Por los caminos solitarios de la estepa andina (…) en las caserías empolvadas de silencio y olvido, la figura ascética de Crespo Gastelú (…) se hizo familiar a los ojos del aimara que miraba cauto sus sobrios movimientos” (Gloria Serrano, 1947:157). En los años 30 y 40 del siglo pasado las latitudes kollas conocieron a un artista que se complementó con su entorno andino de una manera tan intensa que fue llamado por sus contemporáneos “el pintor del altiplano”. Este artista fue David Crespo Gastelú, quien realizó desde su juventud hasta sus últimos días infinitos recorridos por la América india para dejarse inspirar por el mundo nativo y la fuerza del trabajador.

El 11 de noviembre el Museo Nacional de Arte (MNA), dependiente de la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia, inauguró una exposición de la obra plástica de este pintor, uno de los más importantes indigenistas de la primera mitad del siglo XX en Bolivia. Esta muestra, que se albergará en la Sala Taypi hasta finales de diciembre, contará además con la prosa literaria que acompañó la creación artística de Crespo Gastelú, los fragmentos de la escritora Gloria Serrano, una mujer rebelde, indigenista y proclive a las ideas de la revolución, quien además fue esposa del pintor del altiplano.

David Crespo Gastelú nació un 25 de octubre de 1901 en Coro Coro, una localidad minera de la provincia Pacajes de La Paz. Provino de una familia de origen modesto, sus padres fueron el abogado paceño Víctor Crespo y la corocoreña Teresa Gastelú. A los 17 años David perdió a su padre, este hecho le impidió iniciar estudios en la técnica pictórica, jugada del destino que lo transformó en un artista autodidacta. A partir de entonces, su formación la encontrará en su propio medio, en la observación concienzuda de su tierra y en las relaciones que entablará con otros artistas e intelectuales de la época, así como con su propia esposa.  

Cuando tenía un poco menos de 20 años, una experiencia marcó el curso artístico de Gastelú: acompañó al músico Luciano Bustíos a un viaje por el altiplano para colaborar con la ilustración de bailes y bailarines indígenas. A partir de entonces, Crespo Gastelú valoró el trabajo etnográfico como antesala a la creación artística dejando “que sus pies sean cubiertos por el polvo de todos los senderos Kollas” (Serrano, 1947).

Antes de radicarse en La Paz con su madre y hermanos, quiso ofrecer las primicias de su arte a sus paisanos; así, en 1922, realizó su primera exposición en Coro Coro, dando a conocer un grupo de caricaturas bien logradas y con un sutil sarcasmo. Sus brotes artísticos se habían manifestado tempranamente cuando realizaba caricaturas de sus compañeros y profesores en el colegio San Calixto de La Paz. Algunas caricaturas de sí mismo, de políticos y de otros artistas las publicó en distintos medios periodísticos. Durante la Guerra del Chaco realizó dibujos irónicos de los altos mandos militares en el Semanario Juventud, demostrando su rebeldía y antielitismo, hecho por el cual fue perseguido.

De acuerdo con los comentarios de la época, se dijo que la caricatura de Crespo Gastelú no se redujo a generar las típicas morfologías grotescas, ni la deformación de los rasgos fisonómicos de una persona, sino que ahondó en el plano psicológico escaneando la subjetividad, descubriendo sus perfiles incoherentes. La caricatura de Gastelú fue una revelación de lo profundo de la psique, un descubrimiento del esqueleto vital del yo y de la personalidad de los retratados, una especie de “psicoanálisis dibujístico”, tal como lo indicó la prensa de aquella época.

LA GRÁFICA

Crespo Gastelú hacía el registro pictórico de los viajes y su esposa Gloria Serrano lo hacía en sus textos

Una obra de Crespo Gastelú

Dibujo de David Crespo Gastelú

Crespo Gastelú hacía el registro pictórico de los viajes y su esposa Gloria Serrano lo hacía en sus textos.

Una postal con crespo Gastelú

Un cuadro de Crespo Gastelú

pintura de Crespo

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Donan la obra de David Crespo Gastelú al MNA

Como producto de su experiencia con la caricatura, en 1936, David Crespo Gastelú organizó el Primer Salón Nacional de Humoristas, exposición que cohesionó los trabajos de 15 artistas humoristas entre quienes figuraron nada menos que Arturo Borda y Miguel Alandia Pantoja.

En cuanto a su vida familiar, el 17 de octubre de 1928, David Crespo se casó con Rosenda Caballero, conocida artísticamente como Gloria Serrano, con quien tuvo dos hijas, Ada Julia y Gloria Margot. A  lo largo de su trayectoria como escritora, esta mujer  realizó un corpus literario indigenista y de izquierda que complementó la obra pictórica de su compañero.

David Crespo Gastelú y Gloria Serrano tuvieron una ansiedad viajera, cazaron paisajes e inspiraciones inéditas por varias regiones del altiplano. De sus largas peregrinaciones nacieron dos libros con la prosa de Gloria y las ilustraciones de David, los mismos que fueron la imagen del Kollao y del Cuzco: Jirones kollavinos (1932) y Tierras del Kosko (1938). Además de estas dos obras, la pareja de indigenistas dejó inconclusos algunos trabajos, entre ellos: Murillo el genial mestizo, Hombres de ayer y Estampas puneñas.

Además de los libros que realizó junto a su esposa, Crespo Gastelú realizó una importante labor como ilustrador junto a otros intelectuales, así, con Óscar Cerruto realizó Bailes de Bolivia en Editorial Poseidón de Buenos Aires; e ilustró el libro de Alberto de Villegas, Sombras de mujeres.

Como se dijo, Crespo Gastelú no tuvo una formación técnica ni académica; sin embargo, algunas figuras ejercieron una fuerte influencia sobre él. El primer maestro de David Crespo Gastelú fue el joven pintor cordobés José Malanca, abiertamente comunista. Al gringo, como lo llamaban, lo conocieron por casualidad junto a Genaro Ibánez una tarde de paseo por la Plaza del Montículo de La Paz.

Según Gloria Serrano “era imposible resistirse ante la fascinante humanidad de sus palabras”, para David fueron provechosas las enseñanzas técnicas del realismo pictórico de Malanca,  pero sobre todo, fue trascendental su influencia ideológica. En 1931 David Crespo Gastelú y otros artistas e intelectuales realizaron la exposición apelada Salón de la Primavera para conmemorar a José Malanca y situarlo como precursor de la tendencia amerindia en Latinoamérica.

Crespo Gastelú mostró con sus pinceles el dolor del indio y más allá de la caricatura, manifestó un sincero fervor indigenista. El pintor mestizo se acercó íntimamente al mundo indio gracias a sus largas estadías en Quilloma, una hacienda situada a más de 4.000 metros de altura en la provincia Pacajes. En este paraje altiplánico Gastelú descubrió el ayllu andino acallado y camuflado por la hacienda, pero aún vigente. Con este entorno pintó chozas de fachadas inverosímiles, capillas abandonadas e infinidad de rostros andinos.

El intelectual Fernando Díez de Medina incluyó a Crespo Gastelú dentro de un grupo de pintores indigenistas de la región entre quienes destacó a Rivera en México, Sabogal y Blas en el Perú y Gutiérrez Gramajo en la Argentina. De David destacó su capacidad para captar agudamente los estados espirituales de nuestra tierra gracias a una observación sagaz y concentrada del entorno, como también, a un estudio psicológico de la emoción indiana.

El escritor Alberto de Villegas, un amigo muy cercano de Gloria y David, enfatizó que Gastelú no pintó valores decorativos del paisaje y del indígena, sino que reflejó momentos reales, esenciales y representativos de la experiencia de vida india. Según Villegas, a este pintor no le faltó amor entrañable por su tierra y por su gente.

El crítico de arte Luis Vilela señaló que la obra de David Crespo Gastelú fue netamente social y alejada de las influencias externas, “nada de trasplantes europeístas”. Por su parte, Óscar Cerruto saludó la bolivianidad de Gastelú, “es el pintor en quien nos reconocemos”. Roberto Prudencio dijo que David fue el iniciador de la pintura “nacional” capaz de retratar el alma americana altiplánica.

Esta sensibilidad autodidacta convirtió a David Crespo Gastelú en un gran representante de la pintura indigenista boliviana. Entre 1922 y 1946 realizó 12 exposiciones en Bolivia, Perú, Chile y la Argentina. Enseñó en la Academia de Bellas Artes de la ciudad de La Paz entre 1928 y 1930, su alumno más destacado fue Armando Pacheco. En 1931 ganó el Primer Premio Kantuta de Oro en la exposición Salón de Indianistas.

En 1934 fue parte de la Embajada de Arte Boliviano en el IV Centenario del Cusco, participando junto a Marina Núñez del Prado y Yolanda Bedregal, entre otros artistas e intelectuales. En 1939 expuso en el Palacio de Bellas Artes de Santiago de Chile, acontecimiento en el cual Cecilio Guzmán de Rojas obtuvo el primer premio y Crespo Gastelú el segundo. En 1940, durante la Exposición Internacional de Viña del Mar, alcanzó igualmente el segundo lugar; en 1942 participó de la muestra Artistas Americanos en Valparaíso.

En su última etapa profesional, David Crespo Gastelú cumplió sus aspiraciones de especialización, obteniendo una beca en la Escuela Superior de Bellas Artes Ernesto Carcova de Buenos Aires, conducida por el maestro Alfredo Guido. Entre 1945 y 1947, Crespo Gastelú aprovechó las lecciones técnicas de Guido, recogió influencias y motivos de Argentina, país que había admirado toda su vida. En 1946 realizó una exposición en los salones de La Prensa de La Plata y expuso en la Galería Peuser de Buenos Aires. En este periodo, Crespo pasó a profesionalizarse realizando proyectos de muralismo indígena; sin embargo, la muerte prematura del artista hizo que los mismos quedaran plasmados únicamente en bocetos iniciales.

Cuando David Crespo volvió de Argentina, habiendo sido nombrado director de la Academia de Artes Plásticas Zacarías Benavides de Sucre, una antigua dolencia cardiaca se le agravó, su corazón no resistió la altura y falleció sin haber finalizado su obra a los 46 años. A pesar de este prematuro revés del destino, el Museo Nacional de Arte quiere rendir homenaje hoy a Crespo Gastelú y poner en vigencia una obra que dio voz propia a la raza y vehemencia al dolor del habitante del Kollao. Esta exposición revalorizará la fuerza cósmica de los andes y la tierra de pasado, tragedia y tradición, sin olvidar el orgullo que infundió la estirpe indígena.

Fotos: Museo Nacional de Arte