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Las historias que nos contamos

TRIBUNA

Mucho se habla de los relatos y las narrativas, esas historias tan ricas que florecen e iluminan la literatura y el cine, recreando en muchos casos, de manera poética, la realidad. Sin embargo, cuando los relatos invaden los ámbitos periodísticos y políticos se tornan peligrosos por la distorsión que generan sobre la realidad, ya que se está usando un recurso del arte para aplicarlo a un ámbito que no lo es y que exige la mayor transparencia y criterio posible de descripción de la realidad. El mismo efecto negativo se extiende a la esfera de lo personal cuando nos contamos verdades mentirosas.

El riesgo principal que corremos cuando contamos (y nos contamos) verdades a medias es engañarnos a nosotros mismos y llegar incluso a creernos ese relato. Dichos como: Lo hice o lo conté por tu bien, cuando en alguna parte mía soy consciente de que lo hice también por el mío, porque contar eso que no debía a un destinatario específico significaba algún beneficio para mí o decir Es por tu salud cuando te digo que no comas eso, cuando en algún lugar muy adentro mío sé que en realidad lo digo porque me molesta a mí que tengas sobrepeso o estés gorda/gordo.

Es que la distancia entre lo que nos contamos y lo que verbalizamos respecto de lo que de verdad sentimos o sabemos que sucedió, no solo nos hace un poco mentirosos, sino que nos hace distorsionar las verdades y las mentiras. Todo se empieza a diluir, a mezclar y nuestra claridad se va oscureciendo en grises peligrosos que nos terminan atrapando en marañas difíciles de desarmar.

Si bien las verdades no son universales y únicas, porque las cosas que nos pasan están teñidas de nuestros colores y de las formas en las que decodificamos el mundo, hay ciertos límites que nos permiten acercar los múltiples puntos de vista y confrontarlos con las verdades personales.

Este tipo de situaciones nos ocurren a diario, cada uno ve las cosas desde su posición y, a través de la palabra, el diálogo y la comunicación vamos acercando o alejando posiciones con los demás de manera consciente y eficaz.

El punto de quiebre aparece cuando es nuestra propia verdad la que empieza a distanciarse de la verdad que me cuento y que cuento afuera. Y esa verdad distorsionada la sostengo hasta incluso terminar creyéndola.

Y más allá del efecto que esto pueda tener en los otros, el problema más serio es el que tiene en nosotros. Cuando empezamos a contarnos historias es porque las verdades no nos están gustando y las empezamos a distorsionar como mecanismo de autoprotección.

Ese es el momento clave en el que tenemos que activar algún sistema de alarma interno que nos alerte cuando estamos diciendo algo que sabemos que no es así. Reconocerlo. Identificarlo. Registrarlo. Y si en el momento no podemos rectificarnos, anotarlo para reflexionar después. No como un castigo, sino como un camino de autoconocimiento que nos ayude a encontrar ese equilibrio entre el pensar-sentir-decir-hacer, al que ya hicimos referencia en otra columna.

Lo que tenemos que intentar es enfrentarnos a esas verdades que no nos gustan e intentar modificarlas. Porque cuando las verdades no nos gustan es cuando inventamos cuentos sobre las verdades a medias. Lo que necesitamos es enfrentarlas y tratar de cambiarlas antes de que se conviertan en nuestros propios monstruos.

Nuestra premisa siempre tiene que estar del lado de impulsarnos a las transformaciones personales que nos ayuden a acercar la distancia entre lo que pasó y lo que nos contamos acerca de lo que pasó, tratando de ser personas más conscientes de lo que hacemos y de los efectos que nuestras acciones (y palabras) tienen sobre nuestro entorno.

Cuando contamos verdades a medias no solo nos engañamos a nosotros mismos evitando enfrentar sus consecuencias y cambiar, sino que afectamos a quienes nos rodean, a nuestro círculo familiar, laboral, de amigos y compañeros. Pero, sobre todo, a nuestros hijos e hijas que están siempre ahí, atentos a nuestras miradas y palabras que les ayudan a decodificar el mundo. Durante los primeros años de vida, claro. Luego, con el paso de los años, son ellos quienes se irán convirtiendo en nuestros mejores y más exigentes maestros.

Es un camino de todos los días. De estar atentos para no repetir las caídas en nuestros surcos y para construir nuevos.

¿Sentiste alguna vez que lo que estabas contando no era exactamente lo que había pasado y algo te hizo ruido adentro, en algún lugar entre el pecho y la panza? Si es así, manos a la obra, esta es una invitación a que nos pase cada vez menos, andando por caminos más sinuosos, pero mucho más liberadores, de la mano de nuestras mejores compañías.

Eugenia Vinocur es socióloga con experiencia en planificación y gestión de políticas públicas de salud materno infantil.