Sin memoria de abril
¿Quién me ha robado el mes de abril? Es una cruda y melancólica canción de Joaquín Sabina. Ahí canta y cuenta desencuentros y abandonos. Por cierto, no hago esta alusión para hablar de sentimientos ni por sufrimiento existencial pandémico. Esta interrogante se me viene a la mente pensando en la memoria política del país y con una fecha precisa que evoca un acontecimiento trascendental en nuestra historia: el 9 de abril de 1952 que inaugura la “revolución nacional”. En este caso, y jugando anagramáticamente, puedo decir que no han “robado” el 9 de abril sino que lo han “borrado”. Entonces, mi pregunta es: ¿Por qué nos han borrado el día del estallido de la insurrección popular que dio inicio a la “revolución del 52”, el acontecimiento que marcó el fin del siglo XIX boliviano? Una revolución que inauguró un nuevo orden político que, después de tres gestiones gubernamentales al mando del MNR, concluyó con el golpe de Estado en 1964 perpetrado por el general Barrientos. Cuarenta años después, esa revolución continuó su derrotero con el inicio del “proceso de cambio” impulsado por el MAS. Los caminos de la vida… La insurrección del 52 empezó con un golpe de Estado orquestado entre el MNR y la Policía que derivó en una insurrección popular; en noviembre de 2019, un levantamiento de los sectores de clase media culminó en un golpe de Estado contra el MAS que fue detonado por un motín policial. El primer hecho marcó el inicio de la “revolución nacional”, el segundo pretendió cerrar el “proceso de cambio” que, sin embargo, retomó su curso un año después, con la victoria de Luis Arce. Entre ambos procesos existe una nítida continuidad porque tienen en común la presencia y preeminencia de lo nacional popular. En 1952, el nacionalismo revolucionario se convirtió en creencia colectiva y en proyecto estatal. Esa doble condición se recuperó entre 2006 y 2009 con la nacionalización de los hidrocarburos y la forja del Estado plurinacional; sin embargo, el pueblo como alianza de clases fue reemplazado por una voluntad colectiva nacional popular que tiene una impronta campesina indígena.
Sin embargo, el MAS no incluyó el proceso revolucionario del 52 en su reinterpretación histórica. Al contrario, apostó a la ruptura interpretativa y rechazó la continuidad de la “revolución nacional” en el “proceso de cambio”. Y lo puso de manifiesto en el Preámbulo de la Constitución Política del Estado donde no se menciona la gesta de abril que, entre otras cosas, creó las condiciones para la constitución del sujeto campesino indígena que ocupa el centro de la CPE. Nos borraron el mes de abril.
Los constituyentes del MAS consideraron que ese ciclo nacionalista revolucionario fue otra cara del colonialismo porque impulsó la homogeneización cultural, es decir, el nacionalismo fue concebido como una ideología negadora de las identidades indígenas. Era una mirada relativamente correcta pero reduccionista porque el nacionalismo del siglo pasado fue algo más que un dispositivo de dominación, fue una propuesta de soberanía porque eliminó el “superestado” minero como estructura de poder y fue una apelación democrática porque superó el reduccionismo clasista e inició el reconocimiento de la diversidad, ya desde el congreso indigenal de 1945 en el gobierno de Villarroel. Por eso, el nacionalismo revolucionario condensaba las contradicciones históricas en la antinomia nación/antinación y apelaba al pueblo como sujeto revolucionario opuesto a la oligarquía señorial. Es fácil advertir la vigencia de esos elementos discursivos en la actualidad y su utilidad para el gobierno del MAS con la finalidad de impulsar el “proceso de cambio”. Por eso, es preciso recuperar la memoria de abril porque, como dijo Calderón, no podemos construir comunidad (pluri) nacional sin continuidad histórica.
Fernando Mayorga es sociólogo.