Las 12 versiones del Premio ‘Fernando Montes Peñaranda’: Un esfuerzo digno de aplausos
La muestra de las obras participantes seleccionadas se hizo en la galería Chroma.
Instaurado en 2008, el concurso de dibujo es una iniciativa de la familia del pintor fallecido en 2007. Ha otorgado cerca de 30 mil dólares repartidos en 24 premios a jóvenes artistas.
Hasta esta semana se encontró en exhibición en la galería de arte Chroma (San Miguel) la selección de obras del XII concurso “El valor del dibujo”, el certamen artístico privado más prestigioso del país.
A lo largo de sus 12 versiones, el concurso creado en memoria del insigne pintor Fernando Montes Peñaranda (La Paz, 1930- Londres, 2007) se ha constituido en una importante plataforma para el surgimiento de jóvenes valores del arte boliviano, entre quienes se encuentran nombres como Rosmery Mamani, Álvaro Ruilova y Juan Carlos Auza, a quienes se suma la ganadora de este año, Karina Lara Lomar.
La realización de este certamen ha contribuido decisivamente al desarrollo del arte boliviano mediante el estímulo de las técnicas y los lenguajes del dibujo más allá de las tendencias dominantes en los concursos municipales, siendo estas las de los lugares comunes de un pretendido hiperrealismo fotográfico de temática indigenista-social. En efecto, a lo largo de los años “el Fernando Montes”—como se conoce a este premio dentro del ámbito artístico— ha contribuido sustancialmente a la adopción por parte de la plástica local de los lenguajes modernos y contemporáneos del arte, un aporte no poco meritorio en un medio cultural anticuado y aislado como el nuestro.
Más aún, es de destacar que se trata de un certamen artístico creado, financiado y gestionado por capitales privados, una práctica de mecenazgo artístico también poco común en Bolivia. Es la familia de Fernando Montes Peñaranda, liderada por la viuda de este, Marcela de Montes, la que en colaboración a galeristas locales ha permitido la continuidad y la consolidación de un concurso que ha beneficiado directamente a 24 jóvenes creadores con premios por un monto total cercano a los 30 mil dólares. A este generoso importe deben sumarse además los gastos de organización de sus 12 exposiciones en galerías privadas de renombre, así como la publicación de 13 catálogos que reúnen una selección de las 1.004 participantes en todas sus versiones.
Este es un ejemplo a imitar por el sector privado boliviano, que en los últimos años ha hecho ciertamente muy poco por el desarrollo artístico y cultural del país. También se trata de una actividad digna a ser seguida por otras familias de grandes maestros bolivianos, especialmente por aquellas que buscan la preservación de sus legados y sus memorias.
Apuntes sobre el concurso
El concurso “El valor del dibujo” fue creado en 2008 con el objetivo de estimular el interés de artistas menores de 35 años en el desarrollo y la valoración de la técnica del dibujo. Según explicó Hugo Montes, uno de sus organizadores, en el espíritu de su creación confluyeron dos facetas del arte y de la sensibilidad de Fernando Montes Peñaranda: La importancia que concedía al dibujo como base para sus obras, “pues sus cuadros siempre se desarrollaban a partir de un boceto, es decir, de un dibujo que captaba casi exactamente lo que quería pintar en términos de forma y composición”; Y el hecho de que, a pesar de su éxito y de su vasta trayectoria internacional, “nunca olvidó lo difícil que es para todo artista empezar su andadura en el camino del arte”.
En este sentido, desde sus inicios la organización se propuso establecer una metodología de trabajo que garantice su institucionalidad, su permanencia en el tiempo y su creciente prestigio. Para ello fue determinante la selección de los jurados del concurso, siempre conformados por expertos como la historiadora del arte Margarita Vila y artistas de incuestionable prestigio como Alfredo La Placa, Guiomar Mesa, Miguel Yapur, Javier Fernández, Patricia Mariaca y Fabricio Lara, entre otros, cuyo trabajo garantizó siempre el alto nivel formal y conceptual de las obras premiadas y de las seleccionadas para las exposiciones.
Otro de los aspectos que destaca este concurso son las exposiciones de las obras participantes en prestigiosas galerías de la zona Sur de La Paz, centros de alta afluencia de aficionados y compradores de arte. Las primeras tres versiones del certamen se organizaron en la histórica galería NoTa, dirigida por la insigne gestora cultural Norah Claros, y las siguientes en la Galería Alternativa, dirigida por Isabel Crespo de Cariaga y Claudia Hurtado. La versión de este año se realiza en la recién inaugurada Chroma, gestionada por Claudia Hurtado y Tania Aneiva.
El concurso también ha destacado por la edición de un catálogo a color cercano a las 40 páginas para cada una de sus versiones, mismo que es distribuido gratuitamente entre el público general y los artistas participantes. En sus 12 versiones, este documento ha reproducido fotografías de 318 obras que dan cuenta del desarrollo artístico en Bolivia en el campo del dibujo. Estos catálogos cuentan con un diseño de formato unitario, con textos introductorios firmados por personalidades como Alberto Bailey, Carlos Villagómez, Valeria Paz, Alfredo La Placa, así como de fotografías de Vassil Anastasov y las actas de los jurados que justifican ampliamente la elección de las obras ganadoras. A los 12 catálogos de cada exposición se suma la publicación, en 2016, de otro que reúne fotografías de las obras ganadoras del concurso en sus 10 primeras versiones, otro documento importante para historiar el arte boliviano.
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La revisión de estos catálogos permite, en efecto, reflexionar sobre la práctica del dibujo en Bolivia en lo que va de este primer cuarto del siglo XXI. Dan cuenta, por ejemplo, que la primera ganadora del certamen fue una joven artista alteña de raigambres indígenas como Rosmery Mamani, hoy tenida entre los grandes maestros bolivianos contemporáneos con una obra que da cuenta de la inclinación a la retórica de denuncia social característica de su propuesta. Luego serían premiados artistas jóvenes hoy igualmente conocidos como Álvaro Ruilova, Santiago Ayala, Juan Carlos Caizana, Juan Carlos Auza y Vidal Cusi, entre otros, cada cual con acabadas propuestas en lo técnico y lo conceptual que derivarían, en versiones posteriores del concurso, en la diversificación de propuestas, medios y temas del dibujo boliviano. De hecho, la revisión de los primeros y segundos premios de este concurso evidencia una evolución desde propuestas figurativas de marcado contenido social a obras de miradas más personales y subjetivas que, sin perder su extremo rigor técnico, han arriesgado en experimentaciones cercanas a los lenguajes mixtos.
Sobre la exposición de este año
El premio del XII Concurso El Valor del Dibujo fue otorgado este año a la obra Alegoría del tiempo de la artista cochabambina Karina Lara Lomar, que se impuso sobre otras 123 obras presentadas, de las cuales 48 se exhiben en las paredes de Chroma y 20 fueron incluidas en catálogo.
Alegoría del tiempo es un dibujo al carboncillo de formato grande en el que se presentan dos figuras masculinas sentadas una al lado de la otra. El jurado compuesto por Margarita Vila, Patricia Mariaca, Fabricio Lara, Juan José Serrano y Pablo Viracocha destaca —de acuerdo al texto del catálogo— cualidades como su compleja composición, su sentido del espacio y de los volúmenes, los delicados contrastes entre luces y sombras, así como las interpretaciones que sugiere en “la apertura de sentidos, conflictos y emociones que se derivan de la representación que hace de las relaciones humanas”.
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Aunque en efecto, de este dibujo se pueden desprender distintas interpretaciones, según explicó su creadora se trata de una representación del paso de los años, con sus usuales estragos, sobre dos personajes de sus afectos más cercanos que no son otros que sus dos hermanos. De ahí la nostalgia que emana el dibujo en los apesadumbrados rostros, en las posiciones cansinas en las que yacen, en el sentido simbólico muy personal de las flores, los tules y los hilos… Todos registros de la subjetividad de una artista de una sensibilidad muy particular y de elevados dotes técnicos para reflejarla en un pulido lenguaje academicista, a la vez clasicista y contemporáneo.
El segundo premio de esta versión del concurso recayó sobre la obra No cosas, del artista beniano Keith Lino, una propuesta también al carboncillo que presenta un bodegón de cosas desechadas: televisores, muebles, cajas de cartón… De acuerdo al acta del jurado, se trata de un dibujo sobre cosas que ya no existen en la representación de un aparente amontonamiento de objetos inservibles, un “lugar misterioso, metáfora inquietante de la realidad que nos envuelve y de sus controvertidos valores”. En efecto, se trata de una propuesta que, de manera diferente a la figuración del primer premio, se acerca a la abstracción de conceptos y de formas, acaso para reflejar, no obstante, el mismo estado psicológico de desazón, vacío y melancolía.
Sobre el resto de las obras conformantes en la exposición de este año debe destacarse que en su mayoría marcan una elevación del nivel conceptual y técnico del dibujo en Bolivia, especialmente si se comparan en calidad con las obras presentadas comúnmente al Salón Municipal Pedro Domingo Murillo, donde aún prevalecen las propuestas naturalistas con motivos indigenistas de reivindicación cultural y social, con sus consabidos clichés de cruces andinas, mujeres de pollera, pepinos e imágenes de personajes locales en poses y situación de exacerbado patetismo. La mayoría de los dibujos de esta versión del “Fernando Montes” son, en cambio, de temáticas muy diversas, avocadas a la subjetividad de cada uno de sus creadores y a exploraciones formales cada vez más atrevidas.
Además de las obras ganadoras destacan en la exposición obras como 4:05 de André Taborga (receptora de una mención de honor), Las nubes con el viento, de Adriana Padilla y Saper vedere de Wilfredo Yujra, todas por un dominio de la técnica que no por ello se opone a la experimentación controlada y a la búsqueda de lenguajes de alta expresividad.
Para mal destacan también algunas obras avocadas a la imitación de la producción de artistas locales. Obras como El polvo mecido en línea, de Sergio Mamani —que imita en dibujo una llanta de piedra del escultor Flavio Ochoa— o el retrato sin título de Héctor Machaca —que imita la obra Rubén de Álvaro Ruilova (premiada en este mismo certamen en 2010)—, entre varias otras, reflejan cierta intención de algunos jóvenes artistas de reciclar lo ya visto en búsqueda de una apuesta segura.
Un tema que amerita mayores discusiones son las claras influencias que algunas de las obras participantes en este y otros concursos reciben de imágenes claramente extraídas de plataformas como Instagram o Pinterest. A diferencia de las obras premiadas, resulta evidente que muchos de los dibujos de esta exposición se apoyan en referentes ajenos o tratan de imitar, con resultados en exceso artificiales, lenguajes desarrollados en otros contextos producto de búsquedas de otras subjetividades. Si no caen en la copia o en el plagio, las obras elaboradas de esta manera sí lo hacen en una carencia de autenticidad que, de un modo u otro, finalmente se transluce a los ojos de un espectador atento.
Texto: Reynaldo J. González
Fotos: Vassil Anastasov, Claudia Hurtado y Eduardo Quintanilla B.