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Tuesday 9 Apr 2024 | Actualizado a 23:33 PM

El cambio permanente

Entonces tenemos que cambiar nuestras rutinas, aparece la sensación de pérdida de control del tiempo

Pablo Rossell Arce

/ 12 de junio de 2023 / 08:07

El cambio es probablemente la única constante que tenemos en la vida. De lo único que estamos seguros es que mañana no va a ser igual que hoy. El universo se expande a una tasa de 73,2 kilómetros por megaparsec (un megaparsec es una unidad de distancia de aproximadamente 3,09 millones de años-luz).

Es insensato pensar que nos acostamos siendo las mismas personas que fuimos al levantarnos, al igual que es insensato pensar que nuestro día de mañana va a ser igual que el de hoy, incluso en casos en los que se trata de acciones repetitivas. Nuestros ojos perciben aproximadamente 10 Mb de información por segundo y nuestros oídos 1 a 1,5 Mb por segundo. Nuestra mente está expuesta a toda esa información y es nuestro filtro mental lo que determina cómo la vivimos.

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Muchas veces lo que sucede es que nuestra percepción del espacio-tiempo en el que vivimos se queda fija; vamos todos los días a trabajar en el mismo lugar, con la misma gente, a resolver los mismos problemas e interactuar de la misma manera. La forma en la que mentalmente nos acostumbramos a vivir —en este caso nuestro espacio laboral— es lo que nos hace repetir el mismo día durante los doscientos y pico días laborales del año. Esa es mucha repetición para un universo que está expandiéndose segundo a segundo.

Y entonces viene lo inevitable, viene el cambio: viene una nueva persona con una nueva idea, a la jefa se le ocurre que ahora va a informatizar tal o cual proceso, el Gobierno dicta esta u otra medida de ampliación de la ciudadanía (por decir cualquier cosa, la ciudadanía digital), la inteligencia artificial irrumpe en nuestra vida sin más costo que el de una conexión a internet, la empresa del lado decide usar IA y big data para su servicio al cliente, el Segip decide que la cédula de identidad puede estar en el celular, etc.

Y entonces tenemos que cambiar; cambiar nuestra forma de acceder y procesar la información, cambiar nuestras rutinas, cambiar la manera en la que interactuamos: dar clases en plataformas virtuales no es, para nada, lo mismo que en persona, las reuniones virtuales exigen un nuevo juego de habilidades y destrezas para exponer nuestro punto y convencer a nuestras colegas, la digitalización de nuestros archivos y documentos exige más conocimiento de nociones básicas de informática, etc.

Entonces tenemos que cambiar nuestras rutinas, aparece la sensación de pérdida de control del tiempo —control que nunca tuvimos, pues una hora tiene 60 minutos así nos paremos de cabeza—; vienen los temores por un posible cambio de jerarquías —la ciudadana tiene más derechos y más poder relativo—; el señor del fondo ya no es el experto en el proceso X. Y otras veces la inercia nos hace gravitar hacia la zona de familiaridad, que no siempre era la zona de confort, pues a veces estamos acostumbrados a que las cosas no sean satisfactorias pero que nos permitan quejarnos de lo mismo.

El cambio exige que —naturalmente— seamos otras personas. Y no sabemos cómo hacer eso. Los temores y desconfianzas son —desde el punto de vista individual— absolutamente lógicos: si ya no voy a guardar las dos copias del carnet de identidad, ¿qué va a ser de mi trabajo? Puede preguntarse alguno. Y la clásica: “es que auditoría me va a observar”.

La vieja escuela —dolorosamente presente— de presionar y “latiguear” a la gente porque “así las cosas salen”, tiene resultados bien limitados. El cambio en las organizaciones, para dar un nuevo servicio o para dar un servicio mejorado, o para generar mayores espacios de ciudadanía implica ocuparse y darse el tiempo suficiente para encarar las motivaciones emocionales que tiene la gente para ir hacia adelante o no. Y quién sabe, por ahí, de tanto poner atención en el asunto, la gente vaya cambiando en su interacción con sus amistades, en la calle, con su familia.

(*) Pablo Rossell Arce es economista

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Economía de creadores

En Bolivia, tenemos creadoras y creadores de contenido con alcances significativos en redes sociales

Pablo Rossell Arce

/ 10 de julio de 2023 / 07:21

Prácticamente toda la economía que depende del esfuerzo intelectual es una economía de contenidos, desde los primeros registros de mercantilización de, por ejemplo, el arte —con mecenas pagando a pintores, escultores y músicos por su trabajo—, pasando por el momento que el libro se convirtió en mercancía y la creación del periódico, luego con la llegada de la radio, posteriormente el cine y la televisión, hasta el actual momento en que las diferentes plataformas digitales basadas en internet, que es un foro universal para entretenimiento, información, educación, análisis hiper-especializado y decenas de actividades más.

De hecho, escribí esta columna inspirado en un creador de contenidos que analizaba su propio sector y busqué más información en las redes de otros creadores de contenidos para complementar la información y el análisis.

Una serie de cambios culturales y demográficos han dado paso a todo un esquema económico de creación de contenidos; de acuerdo al canal de YouTube How Money Works, actualmente la población joven que está ingresando al mercado de trabajo no se engancha en la formación de una familia muy pronto, ven mucha menos televisión y gastan más en consumo cotidiano que las generaciones anteriores. La manera en que las marcas están llegando a este y otros segmentos poblacionales de más edad es mediante las redes sociales. Las grandes ventajas de esta aproximación incluyen el bajo costo —en relación a los medios tradicionales— y la segmentación, prácticamente individualizada de los anuncios.

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El marketeo de productos a través de influencers es incluso más eficaz, pues la gente se aproxima a sus canales por afinidades personales e individuales que, con el tiempo, se traducen en relaciones más personales. Por ejemplo, una usuaria puede incluso interactuar con su influencer haciéndole preguntas directamente sobre cualquier problema de su especialidad en cualquier red en la que el influencer tenga una transmisión en vivo abierta a consultas y comentarios. De esa manera, un producto promocionado por tal influencer tiene a priori un nivel mucho más alto de credibilidad.

Otro creador de contenidos (@taramona, de TikTok), nos dice que las dos primeras fases de este tipo de economía son: 1) la creación de una base de seguidores y la consecuente monetización por las visualizaciones masivas de los videos en cualquier plataforma dada; luego viene la fase 2) de campañas publicitarias, que son otra veta de ingresos. La fase 3) consiste en comercializar productos o servicios con la marca de la influencer; esto puede ir desde cursos y coaching hasta ropa y cosméticos. De acuerdo con @taramona, la fase 4) —a la cual ningún creador ha llegado— es la creación de una criptomoneda propia para quienes tienen un abanico de productos suficientemente grande bajo su propia marca.

La economía de creadores digitales es otra rama de la muy difusa economía digital, que ha generado toda una gama de nuevos oficios que paulatinamente se han vuelto cada vez más rentables.

Hace pocos años, los creadores de contenidos generaban videos muy cortos, realizados con recursos domésticos y en el tiempo libre de las influencers. Hoy en día, los videos exhiben una producción más sofisticada, con más recursos y son el oficio de tiempo completo de los influencers.

En Bolivia, tenemos un conjunto de creadoras y creadores de contenido con alcances significativos en redes sociales, cada uno con una base de más de un millón de seguidores. En primer lugar está la tiktoker Albertina, le siguen varios otros famosos y famosas, entre quienes se encuentran modelos, gamers/jugadores de juegos en línea y comediantes e influencers que promocionan lugares turísticos del país, entre otros.

(*) Pablo Rossell Arce es economista

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La IA nos va a quitar nuestros puestos de trabajo (¿o sí?)

La adopción de estas herramientas no será ni muy rápida ni tan desastrosa como señalan

Pablo Rossell Arce

/ 26 de junio de 2023 / 08:01

La Inteligencia Artificial (IA) es una disciplina de la informática que se enfoca en la creación de programas y de sistemas que pueden actuar sin intervención humana.

En los últimos meses, dado el éxito de una de sus modalidades —el ChatGPT—, ha habido muchos rumores acerca de qué trabajos pueden y qué trabajos (aún) no pueden ser desarrollados por la IA.

En el contexto de incrementos de tasas de interés de la Reserva Federal (FED), muchas empresas optaron por despedir personal para mejorar sus valuaciones de bolsa y muchas declararon estar sustituyendo personal por Inteligencia Artificial. Entre los más recientes ejemplos están los de IBM, que declaró estar sustituyendo 8.000 puestos de trabajo con IA; BT, el gigante británico de las telecomunicaciones, anunció que despedirá a 55.000 de sus 130.000 trabajadores y 10.000 de ellos serán remplazados por IA.

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En la misma línea, cada que pueden, las empresas señalan que están incorporando IA en sus reportes trimestrales de ingresos y los mercados parecen esperar esa señal para reaccionar positivamente.

Algunos medios de comunicación contribuyen a la alarma y señalan titulares que no son completamente exactos, como que “el 80% de los puestos de trabajo van a ser impactados por GPT”, haciendo referencia a una investigación de Open AI que, en realidad, dice que “el 80% de la fuerza de trabajo podría sufrir un impacto en el 10% de sus tareas por el uso de ChatGPT”.

O sea, es poco probable que la catástrofe anunciada por los grandes titulares se manifieste muy pronto.

Pero eso no debería anestesiar nuestra capacidad de análisis de lo que está sucediendo ahora; las empresas están en una frenética carrera para incorporar la IA en cada proceso productivo. Y los gobiernos deberían estar en la misma lógica, para cada proceso de servicio público.

Es probable que en algunos años más, nos sorprendamos con un grupo top de empresas innovadoras con servicios y productos de mayor calidad y gama, en los que finalmente se habrá incorporado la IA. Paralelamente, muchos procesos de control y otros procesos repetitivos podrían ser más o menos masivamente incorporados en los servicios estatales. Por ejemplo, bien usada la IA podría hacernos olvidar de la doble fotocopia del carnet de identidad en fólder amarillo.

Como quiera que sea, la adopción ya empezó, aunque sea de manera medio rudimentaria. Por ejemplo, escolares y universitarios ya están usando la IA —y específicamente chat GPT— para preparar sus tareas y deberes, a raíz de lo cual se necesitó una herramienta de IA para detectar respuestas de IA en las tareas. Y seguro alguna que otra empleada está usando la herramienta para facilitar su vida en estos momentos. Bien por ellos.

Como en todo, la adopción de estas herramientas no será ni muy rápida ni tan desastrosa como señalan. Pero la tendencia está ahí. Y la adopción temprana, para aquellos que se espabilan pronto, puede traer una serie de ventajas. Pero incluso delegar las tareas en una herramienta de IA implica cierto conocimiento y formación previos.

Como puede atestiguar cualquier amateur que haya ensayado sus primeros comandos con ChatGPT u otra herramienta similar, la clave está en dominar el lenguaje de los comandos que se le dan a la herramienta. Es decir que se abre todo un campo de conocimiento que de una manera muy laxa podríamos denominar la “ingeniería de los comandos”.

Paralelamente, también se abren opciones para nuevos oficios, a partir de la generalización de la adopción de la IA: preguntando a varias herramientas de IA, me indicaron que algunos nuevos oficios que podrían surgir son, por ejemplo, entrenador de herramientas de IA, moderador de contenidos, auditor de IA —que debería velar por eliminar sesgos, vulnerabilidades y debería velar por el cumplimiento de estándares éticos, entre otros—; analistas y asesores en IA podrían trabajar con empresas e instituciones para hacer una evaluación de la situación en la que se encuentran y todos los espacios posibles para introducir IA con el fin de facilitar la vida a consumidores y ciudadanos, solo para dar algunos ejemplos.

(*) Pablo Rossell Arce es economista

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Todos los bancos centrales del mundo venden oro

La fase actual de las relaciones económicas ha afectado al comercio internacional del país

Pablo Rossell Arce

/ 15 de mayo de 2023 / 10:05

…y todos los bancos del mundo compran oro. Es parte de su razón de ser. Me he formado en economía y no me sorprende mucho el apego que el común de la gente tiene a las reservas en oro del Banco Central de Bolivia, finalmente el oro es un material súper valioso, revistas infantiles y programas de dibujos animados nos muestran miles de imágenes que asocian el oro con la riqueza desde la más tierna infancia y el símbolo no se queda ahí, googlee usted imágenes para riqueza y le aparecerán lingotes de oro, monedas de oro, billetes y más monedas de oro…

Desde ese punto de vista, es comprensible que cuando el Gobierno promulga una ley que habilita la venta y compra del oro, mucha gente cree que se trata de “las joyas de la abuela” y que son “el último recurso” que debemos usar para “casos de emergencia”.

Lo que no me parece muy comprensible es que reputados economistas con decenas de seguidores en redes sociales se suban a ese tren, pero cada quien rinde cuentas a su conciencia.

Pero vayamos por partes: ¿qué son las reservas internacionales del Banco Central? Según el propio Banco Central, las RIN son un medio de pago cuyo saldo aumenta o disminuye por las diferentes transacciones que el sector público y privado realizan con el resto del mundo: comercio exterior y remesas familiares principalmente en la cuenta corriente de la balanza de pagos; desembolsos y amortizaciones de deuda externa e inversión extranjera en la cuenta financiera. Es decir, que es una cuenta que se mueve en función de las operaciones comerciales y financieras del país con el resto del mundo.

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Bolivia —por un conjunto de elementos que ameritan toda una sección de economía internacional— no tiene una moneda reconocida para pagar nuestras importaciones desde China o India. Así que estamos obligados a mantener un nivel de reservas en monedas aceptadas internacionalmente para pagos y cobros de comercio exterior, además de oro.

Vivimos un momento muy particular de cambios en las relaciones económicas internacionales, que tiene sus raíces en sucesos prepandemia, pero que la guerra de Ucrania ha exacerbado.

La primacía del dólar como principal moneda para el comercio y las finanzas internacionales hoy por hoy no está en duda. Pero los retos que gran parte del mundo enfrenta en este mundo de guerra y pospandemia motivan que varias zonas geoeconómicas se planteen alternativas con otras monedas. Por ejemplo, Rusia exigió que Europa pague por su gas en rublos; Arabia Saudita está abierta a la posibilidad de vender su petróleo en yuanes y Argentina y Brasil están analizando la opción de una moneda común.

La fase actual de las relaciones económicas internacionales ha afectado al comercio internacional del país y de la región de maneras atípicas y, en última instancia, eso se refleja en los movimientos de reservas internacionales —incluyendo el oro. Es decir que la volatilidad de las operaciones de comercio y finanzas internacionales ha ocasionado fluctuaciones significativas en las reservas internacionales de los países de la región y muchos de ellos han modificado sus reservas —incluso en oro—, de acuerdo con sus requerimientos de liquidez.

Por ejemplo, las reservas en oro de México disminuyeron en $us 900 millones entre mayo y octubre de 2022 y luego se incrementaron en algo más de $us 1.000 millones hasta enero de 2023, para bajar otros 400 millones hasta febrero de este año. Perú, por su parte, vendió oro de sus reservas por $us 200 millones entre mayo y octubre de 2022 y luego compró otros 200 millones entre octubre y diciembre de ese año. Sin que nadie eche el grito al cielo por ello. Parte del sostenimiento de la estabilidad macro y externa consiste en que los bancos centrales operen con todos los componentes de sus reservas. Está entre sus funciones. No hay que entrar en pánico por eso y no hay que enojarse tampoco.

Posdata. He iniciado este texto indicando que me formé en economía, en la Universidad Católica, para mayor precisión. En estos momentos en que la Iglesia Católica está obligada a rendir cuentas sobre los casos de pederastia, mi solidaridad está con las víctimas, mi apoyo está con exalumnos y alumnas de colegios católicos que colectan firmas para exigir justicia y desde este espacio va mi pronunciamiento para que todos los responsables, incluyendo los encubridores, enfrenten la Justicia ordinaria.

(*) Pablo Rossell Arce es economista

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Alfabetización financiera 2.0

/ 1 de mayo de 2023 / 00:56

Vivimos una tendencia notable hacia la intensificación del tiempo de pantalla que humanas y humanos de todas las latitudes, prendidas a nuestros celulares y encendiendo la pantalla ante cualquier atisbo de aburrimiento. ¿Tu amigo recibe una llamada en medio de un café? ¿Se presenta una pausa imprevista en tu reunión de trabajo? ¿Tu novia fue al baño en medio de la cita? ¿La fila para llegar a recibir tu pedido tiene más de una persona? Todos éstos son disparadores de esa familiar acción de llevar la mano al lugar donde está nuestro móvil y encender la pantalla, abrir nuestra red social favorita y “escapar” de la sensación de aburrimiento.

Nuestros celulares nos ofrecen una enorme gama de servicios, muchos de los cuales nos facilitan el trabajo (calculadora, editor de texto y toda una gama de apps para hacer seguimiento a los asuntos de las empresas y actividades económicas), leemos noticias, nos enteramos de chismes, tenemos entretenimiento instantáneo y, gracias al chat GPT y sus sucedáneos, respuestas para las más sensatas y las más disparatadas preguntas que tengamos.

Pero además de los cientos de millones de horas de entretenimiento para todos los gustos, que internet tiene al alcance de los megas de nuestro celular, también tenemos a nuestra disposición contenido instructivo y educativo.

¿Necesita conectar su nueva lavarropa? ¿Instalar la bujía de su auto? ¿Tiene una olla nueva y quiere saber los cuidados para el primer uso? Y mi favorito: ¿requiere hacer un depósito en ATM? ¿Y su versión avanzada: sin tarjeta?

Gracias a la disposición y a la vocación didáctica de millones de seres generosos, tenemos una enorme biblioteca de videos que muestran el paso a paso de las más básicas y las más avanzadas habilidades cotidianas — y no tan cotidianas. Así, paradójicamente, las redes sociales revalorizan de alguna manera la interacción humana y la vieja y confiable transmisión de conocimiento mediante el ejemplo vivo y en movimiento.

Ciertamente, hace un par de décadas, la opción común para aprender a instalar un televisor, cambiar el agua de la batería del auto o preparar un pato a la naranja era la lectura de las instrucciones/recetas escritas. Incluso internet estaba lleno de manuales escritos.

Pero hay algo en la inmediatez del aprender viendo-aprender copiando que hace que se adquieran las habilidades de una manera más rápida. Seguramente es porque el conocimiento no pasa —o pasa muy rápido— a través de la mente analítica y es el cuerpo que aprende moviéndose. ¿Alguna vez se olvidó del pin de su tarjeta en el ATM? Es muy probable que los dedos de la mano recuerden la secuencia espacial y de inmediato, su dinero está disponible.

Un ejemplo extremo de lo que digo es el manejo de la bicicleta. Nadie aprendió a montar bici luego de leer un manual.

Evidentemente, esta forma de aprender implica de alguna manera poner en segundo lugar el razonamiento consciente. Pero con el magisterio que nos ha tocado (que al momento de escribir esta columna sigue en pie de guerra para impedir que la materia de robótica y la más básica educación sexual entren a las aulas), es casi nula la esperanza de que chicas y chicos de escuelas fiscales desarrollen competencias de razonamiento básico con sus profesores, así que sin duda adquirirán esa habilidad en otros espacios.

Como sea, el mantra de que “YouTube es una universidad” probablemente no sea tan cierto, pero es evidente que internet está lleno de conocimiento para quien tenga la paciencia y el tiempo suficientes como para aprender a buscar.

La digitalización de las relaciones en la vida cotidiana y en casi todos los negocios que nos podamos imaginar, trae una serie de ventajas y beneficios. Pero, para hacer negocios vía web, se requiere contar con acceso a los pagos digitales, en cualquiera de sus variantes. Y para ello, se requiere un mínimo de alfabetización financiera.

¿Qué hacer para mejorar la alfabetización financiera de quienes tienen menos paciencia, menos tiempo o menos acceso a internet? Lo pertinente en esos casos es comprimir, alcanzar y ofrecer valor.

Comprimir, porque si alguien tiene pocos megas para gastar en su celular, y quiere ir al grano, no va a darse tiempo de ver un video de 30 minutos sobre los pasos para abrir una cuenta bancaria.

Alcanzar implica llegar efectivamente al segmento objetivo y hay un sinfín de trucos y técnicas para que ese video le llegue a Sonia, de 35 años y que vive en el área urbana de Montero.

Dar valor implica ir al grano, indicar que ese video te da el paso a paso de manera sencilla, va directo al grano y te indica en los 5 primeros segundos que su contenido es exactamente lo que buscas.

Este es solo un botón de muestra del salto que debemos dar para lograr mejorar sustancialmente la calidad del servicio a la población y aprovechar significativamente las ventajas de la digitalización en los negocios y en las finanzas.

Pablo Rossell Arce es economista.

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Tecnología al servicio de la gente

/ 17 de abril de 2023 / 02:30

La escena es tan familiar y común que cualquiera puede identificarse: estiramos la mano en la calle o llamamos por teléfono para que nos atienda un taxi. Como la más reciente opción, tenemos la solicitud vía app, el fin es conseguir un taxi que nos lleve a nuestro circunstancial destino.

Como en todo, tenemos buenas y malas experiencias al subir a un taxi, en relación con el trato, condición del vehículo, la selección de la ruta del taxista y otros. Las malas experiencias, lamentablemente, llegan hasta los actos delictivos.

En La Paz, particularmente, se suma un factor de una barrera mental/geográfica. En más de una ocasión, si la “base” del taxista no está en la zona Sur y usted tiene la impertinencia de pedirle el servicio desde el centro, directamente le niegan la carrera.

Y no estamos hablando de un servicio subvencionado ni con precios regulados. Las tarifas son libres.

Hace más de 30 años que se instaló el primer servicio de radiotaxi en La Paz. Así, era posible llamar a un taxi a cualquier hora del día. Cosa imposible hasta ese entonces, cuando las calles paceñas eran un desierto a las once de la noche de un día laboral.

Así, la combinación de tres elementos presentes desde inicios del siglo XX: el teléfono, la comunicación por onda corta y el automóvil, más la imprescindible sensatez de pensar cómo resolverle la vida a la gente, dio lugar a un negocio —en ese entonces— revolucionario.

Es así donde surgen los negocios nuevos: no se necesita inventar la llanta (de nuevo), solo atender dónde están los vacíos de atención. En este caso, y en el de los servicios de móvil por app, se trata de resolver las incertidumbres cotidianas: recoger a las niñas del colegio, regresar en un transporte seguro de una fiesta en la que nos permitimos un trago demás, llegar a tiempo al trabajo. Es decir, resolver las pequeñas incertidumbres cotidianas, que son las que nos dejan un balance positivo al final del día y que están alejadas de las grandes incertidumbres de los cotidianos ataques políticos.

La última innovación en el servicio de taxis es la solicitud vía app. Las ventajas son inobjetables: conocemos de antemano la tarifa, sabemos a qué distancia está el taxi, en cuánto tiempo nos recoge y en cuánto tiempo llegamos a destino, conocemos un mínimo de datos personales del conductor y varias apps han incorporado un conjunto de elementos de seguridad para que incluso nuestras allegadas sepan en tiempo real la ruta y tengan la alerta de posibles desviaciones. Además, podemos calificar a la conductora, para dar una idea de qué tan competente es.

Pero, como toda innovación, las apps para servicio de taxi ya están enfrentando resistencias. Y como dijimos en un artículo anterior, la gente no resiste al cambio per se, la gente se resiste a ser cambiada. Y no hay ejemplo más claro que las quejas de los taxistas “tradicionales” contra las apps; básicamente, se trata de que el personal que sirve en las apps, sea igual que ellos… o no opere.

Ni una vaga promesa de mejora, ni una palabra de reconocimiento de que lo tradicional está perdiendo espacio por no tener una mejor atención que lo digital. De alguna manera, los taxistas tradicionales están defendiendo la libertad del statu quo: que no les califiquen, que no cumplan estándares mínimos en el mantenimiento de sus vehículos, que nadie controle su ruta, ni sus tarifas.

¿No será que es una libertad muy acotada? ¿No será que esas libertades enclaustran la posibilidad de que los clientes opten por algo mejor?

Lo bueno de todo es que las nuevas generaciones no esperan el permiso de nadie para innovar y materializar el potencial de experimentar una mejora significativa en cosas tan simples y cotidianas como una carrera de taxi, poniendo así la tecnología al servicio de la gente.

Pablo Rossell Arce es economista.

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