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PELÍCULA. AIR
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La película del director Ben Affleck narra las tortuosas negociaciones de Nike con Michael Jordan, el astro del boloncesto
El enigmático, por decir lo menos, título elegido para el estreno de esta película en los países de habla hispana más que un gancho pareciera un espantajo. Ni se digan las sinopsis acerca de qué va la cosa. Más o menos, es la historia de la tortuosa negociación entre Nike y el entonces muy joven basquetbolista Michael Jordan para que este aceptase convertirse en símbolo de la marca de zapatillas deportivas. De seguro resultará difícil dar con un tema más soso y soporífero que cualquier discusión empresarial de entrecasa.
Pues bien estamos frente a un auténtico contrasentido: un filme que loa las artimañas promocionales del capitalismo, intenta venderse apelando a semejantes cebos disuasivos antes que convincentes. Por añadidura tal vez en los Estados Unidos un significativo porcentaje de potenciales espectadores asocie pronto Air con la bolsa interior de aire presurizado colocada en las zapatillas Nike como gran innovación respecto a las marcas de la competencia, e identifique de entrada quién es Michael Jordan, pero por estas comarcas nada de eso.
Pues bien, el regreso a la dirección de Ben Affleck, considerado por muchos cronistas, sobre todo sus coterráneos, uno de los realizadores activos con mayor talento narrativo, se centra justamente en los entretelones que llevaron a la empresa en cuestión a detentar el segundo puesto en las cifras mundiales de venta de calzados deportivos, cifra que ronda hoy por los 24.100 millones de dólares anuales; solo un tanto por debajo de Adidas, utilizando el eslogan Just Do It (Solo hagámoslo) inspirado, dicen algunas malas lenguas en la última palabra —Do It (hagámoslo)— pronunciada antes de ser ejecutado por Gary Gilmore, primer asesino condenado a la pena de muerte, que él mismo solicitó, dicho sea de paso, luego que en 1976 la Corte Suprema norteamericana reinstituyó dicha sanción. Aparejado a ese lema, el logo diseñado por Carolyn Davidson, esquematizando un ala de la diosa Niké de la mitología griega fue, dicen, el otro recurso promocional que posibilitó a Nike tamaño crecimiento.
Y desde luego, la instrumentación de la figura de uno de los mejores jugadores de baloncesto de la historia, si bien entonces apenas transitaba la antesala de su carrera: el tal Michael Jordan tuvo un significativo peso en el fenómeno. Ocurre empero que Jordan no parecía muy convencido de prestar su nombre a tales fines, lo cual derivó en largas y trabajosas negociaciones entre partes. Y es esa la materia prima básica del argumento sobre el cual gira Air: la historia detrás del logo.
Cabe recordar que el antes colacionado renombre de Affleck deviene de las loas recogidas por películas como su opera prima Adiós, pequeña adiós (2007) a propósito de los afanes de dos detectives para dar con el paradero de una niña de cuatro años secuestrada en Boston; Atracción peligrosa (The Town/2010) que relataba el riesgoso enamoramiento de una gerenta bancaria con un hombre que, ella no lo sabe, la mantuvo de rehén semanas antes en un asalto al banco que administra; Argo (2012) a propósito de las peripecias que la CIA, con ayuda de Canadá, atravesó para rescatar algunos de los 52 funcionarios de la embajada norteamericana tomados rehenes por estudiantes iraníes en Teherán, y Vivir de noche (2016), historia policiaca ambientada en la década de los años 20 siguiendo los pasos del hijo pródigo de un connotado capitán de la policía bostoniana, el cual decide convertirse en contrabandista de fuste y luego en temido gánster. Está claro que a Affleck le atraen las historias acerca de individuos empeñados en cumplir tareas aparentemente imposibles a causa de los obstáculos físicos o alegóricos que comportan.
Desde entonces, Affleck pareció haber tirado la toalla sumiéndose, al decir de los cotilleos que circulaban en Hollywood, en una profunda adicción alcohólica, provocada, entre otros motivos, por su fracasado intento de lograr una película de la saga Batman. Pareció comenzar a rehabilitarse cuando en 2021 se hizo cargo, junto a Damon, del guion de El último duelo (Ridley Scott). Apunte que no convenía pasar por alto en este rápido repaso filmográfico a su carrera como director. La otra, como actor, menos ponderable se dijo, consigna más de medio centenar de títulos, sin contar los de su propia autoría.
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El relato arranca en el departamento de comercialización de calzados para baloncesto de Nike, donde se constata que los mediocres ingresos obtenidos por la empresa merced al negocio de zapatillas para corredores ponen en grave riesgo el futuro y que la única salida estriba en hallar la forma de penetrar en el ámbito de la National Basketball Association (NBA), rígidamente hegemonizado justamente por Adidas y Converse, destinando a tal propósito todo el presupuesto, idea de difícil admisión por la junta directiva.
De allí en más la trama desmenuza las maniobras de mercadeo recurridas para alcanzar ese propósito salvador. Tal cual es su costumbre, Affleck, a quien se le reconocen mayores méritos en tanto realizador que como intérprete, asume uno de los papeles centrales de la película por él dirigida. En esta ocasión se mete en el rol de Phil Knight, cofundador y director ejecutivo de Nike, quien en 1984 tuvo la luminosa ocurrencia de contratar a Sonny Vaccaro —interpretado por Matt Damon, infaltable compinche Affleck a lo largo de su carrera—, cazador de talentos con gran olfato para el marketing, encomendándole la tarea de tentar a jóvenes promesas del deporte para que prestaran su nombre e imagen a las campañas publicitarias de la empresa. Empeño condenado a sufrir un revés en el caso de Jordan, más tentado a trabajar para Adidas o Converse, las dos firmas entonces punteras en el mercado, de no haber sido por la intervención de su madre Deloris, magníficamente personificada por Viola Davis, quien se ocupaba de cuidar con puntilloso celo maternal los intereses del muchacho, esquivando incluso los argumentos del agresivo representante de Jordan. Lo cual finalmente derivó en la firma del más abultado contrato suscrito entre una compañía y un deportista individual cuando finalmente persuadió a la rocosa progenitora ofreciéndole poner a la venta unas zapatillas con diseño especial y bautizadas como Air Jordan.
Adicionalmente el contrato ofertado establecía que el reacio prospecto de ídolo recibiría un porcentaje por cada par de zapatillas expendido. Quedó de tal suerte marcado un decisivo punto de inflexión en la historia del matrimonio entre el comercio y el deporte.
Para contar tal proceso, que pudo haberse reducido a una sucesión de escenas plagadas de burocráticos discursos y debates mercantiles entre los protagonistas Affleck y el guionista debutante Alex Convery, echan mano de las fórmulas recurrentes del thriller: sostenido ritmo narrativo, pinceladas de humor para sazonar el curso dramático de los acontecimientos narrados, extremo cuidado en la composición del héroe, que aquí vendría a ser Vaccaro, generando así la mayor empatía dable del espectador con el personaje. Por su parte, el humor queda mayormente endosado a Knight/Affleck, puesto en vitrina en el modo de un estrafalario trepador preocupado de veras únicamente por su Porsche último modelo, de color violeta afirman sus colegas, uva, replica molesto el estrambótico CEO.
Mediante dichos recursos Affleck consigue sortear el riesgo de fabricar un plomazo intragable, presentando, por el contrario, una película llevadera, casi siempre entretenida, gracias sobre todo a la pareja faena del elenco y, para quienes compartan la nostalgia del director hacia aquellos años 80, por la posibilidad de sumergirse en los recuerdos a los que remiten las innumerables canciones de aquella época incluidas en la banda sonora, acompañando y acentuando la prolija recreación de época y la cuidada fotografía de Robert Richardson, quien tiene adicionalmente la amabilidad de dispensarnos de los empalagosos excesos preciosistas usuales en los viajes de Hollywod y sus pares al pasado.
¿Son los referidos aciertos suficientes para hacer de Air: la historia detrás del logo una gran película? Ciertamente no. Discrepando de la opinión mayoritaria en referencia a los méritos de Affleck, a mi juicio se trata de un aplicado artesano narrativo que domina todos los secretos para subyugar a críticos y espectadores, en ambos casos con las excepciones de rigor, haciendo uso de las sobadas convenciones de puesta en imagen estatuidas como mandatos inobjetables. Ergo: no creo que se trate de un autor, en el sentido que el término tuvo en su momento, ni de un creador cuyas creaciones vayan a perdurar en el tiempo.
De hecho no deja de ser objetable que nunca veamos de frente al verdadero protagonista del asunto, a Jordan aludo, mostrado siempre de espaldas o de modo difuminado, salvo claro en los pedazos tomados de los documentales y noticieros de aquellos tiempos, que se ven en la tele durante varias escenas. Se dirá que así Affleck eludió la siempre trabajosa tarea de selección de algún actor físicamente parecido al verdadero Jordan. Pero asimismo podría pensarse que el realizador consideró una afrenta al fetiche mostrar a alguien con cierto parecido, sin tomar en cuenta las molestias distractivas que tal decisión acarrea para los espectadores.
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En el fondo, se trata de una nueva visión exaltadora de las virtudes del sueño americano, tópico símil saga heroica sobre el cual la industria del entretenimiento no ha dejado de volver insistentemente, encarnado hoy en Silicon Valley, epicentro de la mundialización del capitalismo informático y de la religión digital fundada en mitologías tales como el emprendedurismo de garaje infladas por otros biopics tales como La red social (David Fincher/2010) a propósito de la historia de cómo el estudiante de Harvard Mark Zuckerberg, dolido, de acuerdo a la película, por los reiterados desaires de sus compañeras de estudio, tuvo un par de ideas geniales que lo llevaron a fundar Facebook, o Jobs: el hombre que revolucionó el mundo (Joshua Michael Stern/2013), centrado en la creación de la megacorporación Apple. Dicho de otra manera es una celebración de los portentos del edén capitalista siempre al alcance de la mano de quienes gocen de las agallas, la impulsividad y el talento requeridos para superar cualquier escollo de la dura competencia, sin importar en absoluto cuales sean las armas utilizadas a fin de lograrlo. Alcanza con mencionar dos momentos del relato para dejar constancia de la adhesión de Affleck, y de este su trabajo, en el modo de una semioculta promoción corporativa en particular, a la narrativa triunfalista del capitalismo expuesto a manera de la única vía para acceder al podio del éxito individual, así como colectivo, y como la obligada profesión de fe de quienes aspiren a la gracia de la fama. De una parte la escena en la cual Damon/Vaccaro y sus colaboradores contemplan extasiados el modelo de zapato que les franqueará el acceso a la eternidad, sin que el espectador sepa en principio, aunque se entera más adelante, las causas de semejante arrobamiento. Y de otra parte la información voceada por el mismo personaje cerca al final del film: las ventas de Air Jordan alcanzaron el primer año a ciento sesenta y dos millones de dólares, vale decir el paraíso ha sido encontrado. A la platea le toca decir amén.
Texto: Pedro Susz K.
Fotos: Internet