Evil Dead: el despertar
El director irlandés Lee Cronin es el responsable de la nueva entrega de la saga de culto creada por Sam Raimi
Una película de esas en las cuales resulta desaconsejable ubicarse en las primeras filas de la platea a riesgo de quedar salpicado con esa suerte de salsa de tomate que fluye caudalosamente en largos momentos de la trama. No se trata empero de puro exhibicionismo sanguinario, sino de un intento de vuelta al original de la saga echada a rodar en 1981 con la producción independiente Evil Dead: diabólico por el realizador Sam Raimi y el actor Bruce Campbell, junto a varios familiares y amigos del primero de los citados —quienes figuran en los créditos de este quinto capítulo como productores— y continuada con Evil Dead II: Noche alucinante (1987), Evil Dead III: El ejército de las tinieblas (1992) y Posesión Infernal (2013), esta última dirigida por el uruguayo Fede Álvarez, intento asimismo de remake del original que, a diferencia de tantísimas rehechuras de películas de terror, filmadas con el único propósito de exprimir hasta la última gota las buenas recaudaciones obtenidas en su momento por aquellas, fue recibida con loas por la crítica reconociendo la frescura con la cual Álvarez volvía sobre el alocado estilo de puesta en imagen típico de la filmografía de Raimi, de igual manera retomado años atrás en la serie televisiva Ash vs. Evil Dead (Tom Spezialy/2015-2018) con Campbell como protagonista central.
En realidad el primer episodio había tropezado en la taquilla, sin que el traspié desalentará a Raimi/Campbell de entrarle al segundo con un notorio acento autoparódico que, de allí en más se convirtió en uno de los más apreciados rasgos de la franquicia, incluyendo la nueva versión, en la cual la sobreabundancia de plasma puede atribuirse precisamente a dicha inflexión estilística, sobre todo en los 15 minutos finales, cuando algunos de los protagonistas acaban enteramente empapados en líquido rojizo.
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Sin equiparar el diluvio de elogios y esperanzas que acompañó el estreno del debut de Raimi, tampoco escasearon los encomios en oportunidad de la llegada a la pantalla grande de El bosque maldito (2019) opera prima del director irlandés Lee Cronin, considerada un nuevo punto de partida para el género de terror, enfangado en la crisis del reciclaje machacón de lo ya visto y mostrado, una y mil veces, sin el menor atisbo de imaginación creativa o preocupación estilística, productos pródigos, eso sí, en directos a la boca del estómago del espectador, dejando a los efectos especiales y la “realidad” (presuntamente) “aumentada” por aquellos la tarea de mantener la atención del respetable.
En la ocasión, y luego de un arranque algo cansino que recrea, sin mucho sentido, la localización del film de 1981: una cabaña en medio del bosque donde un grupo de amigos lidiaba con los demonios reencarnados a causa de la curiosidad de un adolescente que desoía las advertencias de no atreverse a hojear las páginas de un viejísimo y tétrico grimorio: el Naturom Demonto o Necronomicón, libro de fórmulas mágicas recurrido por los antiguos hechiceros para invocar justamente a las demoniacas encarnaciones del mal.
Desde luego no faltaron en todo este tiempo las excepciones a cargo sobre todo de John Carpenter y Stanley Kubrick, par de realizadores muy apreciados por Cronin, según puede constatarse con las menciones/homenajes incluidas por aquel en su inicial trabajo como director y reiteradas, según veremos más adelante, en esta su segunda incursión en el género del terror.
De esa inicial alusión referencial al original de Raimi pronto Cronin traslada la trama hacia un ruinoso edificio de Los Ángeles a punto de ser demolido, y para peor terminado de ser dañado por un reciente terremoto de baja intensidad. Allí habita una familia que debe desalojar el lugar y que ocupará el centro del conflicto dramático cuando Danny, el atrevido hijo adolescente, escapando del temblor, desciende al sótano, donde cien años antes funcionaba una entidad bancaria, y se aventura al interior de una bóveda oculta bajo tierra donde encuentra tres vinilos y el referido Necromicón, cosido con piel humana y escrito con hemoglobina, que a poco de ser abierto comienza a gotear sangre, preanunciando los litros de esta que inundarán el lugar no bien todos los habitantes del edificio sean pasto del ataque de los malignos escabullidos del prohibido escrito.
La embestida satánica, valiéndose del lugar común de materializarse a través de un ser humano, se ceba sobre todo con la familia en cuestión, compuesta por Ellie, progenitora abandonada por su marido, la cual cría a duras penas a sus tres vástagos: Bridget, Kassie y Danny, enfrentando adicionalmente el desafío de respaldar a su hermana Beth, quien acaba de anoticiarse de su embarazo no deseado.
De pronto Ellie comienza a mostrar un extraño comportamiento a tiempo que le aparecen pústulas en la piel, los ojos se le inyectan de sangre y su suave voz adquiere un tono gutural, semejando la de alguien que hablara desde la ultratumba. El amor familiar va dejando paso a continuas peleas entre las hermanas y a un odio irrefrenable hacia los hijos, a los cuales Beth intenta poner a salvo, incluyendo al que lleva en el vientre, no obstante una inocultable sensación de impotencia. Entretanto, los espíritus malignos hacen asimismo de las suyas entre los demás vecinos, empujándolos a enfrascarse de igual manera en alevosos entredichos que desembocan invariablemente en sangrientos crímenes, mutilaciones al por mayor —valiéndose, como no podía faltar, de motosierras, pedazos de vidrio e instrumentos punzantes al por mayor, incluso un rallador de queso es utilizado en una de las escenas clave—, y otros espantos inenarrables.
Por momentos Cronin pareciera titubear entre su inicial propósito de rendir tributo al original que rehace, recreándolo de la manera más fiel posible, emplea en efecto hasta el mismo tipo de lente gran angular que en su momento utilizo Raimi, amén de mover la cámara con idéntico aparente desenfreno que aquel, y el riesgo de ser tildado de copión ayuno de ideas propias, fragilizando secuencias, pocas por cierto, en las cuales da la impresión de perder el rumbo.
Sin embargo sortea tales dubitaciones apelando a un ritmo narrativo frenético, que no le impide empero concentrarse lo suficiente sobre la sólida contextura de sus criaturas. Así como tampoco encontrar el lugar adecuado para los guiños a varios títulos de Carpenter (La Cosa/1982, El príncipe de las tinieblas/1987, En la boca del miedo/1994), a la escena del ascensor inundado en El Resplandor/1987 de Kubrick y a los más recientes logros de los cines japonés y coreano en el género del horror, citas todas ellas que están ahí no a guisa de meros rellenos sino en los momentos precisos para que cobren un sentido más allá de la mera referencia cinéfila.
Incluso, y pese a la bienvenida corta duración del film —en comparación con los patrones imperantes—, el director se las arregla para disparar algunas socarronerías apuntadas a ciertas consignas de la renacida ultraderecha cuando insinúa que de los dos retoños de Ellie, Bridget, la activista, podría estar en camino a ser una lesbiana feminazi y Danny, el aspirante a Disc Jockey, a optar por el hermafroditismo, sin dejar de tener ambos en común una flagrante necedad.
A la propia cosecha del realizador pertenece por el contrario la idea de utilizar en distintas tomas travellings subjetivos que pretenden, irónicamente claro, mostrar lo que ocurre adoptando el punto de vista de los demonios. De tal suerte el humor advertible en el capítulo de arranque de la franquicia, cobra un color muy renegrido, modo oblicuo de justificar en buena medida los miles de galones de sangre que inundan de a poco el relato, sin que esa sea el único gancho pensado por Cronin para captar y mantener la atención de los fans de las películas de susto, e incluso de quienes no son precisamente adictos al mismo. De igual manera, el medido uso de los drones para figurar el sobrevuelo del demonio sobre las instancias más crueles del relato, aporta lo suyo al espesor figurativo del emprendimiento de Cronin.
Uno de los aciertos del guion, escrito por el propio Cronin, fue concentrar la historia, en vez de elegir la dispersión caótica a la cual buena parte de las infladas superproducciones al uso apelan creyendo que el incesante ir y venir en el tiempo y el espacio constituye la forma más idónea para disimular el sinsentido de la mayoría de esas tan gratuitas cuanto dispendiosas tonterías. En Evil Dead: el despertar todo acontece dentro del edificio y en una sola noche, construyendo una envolvente atmósfera claustrofóbica a la cual apuesta el director para inducir la compenetración del espectador con sus criaturas. Un elenco sin grandes estrellas, pero bien dirigido, ayuda a reforzar tal afinidad, destacando el trabajo de Alyssa Sutherland en el rol de Ellie, al cual imprime una fuerza indiscutible mediante los gestos, las miradas, las sonrisas irónicas en los momentos más estremecedores.
Especialmente llamativo es el manejo del sonido, pausándolo de tanto en tanto a fin de permitir que el silencio ahonde el suspenso y la angustia respecto a lo que sobrevendrá en un relato excitado al extremo, en el cual la violencia contra los infantes alcanza de igual manera cotas muy altas, burlándose de los estereotipos familiares manoseados por la hipocresía flagrante de los productos Disney o Marvel. Otro de los desvíos de las fórmulas vigentes en el mainstream donde el efectismo sonoro se suma al de la puesta en imagen suponiendo que es esa la mejor fórmula para poner al espectador al borde de la butaca, cuando en verdad solo se trata de otra coartada narrativa para esconder la falta de sustancia del grueso de las producciones. Incluidas las varias recientes rehechuras de algunos recordados sucesos del género. Ya fue el turno de Halloween (David Gordon Green), La Masacre de Texas (David Blue García), Scream (Matt Bettinelli-Olpin,Tyler Gillett), todas ellas del 2022, y se vienen otras tantas incluyendo la ya estrenada nueva versión de El exorcista (Julius Avery/2023) basada en los recuerdos del padre Gabriele Amorth, quien ejerció la función de exorcista personal de los Papas entre 1986 y 2000. Pero ninguno de los títulos citados alcanzó el nivel de la realización de Cronin, que, sin ser una maravilla inolvidable, apenas es un producto decente, no desentona en absoluto con los capítulos precedentes de la saga. De hecho se dice que Raimi, propietario de los derechos, es extremadamente severo y cuidadoso en elegir a quién extiende la autorización de usar sus premisas conceptuales y formales, lo cual explicaría que este sea apenas el quinto peldaño en más de cuatro décadas.