Democracias al azar
Para evitar la degradación de la democracia, es imprescindible (re)asumir el ejercicio de la demodiversidad.
Plantear las democracias (en plural) en lugar de LA-Democracia (con mayúscula y sin adjetivos) es una provocación. Hay que ser un inadaptado para siquiera cuestionar el canon hegemónico que enseña —sea a golpe de misil inteligente, sea con torpe asalto al Capitolio— que la democracia, sí señor, es una y uniforme: liberal, elitista, representativa. De poca densidad, de baja/bajísima intensidad.
A reserva del reto, la concurrencia de diferentes formas de democracia constituye también un principio, tan vigoroso como inequívoco: no hay un modelo único de democracia al cual llegar o parecerse (a veces en clave de remedo), sino diferentes concepciones, saberes y prácticas democráticas en interacción y en disputa. Es el radical principio de “demodiversidad” (Santos).
En el complejo/contradictorio proceso de refundación estatal en Bolivia, las democracias son asimismo un horizonte. Con el reconocimiento constitucional de tres formas de democracia (directa y participativa, representativa y comunitaria) hemos asumido un enorme desafío: su ejercicio complementario, en igual jerarquía. Ese horizonte, de raíz normativa, se llama democracia intercultural.
Provocación, principio, horizonte. Lo menciono como antecedente y contexto de lo que, en este tiempo de las cosas diminutas, es para mi gusto el abordaje más creativo y crítico de la (no) diversidad democrática en el país: las democracias como viñeta. Me refiero al reciente libro-fiesta de Alejandro Salazar. Hablo de Democracias Al Azar, esa suerte de antología gráfica de indignación/dignidad política.
Esta celebración del nuevo libro del incorregible Al-Azar me permite, a su vez, plantear dos inquietudes. La primera tiene que ver con el modo en que un grupo de ciu-da-da-nos (colegas periodistas incluidos) desplegaron a fines de 2019 un frenético asedio contra el artista en respuesta a sus caricaturas. Todo, como corresponde, en nombre de la democracia, el pluralismo y la “pacificación”. No es solo una anécdota.
La segunda inquietud se refiere a la democracia intercultural en el país. Si hasta hace poco era “una buena idea”, en construcción (como lo es, por ejemplo, el Estado Plurinacional), hoy parece relegada al olvido y abandono. Es una ausencia. La magullada democracia electoral (de papeleta única) está en primera línea, mientras las democracias (relación/proceso) devienen en apéndice. Poca densidad, bajísima intensidad.
Sostengo con firmeza que, para evitar la degradación de la democracia, es imprescindible (re)asumir el ejercicio de la demodiversidad. Discutamos sus causas, celebremos sus azares. Y que cada quien haga ajuste de cuentas.
FadoCracia triste
En su exquisito libro Suicidios ejemplares, el escritor catalán Enrique Vila-Matas nos regala una travesía por el laberinto de la plenitud suicida, “la única plenitud posible”. “Viajar, perder suicidios; perderlos todos”, anuncia parafraseando al buen Pessoa: “Viajar, perder países”.
De las “nobles opciones de muerte” relatadas en el libro, que son varias, me identifico sin duda con la primera, la muerte por saudade (qué distante de la otrora montañosa “muerte en combate”). Se trata de esperar: practicando la melancolía, el silencio, la “tristeza leve”.
Tal la propuesta vital, con apetito de conversación, de esta columna: no ceder a “la tentación del salto”, sino cultivar la espera. “Todo el tiempo que haga falta”. Ello implica cuidar y cuidarse. Esa espera, hoy, en pandemia con rumbo de atroz endemia, resulta imprescindible.
La “nueva normalidad” (que es igual a la vieja normalidad, pero con barbijo) ya cuenta en el mundo más de dos millones de muertos. Algunos de ellos son seres queridos. El luto, como la noche, es infinito. Que la incierta y ejemplar espera traiga más esperanza que miedo.
José Luis Exeni es comunicador.