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Injusticia epistémica

PENSAR

El desarrollo del concepto de injusticia epistémica pertenece a Miranda Fricker, en su libro de 2007 que lleva ese nombre. Fricker comienza definiendo un tipo particular de daño, concretamente el que ocurre cuando se minusvalora o desprecia a una persona en lo referido a su estatus de sujeto epistémico. Este tipo de injusticia puede ser tanto testimonial como hermenéutica. En el primer caso se minusvalora o se desprecia la credibilidad del sujeto hablante. Fricker enfatiza que quien minusvalora o desprecia el testimonio no lo hace de manera consciente, sino que considera — inconscientemente— a determinados sujetos como menores o subalternos, Fricker tiene en mente el daño epistémico que han sufrido las mujeres en el contexto norteamericano, por una serie de prejuicios patriarcales. En el segundo caso —la injusticia epistémica hermenéutica—, el oyente no logra entender al emisor de un discurso, ya sea porque no comparten los mismos significados interpretativos, ya sea porque pertenecen a condiciones de inteligibilidad hermenéutica distintas. En este último caso Fricker refiere a Foucault y su lectura de las relaciones saber-poder, de lo cual deriva que quien ejerce el poder lo hace a través de un determinado tipo de saber, lo cual supone que quien sufre una injusticia epistémica hermenéutica sufre en el fondo una violencia que lo margina o lo hace víctima de las estructuras de poder a través del silenciamiento de su voz.

La injusticia epistémica puede ser más compleja, aunque Miranda Fricker sugiere no ampliar mucho el alcance del concepto para hacerlo más eficiente; sin embargo, para ir más lejos en este tema podemos referir al filósofo francés Jacques Rancière y su concepto de “desacuerdo”.

Por desacuerdo, Rancière se refiere al desentendimiento, es decir a la disputa sobre lo que hablar quiere decir, y que termina por constituir la racionalidad misma de la situación de habla. En estos casos de desacuerdo los interlocutores entienden y no entienden la misma cosa en los mismos términos, y es que aún cuando pareciera que los interlocutores entienden de lo que hablan, una de las partes no ve el objeto sobre el cual habla la otra. En este sentido, el desacuerdo sería una especie de punto ciego que hace imposible la comunicación.

Las víctimas de la violencia epistémica reclaman algo que el sistema dominante no puede conceder, porque este sistema no puede significar el sufrimiento que padecen y, en consecuencia, el conflicto deja de ser un problema de comunicación. No se puede recurrir a la vía judicial, porque el derecho es también el resultado de un consenso comunicativo y tampoco lo significa. Entonces, el conflicto no puede ser más que político, pues el consenso del que nace la comunicación y el derecho, ha excluido a las víctimas.

Farit Rojas T. es docente investigador de la UMSA.