Urbanismo ciudadano
Carlos Villagómez
Más allá de las instituciones y los técnicos existen otras alternativas para el desarrollo urbano. Estas se inspiran en acciones ciudadanas que van a contracorriente de la casta tecnocrática de lo urbano, el grupo profesional que surgió en la modernidad debido al crecimiento exponencial de las ciudades.
El historiador Ben Wilson, al final de su estupendo libro Metrópolis. Una historia de la ciudad (2020), apoya a las acciones ciudadanas como la solución ante la miopía institucional o la soberbia profesional: “Nuestra supervivencia depende del próximo capítulo de nuestra odisea urbana. No vendrá determinada por los tecnócratas o por expertos en planificación que reformen ciudades desde sus torres de marfil. Se construirá, y se sentirá con más intensidad, por parte de los miles de millones de personas que viven en las megaciudades y las metrópolis de crecimiento rápido en los países en desarrollo.”
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Ahora bien, ¿sabemos cómo se articulan estas iniciativas ciudadanas? Un ampuloso recuento de estas experiencias está en el libro Urbanismo Ciudadano en América Latina (2022), del Laboratorio de Ciudades del BID. En ese texto, cuyo consejo editorial está conformado por nueve mujeres (dato para resaltar), se presentan experiencias en toda la región (solo se consigna una en Bolivia) bajo el siguiente objetivo: “Este libro explora el movimiento emergente de urbanismo ciudadano como una forma innovadora de reivindicación de hacer y pensar ciudades desde, para y con las personas”.
Las ciudades bolivianas están organizadas en juntas vecinales con mucho poder decisional y encomiables trabajos colectivos. Aunque, por el momento, estas juntas vecinales han sido cooptadas por el poder político y cumplen la agenda del partido o la agrupación de turno, su capacidad organizativa está presente y puede ser la base para un futuro urbanismo ciudadano 2.0. Va un ejemplo. De los seis grupos de experiencias que reseña el libro del BID (Ciudad cultural, inclusiva, informal, móvil, resiliente y verde), me interesa el acápite de las herramientas digitales que se experimentaron durante la pandemia. Con esa base tecnológica la iniciativa ciudadana puede reconquistar su autonomía y lograr una mayor cohesión social integrando mecanismos digitales (simples aplicaciones) en nuestros celulares para coordinar, plantear y fiscalizar los proyectos municipales y las acciones ciudadanas en un intercambio horizontal entre institución y sociedad. Me permito presagiar que ese activismo digital aplanará la pirámide política y logrará una simetría social entre gobernantes y gobernados; será un horizonte urbano, digitalmente integrado, sin los actuales intermediarios de la política.
(*) Carlos Villagómez es arquitecto