Voces

Thursday 25 Apr 2024 | Actualizado a 17:29 PM

Sin memoria de abril

/ 24 de abril de 2021 / 23:34

¿Quién me ha robado el mes de abril? Es una cruda y melancólica canción de Joaquín Sabina. Ahí canta y cuenta desencuentros y abandonos. Por cierto, no hago esta alusión para hablar de sentimientos ni por sufrimiento existencial pandémico. Esta interrogante se me viene a la mente pensando en la memoria política del país y con una fecha precisa que evoca un acontecimiento trascendental en nuestra historia: el 9 de abril de 1952 que inaugura la “revolución nacional”. En este caso, y jugando anagramáticamente, puedo decir que no han “robado” el 9 de abril sino que lo han “borrado”. Entonces, mi pregunta es: ¿Por qué nos han borrado el día del estallido de la insurrección popular que dio inicio a la “revolución del 52”, el acontecimiento que marcó el fin del siglo XIX boliviano? Una revolución que inauguró un nuevo orden político que, después de tres gestiones gubernamentales al mando del MNR, concluyó con el golpe de Estado en 1964 perpetrado por el general Barrientos. Cuarenta años después, esa revolución continuó su derrotero con el inicio del “proceso de cambio” impulsado por el MAS. Los caminos de la vida… La insurrección del 52 empezó con un golpe de Estado orquestado entre el MNR y la Policía que derivó en una insurrección popular; en noviembre de 2019, un levantamiento de los sectores de clase media culminó en un golpe de Estado contra el MAS que fue detonado por un motín policial. El primer hecho marcó el inicio de la “revolución nacional”, el segundo pretendió cerrar el “proceso de cambio” que, sin embargo, retomó su curso un año después, con la victoria de Luis Arce. Entre ambos procesos existe una nítida continuidad porque tienen en común la presencia y preeminencia de lo nacional popular. En 1952, el nacionalismo revolucionario se convirtió en creencia colectiva y en proyecto estatal. Esa doble condición se recuperó entre 2006 y 2009 con la nacionalización de los hidrocarburos y la forja del Estado plurinacional; sin embargo, el pueblo como alianza de clases fue reemplazado por una voluntad colectiva nacional popular que tiene una impronta campesina indígena.

Sin embargo, el MAS no incluyó el proceso revolucionario del 52 en su reinterpretación histórica. Al contrario, apostó a la ruptura interpretativa y rechazó la continuidad de la “revolución nacional” en el “proceso de cambio”. Y lo puso de manifiesto en el Preámbulo de la Constitución Política del Estado donde no se menciona la gesta de abril que, entre otras cosas, creó las condiciones para la constitución del sujeto campesino indígena que ocupa el centro de la CPE. Nos borraron el mes de abril.

Los constituyentes del MAS consideraron que ese ciclo nacionalista revolucionario fue otra cara del colonialismo porque impulsó la homogeneización cultural, es decir, el nacionalismo fue concebido como una ideología negadora de las identidades indígenas. Era una mirada relativamente correcta pero reduccionista porque el nacionalismo del siglo pasado fue algo más que un dispositivo de dominación, fue una propuesta de soberanía porque eliminó el “superestado” minero como estructura de poder y fue una apelación democrática porque superó el reduccionismo clasista e inició el reconocimiento de la diversidad, ya desde el congreso indigenal de 1945 en el gobierno de Villarroel. Por eso, el nacionalismo revolucionario condensaba las contradicciones históricas en la antinomia nación/antinación y apelaba al pueblo como sujeto revolucionario opuesto a la oligarquía señorial. Es fácil advertir la vigencia de esos elementos discursivos en la actualidad y su utilidad para el gobierno del MAS con la finalidad de impulsar el “proceso de cambio”. Por eso, es preciso recuperar la memoria de abril porque, como dijo Calderón, no podemos construir comunidad (pluri) nacional sin continuidad histórica. 

Fernando Mayorga es sociólogo.

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Sin sindéresis

/ 18 de junio de 2023 / 00:57

En los últimos tiempos, la literalidad se ha convertido en un rasgo predominante en nuestra cultura política. No es un defecto, o no debería serlo, habida cuenta que la literalidad se refiere a seguir fielmente el significado exacto de las palabras, sin embargo, en estos tiempos, en vez de aclarar las cosas, la literalidad las enreda, las va enredando (más grave aún puesto que circula en las redes). Curiosa paradoja, como toda paradoja. Lo que sucede es que se trata de una literalidad sin sindéresis y no es poca cosa, porque la sindéresis se refiere al uso de la discreción y la sensatez para juzgar los hechos de una manera correcta y para emitir juicios en un momento determinado. Y si algo falta en estos tiempos es cordura, tino y mesura en los meandros de la política, en los pasillos partidistas. Y ni hablar de la mayoría de periodistas, sobre todo aquellos que armaron un cerco mediático en 2019 con falacias que siguen repitiendo (pero de mentiras, fake news y manipulación mediática me encargaré otro día).

Existe falta de sindéresis, sin duda, cuando un diputado enarbola un letrero que dice: “Yo no me quiero suicidar” y uno no sabe si se trata del uso de una figura retórica —ironía o sarcasmo— para denotar astucia o es simplemente un desliz argumentativo que deriva en una hipérbole —otra figura retórica— porque, dizqué, “en Bolivia ya no existe derecho y justicia que nos ampare”. A ver. Y lo declaran unos parlamentarios que forman parte de la bancada oficialista y no de la oposición, aquella que anda prediciendo catástrofes desde ha y como siempre anda envuelta en el papel celofán de la ins/ti/tu/cio/na/li/dad aunque no se despeina para expulsar de su bancada a una senadora porque votó en sentido contrario a la orden de su agrupación. Ante tal hecho y para contrariar a sus detractores, la desterrada legisladora decidió fragmentar aún más a la oposición: “como tan preocupados están todos, entonces es posible que una vez que concluya mi mandato yo me presente para presidenta o para vicepresidenta”. Eso es salirse por la tangente, con estilo.

Sin estilo, en las filas de la bancada oficialista resaltan algunos personajes por su histrionismo, cuyas declaraciones no consignaré por falta de espacio y porque son de dominio público y de escarnio privado.

Mi atención apunta a la literalidad cada vez más frecuente en el seno del partido de gobierno; en el partido y en el Gobierno; así, por separado, puesto que a veces el MAS-IPSP es una sola entidad, a veces dos, y otras tantas, es ninguna, porque da la impresión de que el significante “se ha estido”. Sin medias tintas, el jefe del partido de gobierno declaró que el partido no forma parte del Gobierno y otro alto dirigente señaló que el Presidente del Estado es enemigo del presidente del partido y así sucesivamente. Literal, a lo Marx, en modo Groucho.

Hace años, el relato épico predominaba en la discursividad política del “proceso de cambio” y, a tono con ese tenor, la oposición era altisonante y creativa (remember “la media luna”). Estos días no hay pistas para encontrar alguna elaboración discursiva asentada en argumentos y potentes interpelaciones, ojalá no sea un signo de los tiempos sino cuestión del frio invernal, para terminar con un pleonasmo.

Fernando Mayorga es sociólogo.

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El tiempo en la política

/ 9 de abril de 2023 / 01:03

El tiempo es un recurso crucial en la política. Tomar decisiones acertadas en el momento oportuno es un atributo que se traduce en liderazgo. Evo Morales tuvo esa aptitud desplegando un estilo de acción política que era una combinación entre retórica radical y decisiones moderadas. Y con ese estilo avanzó al centro del campo político y venció en los comicios de 2005, 2009 y 2014 con mayoría absoluta. El MAS-IPSP controló el ritmo del proceso político reescribiendo el pasado (colonial y republicano) y diseñando el futuro (Estado plurinacional) a partir de recuperar la historia (nacionalización de hidrocarburos) aunque en el preámbulo de la CPE no se menciona a la revolución del 52.

A fines de 2015, el MAS-IPSP optó por alterar la sincronía del tiempo constitucional del mandato presidencial y apostó a otra reelección consecutiva de Evo Morales; lo hizo de una manera sorprendentemente anticipada. Apenas había transcurrido un año de su victoria en las elecciones de 2014 y el MAS-IPSP aprobó la convocatoria a un referéndum para una reforma parcial de la nueva CPE. La derrota en el 21F provocó una notable alteración en la gestión gubernamental que se concentró en la habilitación de Evo Morales para los comicios de 2019 por vía judicial y en ese afán aceleró, por ejemplo, la aprobación de la Ley de Organizaciones Políticas y la realización de elecciones primarias. Es decir, el ritmo del proceso político se subordinó al objetivo reeleccionista y tuvo un lamentable desenlace con el golpe de Estado.

Hoy, otra vez, de modo sorprendentemente anticipado se impuso otro cálculo electoral en la agenda partidista a partir de la decisión de Evo Morales de pugnar por la candidatura en 2025. Una consecuencia de esa decisión es una similar pretensión de Luis Arce y, como antaño, la gestión gubernamental está subordinada a una disputa interna. El futuro (del proceso de cambio) está suspendido y el pasado define la conducta en el presente puesto que el MAS-IPSP debe optar, aparentemente, entre la reelección de Luis Arce y el retorno de Evo Morales. Esas opciones no son viables electoralmente, inclusive si se liman las asperezas y la unidad no es mera retórica, porque no pueden vencer en primera vuelta y serán previsiblemente derrotados en la segunda. Los argumentos están en mi libro Resistir y Retornar, publicado hace seis meses, y serán motivo de otra columna. En estas líneas me interesa destacar otro elemento negativo de la actual estrategia de Evo Morales y se refiere a que está poniendo en riesgo su legado, es decir, su aporte a la historia del país y al movimiento indígena global que tuvo su mayor esplendor entre 2005 y 2015. Su liderazgo ya no se sustenta en un vínculo carismático —el carisma es situacional— y su radicalización discursiva —acusando de “un enemigo más” a quién fue su acompañante de binomio con una lealtad inédita en nuestra historia— lo aleja del centro, ese lugar que ocupó para vencer de modo incuestionable y que es imposible que vuelva a habitarlo porque la crisis de 2019 lo alejó, para siempre, de los sectores populares y medios urbanos, esa base social cuyo apoyo electoral le permitió al MAS-IPSP disponer de capacidad de acción hegemónica mediante su articulación a un proyecto campesino indígena. El MAS-IPSP tiene que recuperar esa capacidad de acción y, para ese fin, Evo Morales debería enfocarse en resguardar su legado y garantizar una sucesión —no renovación— de liderazgo que permita que el (proceso de) cambio tenga continuidad. Sus seguidores deben darse cuenta de este imperativo de la historia. Y él también.

Fernando Mayorga es sociólogo.

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Un lugar como Bolivia

/ 26 de febrero de 2023 / 00:52

En una serie televisiva de dudosa alquimia (Shooter, Netflix), un par de exmarines —blanco y negro, francotiradores en la invasión a Afganistán—, una agente del FBI —disfuncional, mujer y mulata— y un politólogo —asistente de un senador— luchan contra una red conspirativa que hace y deshace la política desde las sombras del poder bajo el nombre de Atlas (mi palíndromo preferido: salta Lenin el atlas). ¿A qué viene este cuento? Pues, resulta que el episodio 7 de la temporada 2 se titula: Un lugar como Bolivia y, entonces, quedé petrificado. ¿Por qué ese nombre? El episodio es insulso y lo que interesa es ese curioso título.

Ese título me hizo recordar que hace años me dediqué a seleccionar películas en las que se menciona a Bolivia como un lugar extravagante, surrealista, recóndito, excepcional, raro, peculiar; un agujero negro, esa “región finita” que absorbe todo y nada deja escapar. Hoy sería lo bizarro y random, puesto que además somos un Estado plurinacional. En un blog escribí varios textos sobre Bolivia en el cine (https://pioresnada. wordpress.com/2016/03/) y muestro, perplejo y divertido, las múltiples maneras en que aparece nuestro país en algunas películas. Una breve lista al respecto consigna a Dos hombres y un destino (Butch Cassidy and the Sundance Kid, Estados Unidos, 1969), protagonizada por Robert Redford y Paul Newman. Otra versión de la historia de esos pistoleros en Sin destino (Blackthorn, España, 2011), dirigida por Mateo Gil y con varios premios Goya. Si de política se trata somos un ejemplo de lo curioso e indeseable; así es en Colores Primarios (Primary Colors, Estados Unidos, 1998) dirigida por Mike Nichols, donde John Travolta personifica a Bill Clinton, o en un filme dirigido por Sidney Lumet, El precio del poder (Power, Estados Unidos, 1986) con Richard Gere como asesor de un candidato. También hay curiosas alusiones en Un golpe maestro (The Score, Estados Unidos, 2001) y en Quiero matar a mi jefe (Horrible bosses, Estados Unidos, 2011).

Entre los actores, sobresalen Al Pacino, que personifica a Tony Montana en El precio del poder (Scarface, Estados Unidos, 1983) de Brian De Palma en tratos con el “rey de la cocaína” boliviano, o Nicolas Cage que hace de un ruso traficante de armas conocido como Señor de la Guerra (Lord of War, Estados Unidos, 2005). Esos gangsters en nada se parecen al personaje pesimista interpretado por Woody Allen en Manhattan (Estados Unidos, 1979) que para conquistar a Diane Keaton sugiere adoptar un huérfano… boliviano. Tampoco a Robert Bobby Bolivia, en cuyo taller mecánico empiezan los enfrentamientos intergalácticos que evitarán la destrucción del universo en Transformers (Estados Unidos, 2007) de Steven Spielberg. Esas obsesiones no se limitan a películas estadounidenses: Tierra de nadie (No Man’s Land, Bosnia-Herzegovina 2001) es una comedia anti-bélica dirigida por Danis Tanovic que obtuvo el Oscar a la mejor película extranjera en 2001 y Cacería implacable (Headhunter, Noruega 2011) es un thriller noruego de Morten Tyldum nominado a un par de premios europeos.

Algún rato presté atención a las series con similar afán pero alguna distracción me distrajo. Recuerdo que, en Mad Men, la estupenda Joan baila un mambo donde dicen… Cochabamba (temporada 1, capítulo 8). Otra referencia a Bolivia aparece en The Good Wife, una de abogados producida por Ridley Scott. Y, en una serie irlandesa, Jack Taylor, un detective jubilado alcohólico es perseguido por la mafia y su amigo le aconseja escapar a un lugar donde será imposible que lo encuentren: Bolivia. A contramano, en la temporada 3 de La reina del sur, el amigo ruso de Kate del Castillo, cuando ingresa a un cholet en El Alto, exclama: “así deber ser el paraíso”. En fin, Alfredo Domínguez tenía razón: Bolivia es mi cielo, mi infierno y mi purgatorio.

Fernando Mayorga es sociólogo.

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Oposición no se escribe en singular

/ 29 de enero de 2023 / 01:31

Se dice que la calidad de un gobierno depende de la calidad de la oposición. Es un aserto de dudosa pertinencia, pero lo invoco para hacer algunas reflexiones sobre la relación entre oficialismo y oposición. El MAS-IPSP controla el gobierno desde 2006, exceptuando un breve interregno (noviembre de 2019 a noviembre de 2020) bajo el mando de la oposición. En ese lapso, “la” oposición —en singular— fue un eufemismo porque después de lograr un objetivo común —la caída de Evo Morales y el desplazamiento del MAS-IPSP del gobierno— los actores institucionales (partidos) y extrainstitucionales (comités cívicos, iglesias, “plataformas”) que formaron parte de una coalición circunstancial optaron por actuar en solitario bajo el supuesto de que, sin Evo Morales, el MAS-IPSP sería irrelevante en las elecciones. Pagaron caro ese error analítico que se reduce a utilizar el vocablo “populismo” para explicar(se) todo y nada. Por eso postularon media docena de candidatos/ as como si se tratara de una disputa interna en las filas del campo opositor pero, ante las circunstancias —y las encuestas— varios se salieron del ruedo para evitar — vano propósito— la victoria del MAS-IPSP en octubre de 2020.

Esa fue la coyuntura ideal para que las fuerzas opositoras se agrupen en torno a una candidatura única y traduzcan su victoria política en noviembre de 2019 en supremacía electoral en los comicios de 2020. Empero optaron por la dispersión y, como consecuencia, los partidos con más trayectoria y consistencia organizativa (Unidad Nacional y Demócratas) quedaron marginados del espacio legislativo y fueron reemplazados por frentes electorales (Comunidad Ciudadana y Creemos) que tienen un derrotero incierto. Hubo remoción de siglas pero se mantuvieron los rasgos de la oposición tradicional: antimasista y neoliberal. Ahora bien, con los resultados de los comicios municipales y departamentales de 2021, el campo opositor se tornó más complejo por la irrupción de fuerzas ajenas a la oposición tradicional y que forman parte del campo nacional-popular (Eva Copa, Damián Condori y los aliados del MTS) o que asumen posturas equidistantes a la polarización entre oficialismo y oposición (vgr. Manfred Reyes Villa, Jhonny Fernández).

En esas circunstancias, ¿qué sentido tiene la convocatoria del cabildo de Santa Cruz para que la oposición (tradicional, supongo) encare un plan de “unidad” para enfrentar al MAS-IPSP en los comicios de 2025? Por ahora, esa convocatoria tiene un carácter meramente reactivo porque no está basada en una propuesta programática. Como dijo Rómulo Calvo: “Queremos una sola candidatura para derrotar a la dictadura. Una sola candidatura para recuperar la libertad y devolver la paz y la justicia”, es decir, se repite la fórmula discursiva de 2019 —libertad vs. dictadura—, pero esa interpelación no es eficaz porque ya no es verosímil y eso explica por qué el “cabildo nacional” se limitó a una región que —unas semanas antes— había aprobado resoluciones referidas a “replantear la relación política de Santa Cruz con el Estado”. En todo caso, resulta positivo que las élites cruceñas opten por transitar del “replanteamiento” a la disputa electoral y que convoquen a la formación de una coalición de la oposición tradicional porque, así, se alejan del rupturismo y apuestan a lo institucional, aunque deben comprender que sus posibilidades electorales no pueden depender del simple rechazo al MAS-IPSP sino de una propuesta alternativa de proyecto político que no sea mero anacronismo. Empero, el tiempo pasa (Pablo Milanés dixit).

Fernando Mayorga es sociólogo.

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Anacronismo y superposición

/ 15 de enero de 2023 / 03:46

Superposición y anacronismo son rasgos de la coyuntura abierta con el apresamiento del gobernador de Santa Cruz. Superposición de estrategias en el oficialismo y la oposición que obnubilan las características del apresamiento de Luis Fernando Camacho. Y anacronismo discursivo que se condensa en el comunicado de la Iglesia Católica que volvió a negar el golpe de Estado y afirmó que esa detención fue un “secuestro”. No fue tal, obviamente, puesto que ese hecho se produjo porque el acusado en el caso Golpe de Estado I se negó a cumplir cuatro citaciones para realizar declaraciones, en algunas circunstancias ejecutando acciones dilatorias, como el inicio del paro cívico en Santa Cruz por el tema del Censo en la fecha que estaba notificado para una audiencia en La Paz. Por ese motivo se ejecutó la orden de aprehensión, por razones procedimentales, no obstante coincide con dos hechos políticos.

En primer lugar, con la exacerbación de las pugnas en el MAS-IPSP que son parte de una reyerta cupular entre dirigentes partidistas y autoridades gubernamentales en torno a la candidatura presidencial para los comicios de 2025. Es dable suponer que la acción judicial contra Camacho fortalece la figura de Luis Arce y le quita a Evo Morales un tema de crítica al Gobierno al que acusó de aliarse con “la derecha” y esquivar la búsqueda de justicia para las víctimas de las masacres de 2019.

En segundo lugar, coincide con el debilitamiento del Comité Cívico cruceño que, después de un mes de paro, intentó disfrazar su derrota con la aprobación de la “ley del Censo”, una derrota que puso en cuestión el liderazgo excluyente de Camacho y en evidencia el carácter irresuelto de la recomposición política en las élites cruceñas. Desde 2020, Demócratas fue desplazado por Creemos de la Gobernación, empero, estos días, Rubén Costas retornó a la palestra y es preciso recordar que su partido dominó el ámbito departamental durante 15 años. Por su parte, la Alcaldía cruceña está bajo el mando de Jhonny Fernández que ya había vencido en los comicios municipales de 1995 y 2000 como candidato de Unidad Cívica Solidaridad (UCS), denotando que es un actor con arraigo en sectores populares. En las elecciones generales de 2020, Creemos y UCS fueron la base del frente que postuló a Camacho a la presidencia, empero esa alianza se quebró cuando, en 2021, Fernández postuló a la alcaldía por su partido al margen de Creemos, demostrando cierto grado de autonomía respecto a las logias que definen la distribución del poder en esa región y, por eso, nunca se alineó a los intereses del Gobernador. Por cierto, Camacho forma parte de la logia Caballeros del Oriente, Costas de Toborochi —igual que Rómulo Calvo— y como dentro de un mes se realizarán elecciones en el Comité pro Santa Cruz es posible que surjan indicios de un acuerdo para resolver las pugnas intraelitarias que explican por qué el actual paro cívico transcurre entre el radicalismo discursivo de la Asamblea de la Cruceñidad y el cauto apoyo empresarial a las medidas; entre los ataques violentos de la Unión Juvenil Cruceñista y las vigilias vecinales. La ausencia física de Camacho impulsará, sin duda, la recomposición en las élites cruceñas que están impelidas a perfilar un proyecto político que proporcione sentido a esa vaga idea de “replantear las relaciones con el Estado” que, aunque no sea secesionista, solamente debilita su escasa capacidad de acción hegemónica. Una capacidad que el MAS-IPSP dilapida desde octubre de 2020 poniendo en riesgo la renovación programática de su proyecto estatal.

Fernando Mayorga es sociólogo.

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