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Democracia (im)pactada 2.0

SAUDADE

Hubo un tiempo en que todos los partidos eran minoritarios y, para gobernar, formaban coaliciones políticas. Así, entre 1985 y 2003 tuvimos cinco coaliciones multipartidistas. Todos se juntaron con todos. Ello posibilitó que, cruzando ríos de sangre, el tercero en votación sea presidente. O que un exdictador, arropado por una megacoalición promiscua y contranatura, llegue a la presidencia. Y hubo “manos atados”, pactos de la cerveza, acuerdos del “qué difícil es amar a Bolivia”.

Esa práctica, conocida como modelo boliviano de democracia pactada (presidencialismo parlamentarizado, según los politólogos), tuvo como antecedente el llamado “trauma de ingobernabilidad” de la UDP. La transición a la democracia nació con gobierno dividido: la mayoría opositora MNRADN bloqueó sistemáticamente en el Congreso la gestión de Siles Zuazo. Hasta forzar su renuncia. Hubo otros períodos cortos de oficialismo sin mayoría parlamentaria con Mesa, Rodríguez Veltzé y Áñez.

La democracia (im)pactada, devenida en partidocracia especializada en cuoteo, hizo crisis y, aunque tenía dos tercios en el Congreso, terminó huyendo en helicóptero en octubre de 2003. Dos décadas después, hay quienes hablan otra vez de coaliciones y pactos. Y pareciera haber un nuevo escenario de gobierno dividido. El MAS-IPSP perdió su mayoría especial en las elecciones 2020 y el gobierno de Arce se quedó en minoría por efecto de la disputa interna en clave de ruptura. Es crítico.

¿Retornarán acaso las coaliciones multipartidistas del período neoliberal? Para nada. El pacto, la concertación, el solo acuerdo continúan siendo malas palabras, sinónimo de traición y tildadas de transfuguismo. Pero hay convergencias puntuales. Las tres más ruidosas fueron la Ley del Censo, aprobada por arcistas y opositores; la Ley del Oro, avalada por arcistas y evistas-opositores “patriotas”; y la reciente censura al ministro de Gobierno, aprobada por evistas y opositores.

Pese a los tambores de guerra verbales, de tercera categoría, en el núcleo del MAS-IPSP, es bastante improbable que se conforme un aparato opositor, en lógica de bloqueo, entre los asambleístas de Evo, Carlos Diego y Luis Fernando. En los temas comunes, el masismo seguirá votando unido. Pero los asambleístas de Lucho-David, hoy en minoría, tendrán que tejer mayoría para una agenda legislativa mínima. No es fácil. Y dependerá de cómo va la batalla por la candidatura presidencial.

No hay regreso a la democracia (im)pactada, pues, ni de las coaliciones políticas. Pero está la necesidad de pactar en medio de la polarización, la crisis, el conflicto y una prematura competencia electoral. Corre cuenta regresiva.

FadoCracia cerrada

1. El cierre de un medio de comunicación, por principio, es una pésima noticia para la pluralidad informativa y el pluralismo político. Pierde la libertad de expresión, se magulla la democracia. 2. En nuestra historia democrática hemos tenido varias derrotas en este campo. Desde mi vivencia, la más sensible fue la desaparición del diario Presencia en 2001, bajo asedio del gobierno de Banzer. 3. En 2019, el régimen de Áñez se estrenó con el cierre de 53 radios comunitarias. Como eran “medios sediciosos” (sic), ni siquiera fue noticia, no hubo lamento de jefes políticos, ni lágrimas de columnistas, ni comunicados tristes de organismos internacionales. 4. El infortunio más reciente en el paisaje periodístico boliviano fue el cierre de Página Siete. A reserva de la “tormenta perfecta” que condujo a tal desenlace, se malogra el equilibrio informativo. En sus 13 años de vida, con luces y sombras, P7 se convirtió en el principal operador mediático de la oposición. Es un gran mérito. 5. La democracia necesita voces múltiples, críticas, contestatarias, diversas. No es cuestión de “héroes” que cambian de brújula, sino de demócratas.

José Luis Exeni Rodríguez es politólogo.