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Economía de creadores

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Pablo Rossell Arce

Prácticamente toda la economía que depende del esfuerzo intelectual es una economía de contenidos, desde los primeros registros de mercantilización de, por ejemplo, el arte —con mecenas pagando a pintores, escultores y músicos por su trabajo—, pasando por el momento que el libro se convirtió en mercancía y la creación del periódico, luego con la llegada de la radio, posteriormente el cine y la televisión, hasta el actual momento en que las diferentes plataformas digitales basadas en internet, que es un foro universal para entretenimiento, información, educación, análisis hiper-especializado y decenas de actividades más.

De hecho, escribí esta columna inspirado en un creador de contenidos que analizaba su propio sector y busqué más información en las redes de otros creadores de contenidos para complementar la información y el análisis.

Una serie de cambios culturales y demográficos han dado paso a todo un esquema económico de creación de contenidos; de acuerdo al canal de YouTube How Money Works, actualmente la población joven que está ingresando al mercado de trabajo no se engancha en la formación de una familia muy pronto, ven mucha menos televisión y gastan más en consumo cotidiano que las generaciones anteriores. La manera en que las marcas están llegando a este y otros segmentos poblacionales de más edad es mediante las redes sociales. Las grandes ventajas de esta aproximación incluyen el bajo costo —en relación a los medios tradicionales— y la segmentación, prácticamente individualizada de los anuncios.

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El marketeo de productos a través de influencers es incluso más eficaz, pues la gente se aproxima a sus canales por afinidades personales e individuales que, con el tiempo, se traducen en relaciones más personales. Por ejemplo, una usuaria puede incluso interactuar con su influencer haciéndole preguntas directamente sobre cualquier problema de su especialidad en cualquier red en la que el influencer tenga una transmisión en vivo abierta a consultas y comentarios. De esa manera, un producto promocionado por tal influencer tiene a priori un nivel mucho más alto de credibilidad.

Otro creador de contenidos (@taramona, de TikTok), nos dice que las dos primeras fases de este tipo de economía son: 1) la creación de una base de seguidores y la consecuente monetización por las visualizaciones masivas de los videos en cualquier plataforma dada; luego viene la fase 2) de campañas publicitarias, que son otra veta de ingresos. La fase 3) consiste en comercializar productos o servicios con la marca de la influencer; esto puede ir desde cursos y coaching hasta ropa y cosméticos. De acuerdo con @taramona, la fase 4) —a la cual ningún creador ha llegado— es la creación de una criptomoneda propia para quienes tienen un abanico de productos suficientemente grande bajo su propia marca.

La economía de creadores digitales es otra rama de la muy difusa economía digital, que ha generado toda una gama de nuevos oficios que paulatinamente se han vuelto cada vez más rentables.

Hace pocos años, los creadores de contenidos generaban videos muy cortos, realizados con recursos domésticos y en el tiempo libre de las influencers. Hoy en día, los videos exhiben una producción más sofisticada, con más recursos y son el oficio de tiempo completo de los influencers.

En Bolivia, tenemos un conjunto de creadoras y creadores de contenido con alcances significativos en redes sociales, cada uno con una base de más de un millón de seguidores. En primer lugar está la tiktoker Albertina, le siguen varios otros famosos y famosas, entre quienes se encuentran modelos, gamers/jugadores de juegos en línea y comediantes e influencers que promocionan lugares turísticos del país, entre otros.

(*) Pablo Rossell Arce es economista