Chicotazos y escupitajos
Estos días vivimos muestras claras de intolerancia, por ejemplo partidarios de un candidato fueron expulsados a chicotazos de una población donde anunciaron que solo permitirán hacer campaña al partido gobernante. Otra muestra fueron los insultos a un periodista mientras comía en un restaurante donde fue agredido verbalmente, dejando el registro en una filmación que rápidamente fue difundida por las redes sociales, con el afán de conseguir aplausos para el que gritó los improperios y para el que filmó la agresión. Una tercera muestra fue el escupitajo que propinó una mujer a una autoridad como señal de desprecio. Estas son algunas de las agresiones callejeras a unos y otros, plagadas de acusaciones e insultos, siempre con el trofeo de una filmación que se difunde en las redes sociales a una inusitada velocidad para quedar allí donde todo se aguanta, todo se degrada, en la mayoría de los casos muy por encima de lo soportable para quien se precia de educado o al menos de razonable.
Cientos de veces hemos escuchado la consabida frase de que “la política es sucia” pero, ¿es necesario que todos entren en esa especie de concurso de insultos y manifestaciones de mala educación? Parece que hay una confusión intencional, entre disentir y agredir. Ni los chicotazos de unos ni el escupitajo o los insultos de los otros sirven para deliberar, para mostrar los errores, para exponer la corrupción, la traición o la impunidad. La intolerancia y la falta de sensatez son muestra de falta de fundamento, de incapacidad para defender racionalmente un argumento o una acusación. La vorágine de insultos, agresiones físicas y verbales son solo señal de barbarie. Son una clara prueba de la inconsistencia a la hora de discrepar.
Las redes sociales que están listas para difundir todo tipo de textos, noticias falsas, medias verdades, imágenes trucadas, información de otros lugares como si fuesen en nuestras ciudades, cuentos de ayer como si hubiesen ocurrido hoy, llegan a los grupos de convencidos para reforzar sus creencias y dotarles de argumentos sin importar la veracidad o falsedad de los mismos. A la hora de alegremente viralizar esas irreflexiones existe una carencia de cuestionamiento sobre el impacto que pueda tener en el comportamiento de quienes reciben esas cobardías y las confunden con hazañas.
Si continuamos avalando conductas de intolerancia, regodeándonos por ser violentos, luego no podremos decir que somos defensores de la no violencia en cualquiera de sus manifestaciones, porque una actuación de ese tipo sería una clara evidencia de la doble moral en la que nos desenvolvemos. O se lucha contra la intolerancia o se la defiende siendo intolerante. Se es, o no se es violento.
* Periodista.