Santa Cruz, estado y democracia
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Un hito del último cabildo cruceño es haber dejado un desafío: revisar la relación entre Santa Cruz y el resto del país.
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Una conversación con Reymi Ferreira sobre las ideas y realidades cruceñas.
El punto sobre la i
El último cabildo cruceño planteó la cuestión de revisar la relación entre Santa Cruz y el Estado boliviano. De entrada, los propios términos de la proposición requieren revisión y coordenadas conceptuales mínimas. ¿Cuál es esa Santa Cruz que lanza el desafío? ¿Quiénes hablan a nombre del departamento y cómo entienden al propio sujeto al que claman representar? ¿Qué entienden por Estado?
El propio Pierre Bourdieu decía que pensar el Estado es pensar lo impensable. Esto es así porque al Estado lo lleva uno dentro, pues uno mismo es producto del Estado. Pero no nos adelantemos tanto, todavía. Conversamos sobre los temas mencionados con Reymi Ferreira, abogado, exconcejal, exrector, exministro y portador de una visión crítica e informada sobre la realidad cruceña.
Comencemos por el punto más evidente, ¿de qué se tratan los cabildos en Santa Cruz y qué tanto pueden sacralizarse, como discursivamente sostienen varios dirigentes cruceños. Recordemos que la Constitución establece el carácter deliberativo de los mismos, al igual que la ley 026, pero en ninguna parte del marco legal vigente se dice que de estas instancias surgen “mandatos”.
Ferreira sostiene que “no hay ninguna reunión de personas que pueda estar por arriba de la Constitución. Eso es básico y no son, además, instituciones. El cabildo, como está concebido en la Constitución, es para comunidades pequeñas, donde todos pueden aportar y participar. Se supone que el cabildo es una expresión de democracia directa en el que la gente opina. Pero un cabildo donde van 500.000 personas, donde el rol de cada orador está predeterminado y donde lo único que se hace es pedir que aplaudan o no, que digan sí o no, eso no puede ser democrático, no es. Es básicamente una reunión de gente con una consigna en la que no hay posibilidad de discutir. Ahí no se discute, ahí se aplaude. Hitler tenía concentraciones de 4 millones de personas que iban a vitorear lo que él iba a decir, pero eso no quiere decir que haya sido democrático”.
Entonces, ¿qué dicen los cabildos sobre quienes los impulsan y sus ideas acerca de lo que constituye una democracia?
“Ellos confunden democracia con unidad. Esa es la gran confusión que tienen. Para ellos, impunidad, hacer lo que les da la gana, sin límite y sin respeto de nada, ni de normas, ni de personas, ni de reglas, es sinónimo de democracia. Y cuando se le pone un límite al abuso, a la arbitrariedad o a la ilegalidad, ellos lo ven como un atentado a su derecho. Como han estado durante décadas, siglos, diría yo, acostumbrados a gobernar sin límites, con gobiernos militares; como gobiernan sin límites en las cooperativas; como han gobernado sin límites con el neoliberalismo; entonces, creen que esa es una condición natural. Y es esa su rabia contra un gobierno que no responde a sus intereses. Un gobierno que no hace lo que ellos quieren y que, cuando trata de imponer la ley, eso rompe con una tradición que ellos tienen. Es un modelo mental bien acentuado el confundir la impunidad con la democracia, que es terrible”, señala el exministro.
Pero estas ideas no vienen del aire, tienen una historia. Ferreira rememora algunos hitos importantes en ese devenir. Explica que estamos ante “la mentalidad extractivista, expoliadora, de una burguesía que no llega a ser burguesía. Una clase dirigente que aspira a ser burguesía, pero a costilla del Estado. No nos olvidemos que la burguesía, o el intento de burguesía cruceña, nace desde el Estado, fomentada por el Estado. Y ha nacido así. Las grandes inversiones de infraestructura, las grandes inversiones camineras, siempre han venido del Estado. Ellos han estado acostumbrados a llevarse la inversión del Estado a su bolsillo. Es el caso Sergas, por ejemplo, que es terrible. Entonces, para ellos el Estado es legítimo en tanto y en cuanto puedan utilizarlo para enriquecerse y es ilegítimo en tanto y en cuanto les pongan un límite a sus ambiciones y a su riqueza. Esa es la lógica. No es como la burguesía norteamericana o la burguesía europea, que hizo su dinero trabajando sin el Estado, en muchos casos. No, aquí es a costa del Estado. Por eso es su resentimiento con un gobierno, como el del MAS, que no permite que el Estado sea un botín directo de ellos, de sus ambiciones. Esa es la posición, porque desde 1903, en el manifiesto de 1904, el memorándum, lo que pedía la supuesta burguesía ante el liberalismo, era protección cuando se abrieron las fronteras económicas porque el azúcar, el arroz y el alcohol que salían de Santa Cruz se iban a quedar sin mercado. Ellos cuestionaban eso, que iba a venir productos extranjeros y que no podían competir. Entonces, el Estado debería construir un ferrocarril, para que ellos sean competitivos. Estaban en contra de la política de apertura que hizo el gobierno liberal de entonces. Ellos eran competitivos sólo porque estaban protegidas las fronteras. Entonces, como ya se tiene un ferrocarril allá, piden un ferrocarril acá para competir con mejores condiciones, pero siempre en función al Estado. Es en base al Estado que nace el empresariado cruceño, con fomento del Estado. Y hoy se mantienen así. La famosa competitividad, sin la subvención del diésel, la soya desaparece”.
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En ese marco de cosas, ¿de qué se trata el tan mentado modelo económico cruceño? Ferreira indica que “Santa Cruz es una economía que vive del extractivismo de sus recursos naturales, vive de la tierra, de la explotación de la tierra, de la explotación abusiva e intensiva para la exportación, vive de mercados naturales, de monopolios naturales. Tiene la gran ventaja de contar con un territorio enorme y que, además, gracias a la inversión del Estado que nos vinculó vía caminera y ferrocarriles a Brasil, Argentina tiene una posición importante. Básicamente es una condición geográfica, además del acceso a recursos naturales, que evidentemente algunos han utilizado en su provecho. Fue en algún momento la madera, en otro momento el algodón, en otro la caña de azúcar y ahora la soya. Pero, tecnología, industria, que es lo que caracteriza una economía competitiva, no hay eso. Vivimos todavía en una economía de frontera, una economía tradicional y con estructuras sociales feudales. Esto contrasta con una sociedad capitalista, que además depende directamente del Estado en muchas cosas”.
Por lo visto entonces, hay una idea bastante particular de lo que constituye la estatalidad. “Lo que pasa es que tenemos una visión provincial del Estado. ¿Cuál es el drama de Santa Cruz? Que la élite conformada, en su organización, en su liderazgo y en su actuación, sigue con la misma lógica de la década de 1950. Un grupo contra todo el Estado, reivindicacionista, pero que es una organización del pasado. Ya Santa Cruz es una metrópolis con más de 3 millones de habitantes y no puede seguir dirigiéndose con una con una forma institucional que viene de hace ya 70, 80 años. Santa Cruz vive otra realidad. La Bolivia a la que ellos rechazan está aquí, en Santa Cruz. Entonces, les es muy difícil seguir analizando con la mentalidad de los años 50 del siglo pasado lo que está ocurriendo ahora. Es retrógrado y eso es lo que está ocurriendo. En realidad, hay gente que a la fuerza acepta ser parte de un proyecto nacional. Ellos tienen otro tipo de taras, de mentalidades que no pasan más allá del río Piraí, lamentablemente”.
(*)Pablo Deheza es editor de Animal Político