Nuestros jóvenes se están suicidando
Aquella mañana, al oír una noticia sobre los suicidios de jóvenes en el mundo en una radio argentina, me quedé perplejo. Las estadísticas de esa nota periodística arrojaban números trágicos para el caso boliviano. Resultaba que nuestro país no solo para América Latina, sino mundialmente, tenía índices preocupantes de jóvenes que toman la decisión drástica de quitarse la vida. Obviamente, preocupado empecé a buscar en la internet más datos sobre esta problemática. La mayoría de los estudios sobre este hecho social (como diría Emile Durkheim) penosamente confirmaban aquella noticia radial: nuestros jóvenes se están suicidando.
En 2015, la tasa de suicidios en Bolivia era de 18,56 por cada 100.000 habitantes, muy por encima de la media de suicidios a nivel mundial, que es de 9,5 por cada 100.000 habitantes. Así, por ejemplo, ese año el número de suicidios fue mucho mayor que de los asesinatos. Por cada persona asesinada, tres personas se suicidaron. Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), para 2019 Bolivia tenía la quinta tasa de suicidios más alta de las Américas. Además, tenía la tercera tasa más alta del mundo en suicidios de niñas y niños entre cinco y 14 años. O sea, nuestros niños/niñas y adolescentes se suicidan más. Aunque, estos datos pueden ser más escalofriantes: muchas familias por vergüenza “ocultan” los suicidios de sus jóvenes.
A pesar de la gravedad de este hecho social, es invisibilizado en Bolivia. Ni las instituciones públicas y tampoco las académicas le prestan la atención respectiva. Solo aparece en las páginas de la prensa sensacionalista cuando la noticia incita a la morbosidad de la gente, pasado el espectáculo mediático esta problemática retorna al anonimato. No hay estudios psicológicos, sociológicos y tampoco antropológicos para auscultar sobre los rasgos socio/culturales que tiene esta problemática y, a partir de allí, esbozar políticas públicas orientadas a enfrentarla.
Siguiendo a Emile Durkheim, el suicidio es considerado como una anomia entre la estructura social y la conciencia cultural. A partir de estas reflexiones sociológicas surgen interrogantes insoslayables, entre ellas: ¿cuáles son las “presiones” sociales y/o exigencias de los adultos que derivan en los suicidios de las/los jóvenes? El pasado enero, por ejemplo, la prensa paceña informaba que un joven de 19 años, al sentirse presionado por sus padres por estudiar una carrera que no eligió él, saltó al vacío desde un edificio.
Hay un abanico de preguntas que necesitan ser zanjadas para desentrañar en sus profundidades sobre los suicidios de nuestros niños/niñas, adolescentes y jóvenes. Quizás, las complejidades de nuestras sociedades hacen que las nuevas generaciones se convierten en las más vulnerables y, en consecuencia, muchas veces, se arriman a la deriva suicida.
El suicidio como un hecho social se erige en un indicador inequívoco de lo que está sucediendo en nuestra sociedad. Quizás, el suicidio infantil y juvenil es una expresión que nuestra sociedad está degradada eliminando cualquier forma de esperanza en nuestros hijos. Aun peor, la pobreza, la injusticia y la exclusión son factores estructurales que convierten a este mundo en un mundo invivible.
Hoy el tejido social se rompió. La solidaridad o la utopía como horizontes de vida hoy son una simple nostalgia alimentando quizás la predisposición al suicidio. Entonces, qué podemos esperar de nuestros jóvenes que viven en el mundo digital individualizado e incontrolable donde hay inclusive tutoriales para suicidarse.
Yuri Tórrez es sociólogo.