga a su compañero menos experto, Jesús Torres. No por nada un peligroso filo en el volcán Lanín (en Neuquén, Argentina) lleva hoy el nombre de “La Motte”.

Jesús y Eduardo salen de noche para atacar la cumbre. Pasan sobre enormes grietas y a punta de crampón en los botines llegan a las 12.55 horas del 7 de abril a la cima del pico Sur del Illimani. El ascenso ha sido lento pues el inglés acusa la altura. “Torres, con sus pulmones bolivianos, no lo sintió tanto como yo; lo estimo como un augurio muy halagüeño, hará gran noticia para el andinismo de Bolivia”, dirá años más tarde sir Edward a sus colegas del Club Andino de Bariloche (Argentina).  La cumbre del Illimani es un filón casi horizontal de unos 50 metros de largo. En el punto más sur comprueban con sus propios ojos la afrenta. “Es un espectáculo insultante”, dirá De la Motte. Ahí está la tristemente famosa esvástica de los alemanes. 

Arrancan la bandera intrusa y plantan en su lugar un colihue (del hermano Aconcagua) con un pañuelo atado. Abren el cofrecito de los alemanes y suman a las tres tarjetas, una leyenda que dice así: “Jesús Torres y Eduardo de la Motte subieron a este pico el día 7 de abril de 1940 con el fin de sacar la bandera nazi, borrando así un insulto a la Gran Nación Boliviana. Torres es el primer boliviano que sube el Illimani”. Antes lo habían hecho ingleses —el primero William Martin Conway en 1898— y en el siglo XX otros alemanes. Eduardo y Jesús pasan una de las mejores tardes de su vida, ahí arribita en lo alto. Condorcitos quisieran ser.

Foto. club andino boliviano

Desde el Pico Sur (también llamado “Pico del Indio” o Achocopaya), Torres y de La Motte admiran el Pico Norte (o Pico Kühn, por el alpinista nazi), y el Pico Central, también llamado Cóndor Blanco. Se dan el lujo de contemplar un pico que no se ve desde la ciudad de La Paz, el Pico París (o Laika Khollo, Cerro Brujo). No pueden estar mucho tiempo y comienzan a bajar. A las 19.30 llegan al campamento base.

El comunicado del Club Andino Boliviano dice, al día siguiente: “la comisión llegó el 7 de abril al lugar indicado, notando con sorpresa de que flameaba la bandera boliviana cosida a máquina debajo de la extranjera, importando este hecho un ultraje al emblema nacional; la comisión retiró la indicada bandera habiendo denunciado este hecho insólito al Señor Ministro de Gobierno y al Presidente del Comité Nacional de Deportes”. El fiscal de distrito, Alejandro Trigo, anuncia sanciones “por el pendón irrespestuoso”.

En las calles de La Paz, el pueblo habla de proeza. La Razón publica, como primicia, la foto de la esvástica. El boliviano Jesús Torres agarra la bandera nazi con la mano, es la primera vez que sube hasta lo más alto del “Tata” Illimani. La foto la saca Eduardo de la Motte, gran andinista, modesto, de un inmenso encanto y gran integridad; como lo describen sus compañeros de escalada y cuerda.

El editorial del matutino de Carlos Víctor Aramayo, “barón” del estaño, escribe: “siendo como somos, un país soberano, libre e independiente, donde existieron como existen leyes que establecen la prioridad absoluta e indiscutible de la divisa nacional, era lógico y patriótico suponer que los ascensionistas alemanes, respetando el civismo del país que los acoge, hubieran colocado primero la bandera boliviana y debajo la alemana. Pero, acostumbrados a considerar a Bolivia como una colonia del Tercer Reich, procedieron exactamente al revés, colocando la bandera nazi arriba con su signo swástico. Aunque algunos súbditos de Hitler consideran el suelo boliviano como cosa propia, conviene recordar a los exploradores que no estamos dispuestos a admitir ofensas como la que denunciamos. Hácese precisa, de una vez por todas, una enérgica sanción a los extranjeros que se imaginan habitar un tolderío, sin respetar los usos, costumbres y leyes del país que los acoge”. 

La sanción para los nazis no llegará nunca. Es más, “herr” Wilfried Kühn y “herr” Friedrich Fritz contraatacan y piden… ¡que se les devuelva la esvástica! Aseguran que las dos banderas son del mismo tamaño. Kühn y Fritz “argumentan” en una carta dirigida al presidente del Comité Nacional de Deportes que la idea original era colocar un mástil con tres banderas: la esvástica arriba, la boliviana al centro y la suiza abajo (porque el exvicepresidente del Club Andino Boliviano Ernest Bauer, de esa nacionalidad, tenía que acompañar a la expedición). “Es de todo conocimiento que en los Juegos Olímpicos siempre se iza la bandera de la nación a la cual pertenece el vencedor. Estamos convencidos de que ningún boliviano encuentra atentado alguno a la soberanía del país nuestro proceder”, escriben Kühn y Fritz en la citada misiva publicada (¡cómo no!) en el periódico La Calle.

Los alemanes culpan a un inglés. Todo un clásico. “El hecho de que nuestra bandera recogida haya sido entregada al señor Pickwood, quien la tiene guardada en su caja de fierro, demuestra la intención política poco leal de quienes pretenden hacer de este asunto un escándalo con fines de propaganda. El proceder del señor Torres y el señor De la Motte está no solo en contraposición con los reglamentos éticos que rigen las instituciones del alpinismo internacional sino, en este caso, significa también un robo material al apropiarse de dos banderas que nos les pertenecían”. 

La noticia en el periódico El Diario.
La noticia en el periódico El Diario.

William Pickwood es nada más y nada menos que el administrador de la poderosa Bolivian Railway. Y presidente honorario de uno de los equipos de fútbol más querido de la ciudad de La Paz, el de los trabajadores del tren, el Club Deportivo Ferroviarios (fundado en 1929), donde brillan en su cancha de Pura Pura tres figuras del balompié: Ángel Montaño (“inter” izquierdo), Erasmo Miranda (“centro half”) y el mítico “Calichín” Morales padre (“centro forward” peruano proveniente de Arequipa).

La esvástica no la tiene el pérfido inglés, está resguardada en el salón del Club Andino Boliviano. Las congratulaciones para Jesús Torres y Eduardo de la Motte llegan de todo lado. Son efusivas. Los Amigos de la Ciudad felicitan al CAB y a su secretario Alberto López Sánchez “por tan meritoria hazaña para arriar la bandera nazi, colocada encima de la de Bolivia, sobre nuestra hermosa montaña; censuramos la actitud de quienes han cometido ese desacato”. Firman el presidente de esta entidad cívica, Humberto Muñoz Cornejo y el secretario Julio Iturri Núñez del Prado.

Eduardo de la Motte se fue de Bolivia pero volvió para escalar el Sajama (6.542 metros) en 1946 junto a una expedición formada por T.I. Rees, W. Tienken y Thomas Polhemus. En aquella ascensión, el Sajama cobró su primera víctima puesto que Polhemus se separó del grupo y nunca más fue encontrado. De la Motte se casó con Mabel Lilian Woodward (tuvieron un hijo en 1944) y murió trágicamente en 1958 en un accidente de helicóptero en el África Ecuatorial Francesa (actual República del Congo). Raúl Ponansky también murió en circunstancias dramáticas al ser alcanzado por una avalancha mortal en 1943 mientras esquiaba en Chacaltaya. Wilfried Kühn se quedó unos años más por Bolivia, subiendo montes. Ascendió —por primera vez en solitario— el Condoriri (“Cabeza de los cóndores”) pero esta vez no dejó ninguna esvástica en la punta.

Dijo una vez el geólogo austríaco Walter Schiller que las cumbres solo se abren para los privilegiados. Aquel abril de 1940 el Ililmani (“Donde nace el sol”) se abrió para dos hombres (un boliviano y un inglés) que rozaron el cielo con amor para arrancar una bandera de odio. Las montañas (y sus “achachilas”) son puras y eternas.

Texto: Ricardo Bajo H.

Fotos: Ricardo Bajo, Club Andino Boliviano y periódicos La Calle, El Diario y La Razón (hemeroteca de la UMSA).

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Por Ricardo Bajo H.

/ 18 de junio de 2023 / 06:06

Torso V es un cuadro que habla. Es cierto que cada mirada es una historia, que todas las obras de arte nos hablan. Pero Torso V habla “de verdad”. Cuando Rita del Solar sacó el cuadro del “living” de su casa en Los Pinos, Torso V dijo: “no me dejes, no me vendas”. Doña Rita respondió: “por unos días te llevo, nomás”. La compañera de Alfredo La Placa no quiere que el cuadro obtenga comprador. “Lo expongo en la galería Altamira para adornar, quiero que la gente lo vea”. El primer día de la muestra La Placa inédito (el 31 de mayo) un señor se interesó. Detrás del cuadro dice: “Torso (5), óleo sobre lienzo, 50 por 60 cm, 1987”. Y la firma del maestro potosino. Delante del cuadro está el precio: 20.000 dólares. El señor del primer día quería pagar la mitad; “rebájame, casera”, diciendo.

No es la primera vez que alguien quiere comprar Torso V. Cuando La Placa monta la “expo” de inauguración en la galería Emusa en 1987, otro señor (o señora, no lo sabemos) pagó un adelanto pero luego se olvidó.  En la página web del Museo Blanton, de la Universidad de Texas (Austin, EEUU) hay una foto de Torso V. No está en exposición. Dicen que fue un regalo de Barbara Doyle Duncan, coleccionista e historiadora del arte latinoamericano, especialista en pintura virreinal de Perú y Bolivia. Torso V no solo habla, es juguetón. Aparece por aquí y desaparece por allá; más que cuadro es un acto de magia.

la obra ‘Torso V’
La obra ‘Torso V’

Lo mismo lo vemos en una exposición colectiva que en los depósitos de un museo gringo. En 2017 la galería de arte de la CAF (Artespacio) organizó una muestra colectiva bajo el título Arte: nota al pie; lo que amas, a veces te hace llorar. Ahí lo vemos por penúltima vez. Terco, se resiste a ser vendido. 

Torso V es un cuadro erótico. Es el reverso de otro cuadro/serie que culmina en Transforma XV, cuya propietaria es Martha Ugarte. Algún día se encontrarán de nuevo. Tienen muchas cosas de las que hablar. Torso V, en realidad, son dos torsos. Uno es de hombre y el otro es de mujer; “chachawarmi”, diciendo. Están de espaldas, pero. En Transforma XV están de frente, pegaditos, corazón con corazón. El artista ha humanizado su mundo.

No es habitual ver cuadros eróticos de La Placa en sus 60 años de trabajo. Uno está más acostumbrado a estructuras abstractas, cubos, paisajes, amalgamas, esferas, obeliscos metálicos, Venus mutantes, rostros amargos, ensayos pictóricos, visiones cósmicas. No es fácil hablar con las obras de La Placa; ante el arte abstracto uno se queda con cara de tonto, es difícil conectar con el mundo interior del artista (o con el suyo propio). Uno se olvida que don Alfredo iba para médico cirujano; uno se acuerda que su taller estaba tan limpio y ordenado como están las cosas en un quirófano. Cada vez que paso por la vieja casa del maestro en Sopocachi vuelvo con la memoria al tercer piso donde estaba el taller y algún día charlamos.

se encuentran en ‘Transforma XV’.
Se encuentran en ‘Transforma XV’.

La serie tiene a Torso I y Torso II como los más sensuales; son de mujer, son cuerpos más sensuales con más curvas, más gostosos. La Placa vendía casi todo cuando exponía. Estos dos torsos de un extraño azul fueron comprados por Juan Ascui. Cuando terminaba (o comenzaba) cada muestra, Alfredo regalaba un cuadro a Rita. En la casa de Los Pinos (el maestro se fue de Sopocachi tras una caída por la empinada y resbaladiza cuesta de la calle Pedro Salazar), Rita tiene siete obras de gran tamaño de La Placa y otras muchas en pequeño formato; algunas colgadas en las paredes, otras enrolladas. Un cuadro que estaba en el dormitorio (Luz andina I; óleo sobre tablero, precio actual 11.500 dólares) también espera comprador(a) en Altamira. Los dos últimos cuadros que pintó el maestro (Trazo I y Trazo II) anhelan (o no) un señor o señora que no regatee como en mercadillo persa.

Flashback uno, julio de 2001, estudio de La Placa, calle Pedro Salazar, casi esquina Ecuador. Don Alfredo escucha música de cámara (de Dvorak a Bach, de Schubert a Beethoven). No puede trabajar si está acompañado. El maestro usa una lámina de vidrio sobre blanco como paleta, así evita la distorsión del color sobre el soporte. Hay libros por todas partes, los clásicos griegos le apasionan desde su juventud.

Hablamos de su niñez en Oruro; de las aventuras infantiles junto a su hermano Enrico; de aquel sapo que lleva su nombre, Eusophus La Placae; de su etapa de colegial cuando estudiaba en el Alemán de La Paz, en plena época hitleriana. Recuerda entonces las esvásticas del “Deutsche Schule”, esas que ahora han sido borradas (como hacía Stalin) de los libros de historia del colegio.

‘Autorretrato en sombra’, del libro ‘Alfredo La Placa: Obra 1960-1999’.
‘Autorretrato en sombra’, del libro ‘Alfredo La Placa: Obra 1960-1999’.

Pregunto por tanto orden y limpieza impoluta. El maestro me cuenta que arranca estudiando medicina —con una beca Patiño— en Pavía (Italia); que pasa un curso libre de pintura en Milán; que conoce la Europa de la postguerra, donde se asombra visitando el Louvre y el Prado vacíos de gente; que vive en Brasil en los 50, donde se gana la vida como vendedor de rifas y libros y aplicando “electroshocks” en un hospital paulista; que sobrevive de guía de turistas en los pobres años 60 cuando nacen las “wawas” tras su primer matrimonio con Litta Haus Salmón; que trabaja de director artístico en Televisión Boliviana-Canal 7; que hace de “profe” en el taller de Artes Plásticas de la UMSA; que dirige el Museo Nacional de Arte en los 70; que vive en París durante 10 años en los 80, a invitación de otra gigante, Graciela Rodo Boulanger; que aprende francés. La Placa —de vocación tardía— es amigo de Marcelo Quiroga Santa Cruz, del cineasta/pionero Jorge Ruiz, de su colega Fernando Montes, de Gonzalo Sánchez de Lozada. Todo un personaje.

La Placa es un pintor abstracto lírico; la academia dirá que es un informalista. Es un hombre inquieto, pulcro, cuidadoso, refinado, amante de la libertad (por eso no fue ni médico, ni cura, ni militar); es una persona tímida, “retraída y soñadora”, en sus propias palabras. De ahí, su pasión por el surrealismo y sus cuadros oníricos.

Guarda todo, piedras, periódicos, revistas. Ama (estar en el camino de) la excelencia, odia el “está bien, no más”. Siempre sentirá inseguridad frente al lienzo en blanco. Está en alerta permanente en pos de luces, formas, mundos bacterianos y sombras. Uno de sus (escasos) autorretratos fotográficos es justo eso: su sombra, sobre una piedra; sus piedras.

Padres del pintor, Rebeca Subieta y Amadeo La Placa. Fotos: Ricardo Bajo, Sandra Boulanger, Tony Morrison, Antonio Suárez

Flashback dos, 1989. Carlos Salazar Mostajo publica en la editorial Juventud su libro La pintura contemporánea de Bolivia: ensayo histórico crítico. Así habla del susodicho: “A La Placa no le interesa el mensaje, el lenguaje pictórico. Su arte se refugia dentro de su propio espíritu, sin transmitirse, sin intentar salir para su comunicación exterior. Hay un regusto especial en el trazo dibujístico, hasta cierto punto siguiendo una línea lógica, es decir ausente del garabato, realizado hasta el más mínimo detalle, a la manera de un preciosismo abstracto para que todo quede articulado y cohesionado. La Placa prescinde de opinión y no es que calle sus verdades; es el juego de un diestrísimo prestidigitador y de tan muda que es su pintura produce igual mudez en el espectador”. No es fácil ser un artista abstracto.

Rita me cuenta, delante de Torso V en la galería Altamira, que don Alfredo era una persona obsesiva. “Íbamos a comprar tintas y colores a una tienda de Nueva York, a la misma siempre, la más cara de la ciudad, no me acuerdo del nombre y podía estar horas de horas, semanas incluso esperando por un color específico que había encargado, que había soñado”.

El (ex) crítico de arte, Pedro Querejazu, escribió alguna vez en algún libro (de esos que tan pocos tenemos): “Honestidad y consecuencia, que no podría ser de otra manera, le salen desde muy adentro, desde el ancestro potosino y más profundo aún desde los ancestros vasco y sardo que le dotaron de una personalidad introvertida, cavilante y respetuosa que son su esencia y al mismo tiempo su imagen externa, y que mostrando al hombre en conjunto, hacen evidentes ciertos paralelismos, salvando distancias de tiempo y espacio, con otro gran pintor boliviano, Arturo Borda”. La Placa y Borda, Borda y La Placa; charlando hasta la eternidad.

Arriba, Rita del Solar, viuda de La Placa. Al lado:
Rita del Solar, viuda de La Placa. Al lado: Fotos: Ricardo Bajo, Sandra Boulanger, Tony Morrison, Antonio Suárez

Rebeca Subieta Alba es la madre potosina, de origen vasco; Amadeo La Placa Gatta es el padre sardo (de la isla de Cerdeña). Hereda de ellos los ocres del Cerro Rico y el cobalto del cielo andino, el blanco de los velámenes y el ultramarino del Mediterráneo y el Cantábrico con olas. La memoria antigua viaje sin permiso por sus genes.

La Placa no usa el blanco y tiene etapas que ni siquiera utiliza el color. Torso V son cuerpos en grises, naranjas y ocres; es una época, los 80, de colores vitales. De sus famosas “manchas”, don Alfredo dice que hay que usar la fantasía para ver cosas. Paseo la exposición de la galería Altamira, nos detenemos frente a Gato (1990), técnica mixta sobre papel (50 por 60 cm; 2.500 dólares). “Es un gato; si quieres, búscalo”, me dice Rita. Ahora quiero buscar/imaginar algo más en Torso V. ¿Quiénes son estos torsos de espaldas? ¿Están enojados estos dos corazones? ¿Son viejos amores? ¿Se acaban de conocer y han peleado? ¿Podemos ver sus almas? ¿Estaba el maestro en esta tierra cuando pintó los dos cuerpos o estaba en su particular universo de hidalgos y caballeros, en un mundo paralelo a su manera?

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Fotos: Ricardo Bajo, Sandra Boulanger, Tony Morrison, Antonio Suárez

Flashback tres, diciembre de 1999. El colega Sergio Cáceres entrevista al maestro para el suplemento Fondo Negro del periódico La Prensa. El martes 7 de diciembre de ese año el Grupo Santillana presenta el libro Alfredo La Placa: Obra 1960-1999. La nota lleva por título: “Variaciones sobre un mismo tema”. El artista confiesa al colega una de sus frases favoritas. Es una cita que escuchó por ahí y que le llega mucho. Dice así: “el hombre es una columna de sangre dotada de voz”.

Torso V son dos columnas de sangre y angustia, cuerpos que se descubren y anudan. Y como tienen voz, nos hablan. Solo hay que (saber) escuchar. Los torsos esconden cañerías, maquinarias misteriosas que nos permite sentir, respirar, estar vivos. El maestro autodidacta de la abstracción, el capo de las huellas y los signos, el que no copiaba a nadie, excepto a sí mismo, volvió siempre al cuerpo, a las lecciones de anatomía, a la necesidad de tocar y ser tocado. La Placa se perdió para siempre el 30 de diciembre de 2016 por culpa de un cáncer de hígado, a la edad de 87 años. Don Alfredo está vivo cada vez que nos detenemos frente a un cuadro/laberinto suyo y este nos habla, a veces con palabras de Blanca Wiethüchter, también inmortal: “este cuerpo no es mío / no es tuyo y es tuyo también”. ¿Logrará Torso V volver a casita?

Texto: Ricardo Bajo H.

Fotos: Ricardo Bajo, Sandra Boulanger, Tony Morrison, Antonio Suárez, Cecilia Lampo y libros ‘Alfredo La Placa: obra 1960-1999’ de Santillana y ‘Colección La Placa: obras fundamentales’ de María Isabel Álvarez Plata publicado por Fundación Solydes.

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