Voces

Saturday 18 May 2024 | Actualizado a 14:09 PM

Viajar sin viajar

Aprovecho para invitarlos a viajar desde donde estemos y hacia donde queramos.

/ 3 de febrero de 2023 / 02:10

En estos días que comenzamos un nuevo mes, y con la proximidad de las fiestas de Carnaval, muchas personas van planeando dónde viajar para disfrutar del feriado, y no es para menos. Viajar es una actividad que nos permite vivir experiencias emocionantes, despejarnos de los problemas de la cotidianidad y adoptar nuevos puntos de vista. Viajar nos posibilita descubrir nuevos mundos, ponernos en perspectiva y, por qué no, compararnos con otras realidades.

Sin embargo, viajar presencialmente tiene un costo, y en algunas ocasiones, restricciones que impiden hacerlo, como la pandemia que vivimos los últimos años, lo cual me lleva a preguntarme: ¿Será posible viajar sin viajar?

Sin ánimo de entrar en un debate filosófico, me permito responder sencillamente que sí.

Seguramente se preguntará ¿cómo podemos replicar esa placentera experiencia sin salir de casa? Pues es sencillo, aunque requiere de rigurosidad. La lectura, la curiosidad, los nuevos ritmos y nuevas melodías nos permiten viajar hacia lugares insospechados. No es comparable con una visita física, es cierto, pero disfrutar del arte, la política exterior y la economía nos ayuda a abrir la mente, enriquecer nuestra alma y conocer nuevos destinos sin salir de esas cuatro paredes.

Ver hacia el exterior puede despejarnos de los problemas en los que insiste la intrincada agenda mediática interna y ayudarnos a vislumbrar los grandes debates que se están desarrollando afuera de nuestras fronteras. Los debates sobre el uso y ética de la inteligencia artificial, los relacionados a las cadenas de suministros a nivel internacional, y sobre las nuevas propuestas para enfrentar la crisis energética global, por ejemplo.

De igual manera, leer y escuchar más allá de nuestro cotidiano vivir quizás también nos conlleve a descubrir las maravillas que tiene Bolivia, sus riquezas culturales, naturales y gastronómicas que embelesan a propios y extraños. Viajar también hace posible valorar lo propio, verlo con orgullo y promover que otros puedan igualmente sorprenderse y aprender de ello.

No es una competencia. Viajar solo nos pone en una posición en la que humildemente reconocemos las diferencias y similitudes respecto a los otros. Viajar nos permite comprender.

Por medio de este ejercicio mental podemos poner en perspectiva nuestra realidad, ver lo que se hace bien y lo que no, en base a información objetiva. Por ejemplo, ver hacia afuera nos permitirá vislumbrar que todos los países hemos sido afectados por la crisis, y que, a pesar de ello, hay países como el nuestro en los que los efectos han sido mucho menores y más manejables. Esto es inexorablemente el resultado de las políticas económicas y sociales adoptadas. Asimismo, una revisión de la prensa internacional especializada nos mostrará muy probablemente las noticias sobre los altos niveles de deuda externa que están contrayendo los países para financiarse y que, de acuerdo con la teoría, se elevan más allá de lo aceptable. Ese no es el caso de Bolivia, felizmente.

Hallaremos también que las políticas de subsidio gubernamental han ido creciendo durante el último año en distintas partes del mundo y que se han convertido en una forma de aplacar los efectos negativos del contexto internacional. El subsidio es una medida que Bolivia ha implementado hace años y que permite que las personas de a pie, y las industrias, reduzcan sus costos cotidianos de alimentos, energía y combustibles.

Viajar sin viajar nos posibilita aterrizar en todos estos análisis, relativizar y valorar lo que tenemos en Bolivia.

Existen muchos ejemplos de lo que podemos ver por medio de este ejercicio mental. Por ello, aprovecho para invitarlos a viajar desde donde estemos y hacia donde queramos. Abrir la mente a otras realidades en un ejercicio absolutamente necesario.

Judith Apaza es auditora financiera.

Comparte y opina:

Cartas a Tepoztlán

/ 13 de mayo de 2023 / 08:54

Tepoztlán es un pueblito mágico ubicado en México. Se dice que allí nació Quetzalcóatl, el dios azteca representado con una serpiente emplumada. Nunca he estado allí, pero conozco sus calles y paisajes a través de las fotos y comentarios que me hace un amigo por medio de las innumerables cartas que nos escribimos regularmente.

Para mí, estos papeles rompen la barrera temporal. Son como pequeñas cápsulas del pasado, cápsulas de quienes fuimos cuando las escribimos con paciencia y cariño. Su escritura requiere mayor cuidado que un chat de WhatsApp y, en cierto modo, también requiere de mayor reflexión. Por medio de ellas he logrado entender mejor mi entorno y soñar e imaginar lo que vive mi amigo a más de 5.000 kilómetros de distancia.

Contrario a lo que uno pudiera pensar, esta distancia nos acerca. Nos hace ver que existen problemas comunes entre su país y el mío. Ambos hemos tenido que enfrentar los efectos del COVID, el encierro, y luego la guerra internacional. De la misma forma, ambos hemos podido recuperarnos, así como cada país lo ha hecho, de forma muy particular, y con distintos efectos en su economía.

Ése es un tema que nos inquieta y nos interesa. En nuestras últimas cartas hemos estado conversando sobre la inflación. Más allá de las teorías, cálculos y palabras complicadas hemos analizado sus efectos en distintos actores. Conjuntamente, con los ejemplos de nuestro entorno, reconfirmamos el hecho de que la inflación afecta a los más pobres, en mayor medida.

Es lógico. Si alguien tiene un ingreso elevado, que el precio del pan o del transporte se incrementen podría no ser un gran problema. Pero para quien tiene más obligaciones y un ingreso más modesto, por supuesto el impacto será mayor. esta es la razón por la que algunos gobiernos implementan medidas para controlar la inflación. Una de ellas, adoptada por varios países, es el tema de la subvención.

La subvención es una política que ayuda a minimizar los impactos del mercado y requiere del destino de recursos económicos para su cobertura. En Bolivia la subvención beneficia a los consumidores de energía, combustibles y ciertos alimentos. Si bien algunas voces aseveran que esta medida debe ser eliminada, ellas se olvidan del costo social que ello implicaría. No hablamos de una familia, sino de miles de familias que en este momento se verían afectadas con un eventual recorte.

Es evidente que los recursos de la subvención deben ser bien dirigidos y es por eso que se requieren controles y el análisis de las políticas implementadas. Por supuesto, toda política es perfectible, pero ello no quita la importancia de esta medida en favor de quienes más la necesitan. Compararnos con otros países en términos de inflación nos permite vislumbrar que esta medida ha logrado mitigar los efectos que en otros países han hecho estragos. Bolivia tiene los niveles más bajos de inflación y eso es algo por lo que se debe trabajar para mantener.
Cada integrante de nuestro país puede y debe trabajar por mejorar estas políticas. Es momento de que, de cara al Bicentenario, se resguarden y protejan los avances que hemos tenido como país. Es el momento de la concertación y el diálogo. Eso es algo que pondré en mi próxima carta.

Hoy me ha visitado el cartero y he recibido un sobre con sellos y estampillas. Sé que ha viajado miles de kilómetros para llegar hasta mí y que, en cierta forma, se constituye en un tesoro en mis manos. Mi amigo me dice que está bien en Tepoztlán, que la inflación está disminuyendo, y yo, sonrío.

Comparte y opina:

Acumuladore$

/ 4 de marzo de 2023 / 01:14

Durante los inicios de la pandemia, Dayana entró en pánico. Poco se sabía de esta nueva enfermedad y había mucha incertidumbre. Ante ello, su primer reflejo fue abastecerse al mejor estilo de una emergencia nuclear. Corrió al mercado adquiriendo ingentes cantidades de enlatados, barbijos, alcohol en gel, lavandina y (por alguna razón) mucho, mucho papel higiénico. Es cierto, ella no lo hizo con mala fe. La orientó lo incierto de una pandemia (hay que reconocer que era su primera pandemia). Sin embargo, con el pasar del tiempo, ella continuó repitiendo su comportamiento y esto, sumado a muchos acumuladores como ella, ocasionaba que hospitales, centros de salud y otros relacionados tuvieran dificultades en adquirir estos mismos ítems que ella compraba desmedida e innecesariamente.

Este comportamiento es una clara muestra de acumulación orientada por el pánico. No es un comportamiento racional, pero a muchos les brinda cierto tipo de tranquilidad. Lastimosamente, sabiendo que los bienes son limitados, el accionar de uno (o muchos acumuladores) tiene un efecto en la disponibilidad y reduce el acceso para aquellos que realmente los necesitan. Este accionar puede ocasionar una escasez en la oferta, con todas las complicaciones que ello implica, como, por ejemplo, el aprovechamiento de especuladores y los incrementos de precios.

Hoy, en 2023, estamos viviendo algo parecido. Si bien la pandemia no ha cesado, felizmente hemos dejado de adquirir enlatados y papel higiénico como Dayana hacía en 2020. No obstante, podemos observar otra(s) forma(s) de acumulación. Sí, estoy hablando de los dólares. De acuerdo con un reciente reporte de la Autoridad de Supervisión del Sistema Financiero, la compra y venta de estas divisas tiene un comportamiento inusual en Bolivia.

Sobre esto, Dayana recientemente me ha comentado que está comprando muchos dólares “por si acaso”. Yo le pregunto: “¿Necesitas esos dólares?” Ella reconoce que no, que nunca antes había comprado dólares, que tampoco los utiliza en su cotidiano vivir, pero que había escuchado en algún medio de comunicación que están escaseando. “No los necesito, pero si escasean, hay que comprar”, señala.

Es evidente, el pánico nos orienta a tomar decisiones rápidas. Sin embargo, es momento de actuar racionalmente e intentar medir sus efectos a mediano y largo plazo. Nuevamente estamos dejando que nuestros miedos más primarios nos orienten a tomar decisiones erradas. Al acumular dólares (que no necesitamos) estamos actuando exactamente igual que los acumuladores de papel higiénico.

Recordemos que esta sensación de caos muchas veces es motivada por especuladores o personas inescrupulosas que pretenden sacar un rédito. Ellas tienen el mismo modus operandi: Primero la profecía autocumplida (“No hay dólares en el mercado”), lo que motiva una compra irracional en los mercados, ocasionando finalmente una sensación de escasez. En resumen, una manipulación de expectativas económicas.

¿Acaso no hemos aprendido nada de la pandemia? ¿Necesitamos esos dólares? Al adquirirlos desmedidamente, ¿no estamos causando un efecto contraproducente? ¿Queremos perder nuestro dinero simplemente por especulaciones y comentarios? No seamos como Dayana, racionalicemos la adquisición de bienes y recursos en general. No formemos parte de la bola de nieve que genera el pánico y alimenta la desinformación.

Judith Apaza es auditora financiera.

Comparte y opina:

El vendedor de paraguas

/ 27 de septiembre de 2022 / 01:32

Daniel vendía paraguas en una ciudad en la que nunca llovía, ni hacía demasiado sol. Mala inversión, dirían algunos. Lo que no sabían es que Daniel, quien era muy hábil, conocía sobre los misterios de las expectativas y su rol en las decisiones económicas. Él no necesitaba de una lluvia real o de un sol intenso, no. Él solo necesitaba que las personas creyeran que iba a llover o que habría un sol abrasador.

¿Cómo?

Si las personas de la ciudad tenían suficientes elementos para pensar que llovería, quizás serían más propensas a comprar un paraguas. Daniel entonces recurría a tomar todas las señales de la naturaleza (un halo de luz alrededor de sol, por ejemplo) para insertar su narrativa y, haciendo uso de sus conocimientos de marketing, emprendía una feroz campaña mediática para implantar la idea de un diluvio sin precedentes. No necesitaba usar la palabra “paraguas”, solamente asegurarse de que la población esté bien enterada de un fenómeno climatológico para el cual tomar previsiones.

Esto, más allá de parecer una historia de ficción, ejemplifica cómo la implementación de narrativas puede afectar el mercado, y por supuesto, beneficiar a ciertos grupos. Crear un ambiente de incertidumbre (algo malsano sin duda) orienta a que las personas decidan en mayor medida erróneamente. A esto le llamamos la influencia de las narrativas económicas.

Con el uso más frecuente de internet y medios relacionados, la viralidad de estas narrativas ha crecido exponencialmente. Que “va a haber inflación”, que “se van a quedar con nuestro dinero”, que “habrá un corralito”, son afirmaciones imprecisas que navegan en redes generando incertidumbre y poniendo en riesgo la estabilidad. Si creemos en estas afirmaciones seguramente tomaremos decisiones no tan acertadas, movidos por el miedo o quizás por la búsqueda del bienestar de nuestros seres queridos.

Eso es algo bien sabido por los Danieles del mundo, quienes van dejando estas semillas de desinformación con el único objetivo de obtener un beneficio propio. Poco les interesa que las personas arriesguen todo su capital por una mala decisión. No, lo que esperan es recibir los frutos de la desinformación, vender sus paraguas y buscar nuevas formas de atrapar incautos.

Sabiendo que este es un riesgo real, ¿qué podemos hacer? Robert Shiller, premio Nobel de Economía 2013, en su libro Narrativas económicas, nos brinda una abrumadora frase al respecto: “La verdad no es suficiente para detener la propagación de narrativas falsas” (pp. 166). Y es que hay algo por lo que estas narrativas tienen éxito. Más allá de usar suposiciones generalizadas y utilizarlas para influir, estas narrativas hacen uso de prejuicios, emociones, miedos, sensaciones humanas que develan nuestra naturaleza animal.

Ante ello, la única solución es romper nuestros sesgos, basarnos en datos y sentarnos a meditar un instante antes de compartir estas narrativas. Esos valiosos segundos pueden ayudarnos a cortar la cadena. Una pregunta útil a plantearse cuando nos encontramos ante una narrativa económica que genera pánico y zozobra es: ¿Quién o quiénes resultan beneficiados con la difusión de este contenido? Quizás será algún Daniel. Si es así, probablemente no sea bueno apoyar su juego. Allí, todo el poder de amplificar, o no, esta narrativa está en nuestras manos.

Bueno, a pesar de todo, Daniel ya vendió todos sus paraguas y está consciente de que volver a prometer un diluvio que nunca llega podría poner en riesgo su reputación. Por tanto, ha decidido cambiar de narrativa. Estemos atentos a las nuevas narrativas de Daniel.

Judith Apaza es auditora financiera.

Comparte y opina:

Los fantasmas del pasado

/ 15 de junio de 2022 / 02:25

Verlo caminar tomado de la mano de alguien más me dejó anonadada. Hasta hace unos meses él y yo habíamos sido algo más que amigos y fue justamente en esa calle donde nos habíamos dicho adiós. No lo esperaba. No quería verlo. Pero a veces (la mayoría de las veces) la vida nos pone en situaciones tan insólitas como ella misma.

Mientras lo veía, me puse a meditar sobre si es posible dejar ir el ayer, pensar en el presente y avanzar. Y recordé cómo constantemente los seres humanos mantenemos vivos esos fantasmas del pasado, entre una mezcla de añoranza y desolación.

Esto ocurre a todo nivel, no solo en asuntos del corazón. Me animaría a decir que incluso la economía se embebe de esta añoranza. Prueba de ello son quienes por décadas pregonan que “el pasado siempre fue mejor”, que cualquier medida del siglo pasado tiene más sentido que lo que actualmente se ejecuta en los distintos niveles de la cosa pública.

¿Será así? ¿Podemos decir que lo que se aplicaba en los años 90 es aplicable a un escenario actual? ¿No será que de la misma forma que en la que muchos nos aferramos al amor, también algunos se aferran a políticas económicas?

No, no digo que hay que olvidar o borrar el pasado, solo aprender de él, pero sin vanagloriarlo. Esto va más allá de la ideología. Considero que mientras mejor sepamos apreciar críticamente el presente, solo así lograremos construir el futuro. Fuera de esas pulsiones románticas, y hablando más específicamente de la economía del país, se hace imprescindible basarnos en datos.

Los embates de la guerra, la pandemia, los conflictos sociales han hecho estragos en muchas economías, y aún se están analizando y cuantificando los efectos, como muestra un reciente informe de la CEPAL publicado en junio de este año. En este contexto, paradójicamente Bolivia se encuentra en un escenario estable, con un porcentaje bajo de inflación y perspectivas de crecimiento dadas tanto por las cifras gubernamentales, como por medios y analistas internacionales.

Como es de esperarse, nuestra primera impresión será dudar de esos datos. Bolivia pocas veces alcanza los primeros lugares a nivel mundial, pero cuando lo hace deberíamos sentirnos orgullosos e intentar entender mejor cómo llegamos hasta aquí. La situación económica que vivimos actualmente no es fruto del azar. Sería ingenuo pensarlo.

Cambiar de paradigma es difícil, pero no imposible. Que recibiremos impactos por la situación mundial es algo innegable, pero esos impactos serán mucho menos dañinos que los que están recibiendo otros países. Dejemos de ver con nostalgia el lejano pasado y construyamos con bien el presente. Ver las posibilidades de lo que es y de lo que podrá ser es algo realmente emocionante.

Sin aferrarnos al pasado, debemos mirar de frente, sacudir el polvo y avanzar hacia el futuro. Es necesario dejar ir a los fantasmas. Al final, solo eso son, fantasmas.

Judith Apaza es auditora financiera.

Comparte y opina:

El número del millón de dólares

Es nuestro deber contribuir con el proceso democrático a través de la crítica constructiva

/ 27 de julio de 2013 / 07:49

Si una imagen puede valer más que mil palabras, creo que es correcto aseverar que una cifra puede llegar a valer más que un millón de palabras. Pero como al mundo no le interesan las palabras, sino los números, diríamos que una cifra puede valer más que un millón de dólares. Veamos por qué.

Actualmente nos vemos bombardeados de cifras y datos estadísticos: reducción de X por ciento, crecimiento de Y por ciento, eficiencia, PIB, superávit, déficit, excedente, inflación, ejecución presupuestaria… son términos que se han convertido en palabras de uso común en el léxico del ciudadano de a pie. Esta es una situación bastante paradójica, pues, curiosamente la sociedad (por lo general) presenta una cierta aversión a las matemáticas, sin embargo, parece gozar de una cierta tolerancia y confianza hacia resultados de estadísticas y encuestas.

Sin embargo, ¿se puede decir que todas las cifras presentadas son ciertas? ¿Qué significan estos números para aquellos no iniciados en las ciencias económicas? Para responder a estas dos cuestiones probablemente sea necesario recordar una de las características primordiales de la información: la fiabilidad (o confiabilidad). En términos generales, esta fiabilidad se origina principalmente en a) la fuente de los datos y b) las actividades realizadas para el procesamiento de la información.

Esto nosotros lo sabemos de manera intuitiva y lo utilizamos día a día, mientras intentamos comprobar la veracidad o no de cierta información que nos comunican nuestras personas más allegadas. Lamentablemente pocas veces logramos verificar datos de fuentes externas. Este hecho limita nuestra capacidad de cuestionamiento, y por consiguiente, nuestro alcance de la verdad.

En este sentido, nosotros, como parte de la nueva “Sociedad de la información”, debemos entrenar nuestra capacidad de análisis para poder segregar la información veraz de aquella que responde a ciertos intereses en particular. Es nuestro deber contribuir con el proceso democrático a través de la crítica constructiva, y ello requiere también de nuestra predisposición hacia la búsqueda de información fiable. Esto evitaría que instituciones de investigación (reales o no) logren envolvernos en un torbellino de números sin respaldo ni relación lógica entre las variables. A tal extremo hemos llegado que algunos podrían asegurar que si en julio existen más resfríos y por otro lado existe una mayor venta de abrigos, puede deducirse que la venta de abrigos produce resfriados… (el ejemplo anterior, por cierto, no es real, sino meramente ilustrativo).

Al respecto, quizás debamos responder qué es más importante: ¿un dato, la forma de obtenerlo o su significado real tomando en cuenta todas las variables? En definitiva deben considerarse todas variables, las fuentes y el procesamiento de datos. Sin embargo, al final, lo que más importa es la interpretación de la información estadística, así como la relevancia que damos a estas cifras y el nivel de confianza que depositamos en ellos. ¿Alguien está dispuesto a apostar un millón de dólares a que el análisis presentado por instituciones de investigación es totalmente fiable?

Temas Relacionados

Comparte y opina: