Leer para entender
Esa inocente carta me llevó a pensar en la fascinante forma en la que los libros abren la mente
En estos días de cuarentena en los que uno revisa viejos papeles y antiguas fotografías, suele terminar enfrentado con lo que quedó suspendido en el tiempo. Así es como encontré la carta que mi hijo, entonces de siete años, le dirigía a Papa Noel. Al final de su lista de regalos decía que a cambio él prometía “comer toda su comida, ser muy buen alumno y nunca dejar de leer”. Papa Noel cumplió y el niño, también. Esa inocente carta me llevó a pensar en la fascinante forma en la que los libros abren la mente; en la aventura que te permite viajar sin pasaporte, ni equipaje por mundos inimaginables pero reales y viceversa.
Es lo que Julio Verne logró y aún continúa haciéndolo. Investigó, imaginó, escribió… y un siglo antes de que el hombre pisara la luna, él nos llevó hasta ella. Sin movernos de donde estamos podemos realizar 20.000 leguas de viaje submarino. Los científicos copiaron o comprobaron cuánto había de verdad en ambas novelas.
Estos días de encierro y pandemia me hicieron revisar 1984, la obra que George Orwell terminó de escribir en 1948, y que parece haber sido elaborada ayer. Describe una sociedad comandada por el “Gran Hermano” desde una gran pantalla, lanzando “fabulosas estadísticas” sobre el aumento de alimentos, de “más vestidos, más casas, más muebles, más ollas, más combustible… menos enfermedades, crímenes y locura”. Pero la realidad es muy distinta. La comida es escasa y pésima, el mundo es gris y abandonado. La gente está prematuramente envejecida, enferma. La Policía del pensamiento lo vigilaba todo. Está prohibida cualquier manifestación de sentimiento compasivo o cariñoso. La gente se ríe hasta las lágrimas al ver cómo matan, desde un helicóptero, a un grupo de refugiados en un barco que navega por el Mediterráneo. Esta cuarentena también me llevó al Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago, una ficción sobre una epidemia muy contagiosa que asola al mundo, y por la que todos van quedando ciegos. La lucha por la sobrevivencia convierte a la gente en seres despiadados, totalmente deshumanizados. Ciudades modernas, tecnologizadas, quedan convertidas en montañas de basura. El hedor a cadáveres y deshechos lo inunda todo. En ambas obras, Orwell y Saramago se valen de un mundo enfrentado a la deshumanización y la crueldad para clamar por la esperanza, y recordar que solo nos salvará la solidaridad, la humanización en toda su magnitud, el tener la absoluta convicción de que existimos porque existe el otro. La línea entre la ficción y la realidad es aún más fina de lo que pensamos. Hoy, 23 de abril, es el Día del Libro.
Lucía Sauma, periodista