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Educación sexual para decidir…

ORDEN CAÓTICO

 …Anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir. Es la trinidad de derechos fundamentales que piden las feministas y que atañen no solo a las mujeres, sino a toda la sociedad.

En esta columna me voy a ocupar de un tema que nada tiene que ver con mi personal preferencia por temas de innovación y con las oportunidades de mejora y crecimiento, ámbito que retomaré la próxima entrega. Hoy quiero ocuparme del revuelo que ha levantado la nueva malla educativa y, particularmente, el escozor que muchas personas sienten luego de descubrir que la nueva malla contiene la asignatura de educación sexual. En muchos casos siento que el rechazo a la nueva malla tiene el mismo origen visceral que el rechazo que tiene alguna gente a —prácticamente— cualquier cosa que haga este gobierno. Pero en muchos otros siento que es un genuino rechazo a la acción estatal de ocuparse —con varias décadas de retraso— de un asunto de importancia pública: la educación sexual.

“Consternados” padres de familia prefieren que el tema se mantenga encerrado en las cuatro paredes del hogar, donde supuestamente priman y se transmiten los tradicionales valores heredados de nuestros ancestros. Mi hipótesis es que justamente ese conjunto de valores nos ha traído a la situación en la que estamos porque, lamentablemente, hay mucho de doble rasero en los valores que hemos heredado.

Otra hipótesis que sostengo es que no hay “valores tradicionales” compartidos en la sociedad. Primero, porque cada familia es un mundo en sí misma y el sistema de creencias que una misma unidad familiar tenía hace tan solo 10 años puede haber cambiado drásticamente hasta hoy. Segundo, porque lo que una familia considera tradicional puede no ser lo mismo que lo de la familia vecina. Tercero, porque —gracias a la vida— cada nueva generación trae el imperativo humano y hasta biológico de diferenciarse de la generación de sus padres y eso implica cuestionar los valores familiares “tradicionales”.

El cuestionamiento de los valores de antaño nos ha traído muchas cosas buenas, especialmente en la ampliación de derechos de las mujeres: el voto femenino, el reconocimiento del derecho a una misma paga por un mismo esfuerzo, el acceso a la propiedad y el reconocimiento de la autonomía del cuerpo, entre varios otros. Todo lo que menciono ya es parte del aparato legal de nuestro país.

Pero en épocas de incertidumbre —y ésta lo es como pocas— la gente percibe el caos —que siempre nos acompaña— como un fenómeno nuevo, y que este caos es producto del abandono de los valores tradicionales o incluso de los valores religiosos, que son —porque están “escritos en piedra”— aún más incuestionables que los valores de la tradición. La consigna parece ser “no me toque esos valores, que la sociedad se me despatarra”. O, alternativamente: “no les vaya a dar muchas libertades a las mujeres, que la sociedad se me despatarra”.

Las cifras y los datos nos indican que el aferrarnos a los “valores tradicionales” nos está dando una sociedad bastante disfuncional: solo en 2022 tuvimos 81 feminicidios registrados y 2.652 casos de violencia sexual contra las mujeres. La sociedad y los medios de comunicación —manteniendo los cánones de los “valores tradicionales”— no aportan mucho a la real percepción del problema, lo cual se puede percibir a primera vista al leer los titulares sobre feminicidios:

“Fulanita de tal ‘apareció’ muerta”.

“Menganita deja en la orfandad a x hijos”.

“Una discusión por celos termina con una muerte”.

Incluso el acoso es romantizado en los medios, basta ver el tratamiento mediático de rock star que tuvo un ciudadano asiático por venir al país a buscar a una chica que simplemente decidió que no quería tener ningún contacto con el sujeto. Un sujeto que no aceptó un no por respuesta, un sujeto que insistió en ver a la chica que ya le dijo que no quería tenerlo ni como amigo, un sujeto que fue apoyado de manera cómplice por un ejército de periodistas que ejercieron una insostenible presión mediática para que la chica —obligada— se encuentre finalmente con el sujeto. No faltó el gracioso que tituló “ha triunfado el amor”.

Los humanos —y humanas— en general estamos en un nivel de consciencia bastante pobre en relación a nuestra sexualidad y eso impacta en las relaciones entre hombres y mujeres, impacta en la percepción sobre las opciones sexuales y todo ello es reflejo de las identidades en las que los “valores tradicionales” nos encasillan.

Siendo mediterráneos, los residentes del área andina jugamos con otro factor en contra: tenemos nuestros cuerpos cubiertos los 365 días del año. De ahí el viejo chiste: “¿cómo reconoces un boliviano en la playa? Porque lleva sandalias con calcetines”. Una educación sexual integral nos hará sentir más espontáneos con nuestros cuerpos, nos hará comprender que las relaciones sexuales van más allá de lo genital y abarcan el insondable campo de lo emocional, que las relaciones de pareja pueden —y deben— liberarse de la carga de ser una compensación a las frustraciones individuales y que, en suma, podemos vivir más y mejor con menos apegos y más libertades.

Pablo Rossell Arce es economista.